Hace un tiempo leí que la toma de decisiones de los iroqueses (nativos norteamericanos) debían ser sostenibles para los nietos de sus nietos y así hasta siete generaciones. Existen múltiples ejemplos de culturas pasadas y presente que protegían y protegen el entorno. De eso saben mucho los pueblos indígenas de América Latina, entre otros.

Mientras, en esta cultura nuestra aquejada de una enfermedad que ignoramos, donde el consumo y la superficialidad son los principales valores, no salimos de la rebajas de agosto, final de verano cuando ya tenemos encima el black Friday. Amazon forma parte de nuestra vida y nos parece el fin del mundo si tarda tres días en llegar el último “no sé qué” que me sirve para “no sé qué”;  donde  no hay manera de saber cuándo una noticia o información es falsa o verdadera, donde los políticos solo trabajan para un corto plazo que no sirve para salvar el futuro.

No podemos confiar en un sistema que tiene sus pilares en un progreso que necesita cada vez más exprimir el planeta, hipotecando lo que pertenece a las generaciones futuras que, no lo dudéis, nos juzgarán severamente. Necesitamos una buena sacudida si queremos salvarnos. Sí, ya sé que esto de dar un sermón no vale de mucho, sé que puedo parecer pretensiosa o, al menos, pesimista.

A veces me pregunto para qué sirve escribir sobre estas cosas si a casi nadie le interesa, si para que el camino que esta sociedad necesita sea efectivo debe ser colectivo y esto de escribir es muy individual. Sin embargo, sigo escribiendo y puede que esta noche me sienta más pesimista que otras veces. Pienso, por otro lado, que podemos ser optimista, aprender a vivir de otra manera, a salvarnos colectivamente.

En fin esta noche no soy una buena compañía.