Fumigaciones desde el cielo para alejar las nubes, el Cristo de la Salud de nuevo en la calle para que llueva, un cambio climático galopante... ¡Por Dios, qué estrés con la dichosa sequía!. No vamos a negar el cambio climático, que la voz de los científicos vale su precio en oro. Pero lo de las fumigaciones hay que tener la mente retorcida para andar por ahí con semejante majadería. Como de todo tiene que haber en la viña del señor, hay hasta un diputado que ha llevado la leyenda urbana de las fumigaciones al Congreso de los diputados. No tendrá mejor cosa que hacer su señoría. Lo de sacar en procesión al Cristo de la Salud ya es cuestión de fe, de esa que dicen que mueve montañas y cada cual tiene la suya.

Escribiremos aquí de lo que pasaba en Fuentes en otros tiempos porque de leyendas urbanas, cristos y cambios climáticos hay voces más autorizadas que la de este humilde cronista. A modo de artificio relajante contra tanto estrés, a este cronista de nostalgias fontaniegas le vienen a las mientes situaciones anteriores para todos los gustos. Lo mismo periodos de sequía que arruinaban cosechas y cuarteaban las tierras, que aguaceros sin fin que las enguachinaban. Decían los viejos que en el cielo no manda nadie, que debajo del sol somos como las plantas, abiertas a lo que caiga. Claro que cuando los viejos no había tanto coche, fábrica, avión... produciendo el efecto invernadero que calienta la atmósfera.

Como lluvia de mayo contra el estrés viene el recuerdo de aquella feria de agosto de 2006 que amaneció lloviendo fuerte y tuvimos que ponernos las mangas largas. Arrecíos en agosto. Aquella mañana de lluvia, comprando jeringos en la plaza, estaba Paquito Yerbabuena (Francisco Rodríguez), buena gente, cuyo comentario fue "la feria de Morón cae en septiembre, verano, y todos los años llueve. En aquella feria de Fuentes que tanto llovió nadie hablaba de cambio climático. Cuando llueve en agosto no hay cambio climático, sólo mala suerte si eso coincide, además, con la feria. Lo malo es cuando en abril el termómetro marca 40 grados y se pierden las cosechas.

Cuentan que el año 1995 por estas fechas había la misma situación que ahora. Los pantanos españoles estaban por debajo del 50 por ciento. En aquel año, en Sevilla cortaban el agua de 12 de la noche a 6 de la mañana. El que entraba a trabajar antes de las 6 tenía que coger una palangana y lavarse como los gatos. Las conducciones de agua en Sevilla eran muy malas y se perdía mucha agua. El verano fue seco, pero luego, en otoño, empezó a llover a mares y Andalucía parecía Asturias. A ver si recordar sirve para subir el ánimo, bajar el estrés.

Por cierto, cuando los viejos no se hablaba de cambio climático y tampoco de estrés, palabreja con menos años que las estadísticas climatológicas. El estrés, en tiempos remotos, se llamaba angustia, inquietud, cansancio, agobio, miedo. Aquellos hombres y mujeres sí que padecieron viviendo en las casillas o en los chozos del campo. Contaban que, cuando llovía, en un chozo parecía que lloviera mucho más que en Fuentes. Allí estaban Rafael el Pavero y su hermano Crisanto, que aunque tenían casa en la calle Lora, siempre vivieron en un chozo de las cercanías de la vía, dirección Marchena, cerca del cortijo de la Diosá. Decía Rafael que cuando llovía en Fuentes, en el chozo parecía que diluviara. Malo era un año seco y malo un año mojado. Vaya lo uno por lo otro, debe de pensar el de allá arriba con sus caprichos.

Siempre se dijo que una seca se remedia, pero una mojada no se remedia tan rápido. Puestos a considerar al de allá arriba, otro remedio habitual para combatir el estrés puede ser el Cristo de la Salud. Cuando han venido años secos el Señor de la Salud sale a la calle por aquello de la fe. Cuenta la leyenda fontaniega que había que hacerlo grande porque eso sería el remedio de todos los males del pueblo, fueran la salud, la sequía o cualquier calamidad natural o provocada por el hombre. Cristo chico, Cristo grande, lo que importa es que haga milagros. Tiene casa en la iglesia de Santa María Blanca y cada vez que el pueblo tiene problemas de salud o sequía lo sacan a la calle para que remedie la situación. Será porque las personas estresadas necesitan de una referencia que les dé consuelo y esperanza. Este año lo han sacado, pero de llover...

En esta sociedad psicoanalizada, la clave es el estrés. Lo difícil es aliviar el agobio mental de quienes no entienden de matices psicológicos. En los años difíciles, cuando la gente vivía en un chozo había que enfrentarse al estrés de las piaras de cochinos, de becerros, de pavos, pollos, de ovejas... sin agua. Había que darle de beber al ganado, pero el pozo estaba cada vez más seco. Ahora dirán que sufren estrés hídrico, que no se cura con cinco sesiones de psicólogo, sino con una pechá de agua. Por la zona de Verdeja estaban las casillas de la Camándula, Pedro el Granaíno, el Trapero, el Antequerano, el Sevillano, Pepe Ricardo (mi padre), de Manolo Chipé, el cortijo del Donadío, el Donadío Viejo, la Diosá, los Camorros, Claravoz... Los dos pozos que no se secaban nunca eran el de Verdugo, donde iba Luis el Granadino a por agua, y el de Cuelgamuros, donde iban mi padre y el resto de vecinos del campo.

El pozo de Cuelgamuros estaba en las cercanías del Barrero, muy cerquita del Donadío viejo, donde se rodó la película Tierra de Rastrojos. Lo que queda del Donadío viejo es su enorme palmera, con 90 años de vida (¡lo que contaría esa palmera si pudiera hablar!) y el recuerdo de una vez que una mula se ahogó en su pozo y pasaron el quinario para sacarla. Como quedó en el recuerdo la sequía de 1945, año en el que ni paja se cogió de la cosecha. Fue un año criminal para el obrero, no hubo peonadas y quien veía una cáscara de naranja en el suelo se arrojaba por ella. Iban por los cortijos y casillas pidiendo guardar una piara de ganado solamente por la comida, un salmorejo, un huevo de pava o una hogaza de pan.

En Fuentes se sobrevivió gracias al agua del pozo de la Aljabara y del pozo del Palomar. También dicen que el pozo de la iglesia nunca se apura y sus aguas van a parar al pilarillo. Cuánto estrés tuvo que pasar Pepe Cachiporro para darle de beber a su piara de cochinos, cuánto rezó al Señor de la Salud. En las casillas y cortijos tenían reserva de paja de un año para otro, para que al ganado no le faltará el alimento. Si a un agricultor le salían 3.000 kilos de trigo por fanega de tierra tenía para aguantar uno o dos años secos. En el caso de los girasoles, habas y garbanzos había que soñar con 1.200 kilos.

El agricultor siempre ha vivido guardando, porque eso de mirar al cielo consistía en guardar para los años secos. Había que ser ahorrativo y vivir en la miseria. Siempre pendiente del cielo y del fondo del pozo para que no le faltara agua y, si eso ocurría, al menos que los de Verdugo y Cuelgamuros no se secaran. Eso hubiera sido la ruina absoluta y ponerse a rezarle al Señor de la Salud. Cosas del puñetero cielo, caprichoso y mendaz. Por caprichoso, al cielo algunos años le daba por arruinar los campos a base de echar agua sin parar. Entonces, las mujeres tenían que quitarse los zapatos para entrar en las casillas y andar descalzas con el fango por los tobillos.

Hubo años en los que el mes de junio se lo pegó lloviendo. Años en los que hubo que sembrar en mayo porque no había forma humana de entrar en las tierras. En 1988, los trigos parecían arrozales de Isla Mayor y hubo que echar el abono de urea en febrero y con tractor de cadenas. Con el arroyo de la Madre salido de madre, hubo que cruzar al cortijo de Casablanquilla montado en lo alto de mulos que sabían nadar. Así fueron 1980 y 1990. En cambio, los secos han sido 1972, 1981, 1983, 1995, 2012 y 2023. Años de estrés y rogativas. Pero Fuentes siempre ha salido adelante y esta vez no va ser menos.