En los años ochenta, tras el intento fallido de golpe de estado y la victoria del PSOE, se popularizó un prototipo de españolito, ser progresista estaba de moda. La generación que me precedió coincidía en el relato. Todos fueron clandestinos, todos corrieron delante de los “grises” ¿Entonces, por qué la dictadura duró tanto? Los que aún eran de derechas no alardeaban, tímidamente se definían como conservadores. Los fascistas eran cuatro, uno, dos, tres y cuatro. España ya aparecía en los mapas, la Expo y los Juegos Olímpicos certificaron que ya no teníamos caspa. Ganó el PP en el 96, ya no daba miedo porque no era de derechas, sino de “centro”. Tuvieron que viajar desde muy, muy lejos. Aznar hablaba catalán en la intimidad, ahogando las voces que gritaban: “¡Pujol enano, habla castellano!”. Ser “progre” dejó de estar de moda. Todas las derechas marchaban bajo la bandera del albatros, la ultraderecha también.
Muchos trabajadores dejaron de sentirse obreros, muchos autónomos empezaron a sentirse empresarios. Se acabó la lucha de clases, el proletariado se trasformó en “clase media”. Gracias al trabajo de mucha gente y a la ayuda europea, crecíamos. El éxito agrícola y hostelero hizo que llegara mano de obra, perdón, trabajadores de todo el mundo. Hasta entonces, sólo había habido una etnia “inferior”, los gitanos. A partir de entonces hubo muchas. Después empezó a verse con mejores ojos a los gitanos y a los extranjeros sureños, que lo único que querían era progresar, lo mismo que querían millones de españoles al migrar a Europa, a Cataluña, a Madrid… en décadas anteriores. Entre ellos, seguro que se coló más de un delincuente.
Desde entonces la convivencia con los nuevos ciudadanos ha sido razonablemente buena. Todas, todos, hemos tenido que acostumbrarnos a una sociedad multicultural, multiétnica y multireligiosa. Podemos estar orgullosos, hemos conseguido integrarnos, los viejos y los nuevos españoles. La economía marcha, la delincuencia baja, nuestra cultura se enriquece, como lo hizo durante siglos con todos los que vinieron de fuera. No existen las esencias, sino una continua evolución, la fusión es la clave del éxito.
En esto creció una plaga, gentuza que vende una maravillosa época que nunca existió. Pretende destrozar la convivencia, la cultura y, de paso, la economía, llenando las calles de miedo. No les está costando tanto porque muchos han perdido la memoria. Ahora, acomodados y desclasados, las nuevas generaciones desconocen de dónde venimos, las viejas han olvidado el valor de lo público, lo que costó vivir en libertad e ignoran lo fácil que es perderla. El virus del fascismo ha vuelto con un nuevo discurso, que es el de siempre pero digital. Inspirados por Trump, los fascistas han salido del armario. Ya no agachan la cabeza, ahora son orgullosos fachas. Exhiben la cruz de Borgoña, viven en un imperio en el que no se pone el Sol, sino el sol y sombra y el carajillo bien cargados. Lo único que saben de historia versa sobre la UEFA y la FIFA.
Utilizan lo simple para solucionar lo complejo. Con bulos y bolas, se inventan problemas donde no los hay. En la oquedad de sus cabezas desprovistas de pelo y neuronas sólo hay miedo, mucho miedo. El “homo facciosus” quiere mandar por el hecho ser hombre y blanco. Por derecho divino vale mucho más que una “tía”, un “negro”, un “moro”, un “suadaca”, un “maricón”, un “rojo”. Para odiar es indispensable deshumanizar al diferente. Se esconden en manadas, son uniformes y usan jerga militar, se organizan en brigadas, escuadrones, frentes, batallones… Este mundo está en guerra y todos somos el enemigo. En el anonimato, los más jóvenes se sienten tan protegidos como importantes.
Ser facha está de moda. Pletóricos de cobardía, jaleados por propagandistas del odio, se agrupan y actúan como los primates, rodean a sus víctimas, golpean y dan un paso atrás. Para una banda enmascarada es fácil darle una paliza de muerte a un indefenso. También cuando hay policías simpatizantes, que los comprenden y simpatizan con ellos. Zorros cuidando gallinas, servidores públicos que obedecen órdenes a regañadientes. Afortunadamente la gran mayoría de los policías no son así, pero entre los cuerpos y fuerzas abundan individuos que tienen un barniz democrático tan ligero, que con el roce de una uña se descascarilla. También ocurre con algunos jueces y medios de comunicación.
Los fachas son perros que mueven el rabo ante el capital. La derecha cree que una vez que hagan el trabajo sucio contra la izquierda podrá controlarlos. Eso pensaban en Alemania en los años treinta. Hoy vemos en Israel y Estados Unidos que es la ultraderecha la que controla a la derecha. Dentro de no mucho, el poder lo detentará una generación frívola y acrítica de inmaduros que no saben quiénes son y sólo les interesa el dinero. Hemos fracasado como sociedad al no explicarles lo que importa.
"Para que el mal triunfe solo se necesita que los hombres buenos no hagan nada" (¿Edmund Burke?)