Mi feria eran los puestos de turrón. Soñábamos con el turrón y los juguetes: el tambor y la corneta, el rifle o las cartucheras con dos pistolas. En especial, la feria era la caseta de turrones del Viruta y la Genara. Llegaba la feria y teníamos al Viruta con su puesto de turrón frente a la calle Cruz Verde. Lo mismo que cuando llegaba la semana santa teníamos al Viruta con su carrillo ambulante por la calle Lora, la calle Mayor y la calle la Matea. Llegaba carnaval y teníamos otra vez al Viruta conduciendo su carrillo, altanero, por el circuito urbano del azúcar y las manzanas de caramelo. El Viruta nunca fallaba. Personaje inseparable de la vida de Fuentes, hombre singular, insustituible, que al morir nos dejó huérfanos a todos los que amamos al paisanaje de las fechas destacadas y al paisaje de nuestro pueblo en fiestas.

Era el Viruta un personaje como recién salido de una zarzuela madrileña. Parecía de mejor familia, chulapón, maqueado, postinero. Aunque el escenario en el que representaba su melcocha no era el Teatro Real de Madrid, sino su caseta de turrones. Salía al escenario con su traje nuevo, hablando fino, con aire desafiante, algo insolente, pero con cierta gracia. Engreído, altivo pero saleroso. Repeinado. Con el triángulo del pañuelo asomado al bolsillo de la camisa como si no quisiera perderse el brillo de las miradas de todos nosotros, los niños. Exhibiendo botas camperas, chaqueta de hilo, ajustados pantalones de pinza. Un petimetre. ¡Vamos si sabía vender, si sabía venderse el Viruta!.

Más que hablar, el Viruta departía desde su analfabetismo. Tenía tantas ferias a las espaldas que, sin saber, sabía. Era un artista de la parla. Tenía cuerda larga, pico de oro, mucha labia adquirida en noches y noches de cháchara sin fin. "Verbo y turrón" podían haber sido las palabras que anunciaran la caseta del Viruta y la Genara. No tuvieron hijos, una pena, tan aseada y redicha ella como él. Tan repeinada ella como él. Los días de diario trasladaban su caseta a la calle la Huerta, esquina con el Bolo. Decían que antaño regentó puesto fijo en la puerta de Mazuelo, de cuyo nombre es imposible olvidarse: el Carrillo Azul. A los carrillos de Fuentes se les conocía por el color. Eran tres: el carrillo azul del Viruta, el amarillo de Zambimbo y el verde de Amarguilla. El azul y el amarillo, en la calle Mayor. El verde en la calle Lora.

Al Viruta jamás le faltó un diente, al contrario de lo que le ocurría entonces a mucha gente. Si se le caía uno, inmediatamente lo sustituía por otro de oro. Muy pulcro. Él mismo montaba su puesto de turrón de feria y lo decoraba. Maestro feriante. Ése debió ser el título que le otorgaran las autoridades al Viruta si hubiese habido justicia en aquella España en blanco y negro. Maestro de ventas, endulzador de paladares, encantador de oídos finos. Y no era un charlatán, aunque algún mal pensado puede creer algo así. Escuchaba más que hablaba. Decía lo justo y en el momento que tenía que clavar la frase apropiada, la clavaba como el estoque de un buen torero.

El decorado de su teatro-carrillo lo componían globos, cocos, pipas, avellanas y chicles de feria. Y claro está, turrón del duro, del blando, de chocolate, de huevo y de todo lo que se vendía en aquellas ferias. Dulces de feria imposibles de abarcar. La voz del Varilla era flamenca. Recordándola ahora me viene al recuerdo el aire de la voz de José Luis Figueredo, El Barrio. La Genara era muy parecida al Viruta, siempre juntos, uña y carne. A ninguno de los dos se les vio nunca en una taberna.

Los que no entendían el arte del Viruta y la Genara les creían unos "esaboríos", pero yo sé bien que eran especiales. A mí me gustaba aquella forma chulapa suya de vestir y hablar, me hacían reír y me admiraba su facilidad para hablar. Su madrileñismo era pura representación porque el Viruta era ecijano y con su mujer vivían en Fuentes. Tenían casa en la calle la Huerta, esquina con la calle Palma. La fachada era de ladrillo visto, hecha por Manolo "el Ratón" y su cuadrilla, de la que formaban parte los Silvestre, Félix, los Gaspar, los Toritos... Casa ganada con mucho esfuerzo en la feria y recorriendo las calles de Fuentes con su carrillo.

Recuerdo una vez que dieron unas ganas de orinar tremendas de vuelta de la velá del Carmen. No podía aguantar más y me pegué a la esquina de su puesto de turrón. Me oyó y salió con una escoba en la mano, me pegó dos escobazos en la espalda y me dijo que tenía la picha tiznada. El Viruta era tremendo y muy observador. Otra vez estaba yo en una obra de la calle Mayor arreglando el suelo, con el Caparrón y el Beato. El Viruta se acercaba a darnos instrucciones para que el camión de Antonio el Pescaero no hiciera barranqueras en el suelo que estábamos poniendo nuevo. Cuando no hacía sol ponía su carrillo de género en el portal de su casa o a la entrada de una habitación. El carrillo transmitía orden, lo mismo que el viruta y su casa.

Ser turronero y andar de feria en feria debe de ser duro. ¡Cuánto tendría que padecer esta pareja yendo de Marchena a Osuna, de Estepa a Écija, Carmona... dependiendo del humor y del bolsillo del público. Mucha gente de Fuentes, sobre todo, los ya talluditos, se acordarán del Viruta y la Genara, profesionales de la venta en ferias. Igual que se acordarán de Don Alfonso, Don Felipe, Don Juan Alejandro, Don Antonio el Médico, Don Juan Valor.

Ya de mayores se fueron a vivir a Écija, su pueblo natal, pero en Fuentes de Andalucía dejaron huella. Quienes los conocimos no los olvidamos. La última vez que lo vi estaba sentado tomando el sol en el hotel "El pirula", ya mayor. Los turroneros, ya difuntos los dos, merecían este pequeño homenaje. Eran una institución en la feria de Fuentes, los más conocidos de nuestra Feria.

Nota: No ha sido posible encontrar una fotografía del puesto de turrón del Viruta y la Genara, por lo que la imagen que ilustra este artículo es de archivo.