La política tiene, como el idioma inglés, falsos amigos. También tiene aparentes enemigos que son, en realidad, excepcionales aliados. Algunos "falsos amigos" del inglés son "sensible", que en la lengua británica significa sensato, "constipated", que significa estreñido y no constipado, y "embarrased", que significa avergonzado. A la política le pasa algo parecido, lo que ocasiona no pocos malentendidos y enfados entre los votantes. Así, cuando un candidato dice "eso no lo haré nunca", en realidad quiere decir "mientras no me convenga". O cuando dice "eso lo haré de inmediato" quiere decir "después de las elecciones ya veremos". Ejemplos de eso habría para llenar un libro.

Como no estamos en campaña electoral (Galicia nos coge lejos) ahora importa poco advertir contra los "falsos amigos" políticos. Aunque los navajazos entre compañeros de militancia suelen ser más frecuentes y crueles que entre adversarios ideológicos. Pero ahora toca hablar de los aparentes enemigos, de supuestos adversarios entre distintos partidos. En ese sentido, los impostados enemigos más evidentes en este momento son los partidos de la derecha y los independentistas catalanes. También lo son el PSOE y Podemos. Como los jueces y los políticos. Como la crispación a los tertulianos (me niego a llamar periodistas a esos que viven de expandir mierda a todas horas).

En realidad, aunque escenifican a la perfección sus divergencias (son magníficos actores) todos ellos se necesitan mutuamente y no serían nada los unos sin los otros. Fenómenos extraños de la política. Vayamos a lo concreto. ¿Qué discurso político habría desplegado el PP a lo largo de los últimos seis años si no estuvieran ahí los nacionalistas catalanes? ¿De qué acusaría a la coalición de gobierno de los últimos cuatro años y la actual sin una amnistía encima de la mesa? Voy algo más allá: ¿existiría VOX de no haber habido un proceso independentista catalán? Por eso la amnistía conviene sobremanera a la derecha, a la que interesa alargar y agrandar la crispación.

Pero ojo, también a los independentistas y al PSOE convienen las algaradas de la derecha montaraz. El nacional-catolicismo rancio y cuartelero de las manifestaciones frente a la sede del PSOE de Madrid dan ganas de irse de este país, aunque no seas ni catalán ni independentista. Más aún si lo eres, vives en Lleida y te crees el discursos mesiánico de Puigdemont. Además, el miedo a esa caterva de fanáticos rezando en la calle Ferraz ha reforzado entre los votantes y simpatizantes del PSOE la sensación de que es momento de cerrar filas y poner sordina a las críticas, incluso aunque alberguen serias dudas sobre la conveniencia de aprobar una amnistía para quienes alentaron (ahora pliegan velas) un independentismo inviable a todas luces.

En resumidas cuentas, la crispación política que caracteriza a la vida pública española de los últimos años no es otra cosa que un enorme castillo de fuegos artificiales lanzado ante una población boquiabierta y sin datos de lo que sucede. La crispación política no es fruto del empeño por defender los intereses de la ciudadanía, sino de la ambición por ganar espectadores, llenar de público el patio de butacas y conducirlos a las urnas. Salen los partidos al escenario, ofrecen un crecepelos capaz de devolverle a los calvos la melena que lucían con 20 años y millones de personas se dejan embaucar.

Para lograr sus propósitos necesitan una ciudadanía crédula, entregada a los bulos más descabellados, desinformada, confusa, desorientada, indiferente o desesperada. Y la tienen a espuertas. Por eso, conviene no dramatizar lo que nos llega del volcán de la política. Una gran parte es puro teatro. Conviene no creérselo todo. (Hace unas semanas extendieron el bulo de que el Gobierno está destruyendo las presas de los pantanos). En los tiempos que corren, elegir un medio de información fiable es tan importante como acertar en la forma de pago de una hipoteca. Cuidado con la letra pequeña, los "falsos amigos" del inglés y los aparentes adversarios de la política.