Fuentes gustaba del circo romano y ahora gusta de los concursos televisivos en los que los protagonistas sueñan con hacerse ricos sin dar un palo al agua. Antes éramos romanos y ahora somos fenicios. Como romanos, nos gustaba el circo en el que la arena se teñía de la sangre de los gladiadores. De ahí que todavía haya quienes se deleiten con la fiesta de los toros. Como fenicios, nos gusta el dinero. El torero va de rojo y oro. Quien crea que el mundo no ha cambiado con el paso de los años sólo tiene que mirar la fiesta de los toros para salir de su error. Verá que Fuentes era, hace apenas medio siglo, taurino por los cuatro costados. Amante de la sangre cayendo a borbotones sobre la arena. En los años sesenta y setenta asistíamos embobados a los toros, en directo o por televisión, sobre todo buscando la oportunidad de contemplar una cornada que animara las tertulias de las tabernas en las largas tardes de verano. Los niños gustaban de acudir al matadero a contemplar el sacrificio de las reses y los cochinos.
En Fuentes gustaba que los leones se comieran a los esclavos. La muerte y el sufrimiento eran parte de la vida cotidiana. Los niños disfrutábamos torturando a los animales, fuesen perros, gatos, pájaros o escarabajos. Desmembrar ranas era lo menos cruel del repertorio infantil de los años sesenta y setenta. Volvíamos a casa con frecuencia descalabrados de la guerra con los niños de la calle vecina y, cuando no, dejábamos atrás el aburrimiento apedreando perros por los ruedos. Eso era antes de que los perros y los gatos -mascotas les llaman ahora- lograran hacer la revolución y pusieran a su servicio a los amos de antes. Las sensibilidades cambian, ¡ya lo creo que cambian!
Mayo era el mes taurino por antonomasia, puerta grande para adentrarse en la velá del Carmen y en la feria. Ahora, mayo es el mes romero por antonomasia. Fuentes se ha hecho un pueblo lector -acaba de salir de la feria del libro, quién lo ha visto y quién lo ve- y se adentra en la romería. En Fuentes sigue habiendo romanos, como sigue habiendo trogloditas capaces de arrastrar a Vilma por los pelos, pero son los menos y andan en retirada. Para ver que Fuentes se ha hecho mayoritariamente animalista no hay más que ver los estantes de las tiendas con alimentos y juguetes para entretener a las mascotas, los nuevos “reyes de la casa”.
En aquellos años en los que Fuentes todavía era romana, el gladiador más celebrado respondía al nombre de Diego Puerta, era de Sevilla y pasó a la historia de la tauromaquia como el más corneado de los diestros, 58 cogidas en el tendido, 58 puñaladas con pasaje para la enfermería, 58 ayes contenidos en las gargantas, 58 corazones dolidos. Pero él por eso nunca se cortó la coleta. Valiente como ninguno, salía al ruedo a dejarse cornear en aras de la fiesta nacional y eso, en Fuentes, importaba mucho más que el arte con el capote o la espada. Lo apreciado eran el riesgo, la sangre. Un torero que no se arrimara no merecía llevar ese nombre por los pueblos de España.
Tal vez por eso, cuando en 2011 Diego Puerta murió, en Camas, víctima de un fallo multi orgánico, los aficionados fontaniegos enterraron el valor y la esencia de la tauromaquia. Se iba el torero más admirado, el diestro que se mantuvo en la cima durante 14 años de profesión -de 1960 a 1974- obtuvo 300 corridas, de las que salió por la enfermería en 58 ocasiones. Es decir, una cornada por cada cinco corridas, 30 de ellas de extrema gravedad. ¿Era artista o no era artista? Eso era lo apreciado por los aficionados. El valor por encima de todo.
Diego Puerta llenaba el bar de Antonio Catalina todas las tardes de toros. Emilio el Trapero le echaba de comer corriendo a sus vacas y se iba al Catalino a ver la corrida. Allí le guardaba la silla a su amigo Pepito Ramírez "Garrote" que, a su vez, le había dado de comer a su vaca “Marchenera". Cuando terminaba la corrida, cada uno salía por su lado para el ordeño mientras soñaban, medio hipnotizados por los pases vistos en televisión, con una cornada bien dada en el muslo del torero. Otras veces iban a la taberna de Ángel Gómez, frente a la estación, otro enamorado de Diego Puerta. Allí, Garrote aparcaba su Bultaco para tomar café con leche adelantando los lances de la corrida a la vista de las fotografías colgadas en las paredes. Cada tarde, una corrida. Cada tarde, todos los bares llenos de hombres embelesados ante el televisor. Fuentes romana.
En la Feria de Fuentes montaban una plaza de toros portátil, a la que siempre venían novilleros y toreros de segunda división. Muy aficionados a los toros eran el médico don Juan Alejandre y José el Escolástico, que vivía en la calle el Bolo. El escolástico se hacía el gracioso en la plaza. Hasta que una tarde le gasto una broma sin gracia a don Juan Alejandre. No llegó a rodar la sangre por el tendido, como en el ruedo, porque los asistentes a la corrida los separaron, que si no..
El Fuentes no sólo tuvo espectadores sedientos de sangre. También tuvo aspirantes a gladiadores, aunque de escaso éxito. Uno de ellos fue el mismísimo Román Catalino, que llegó a ser novillero en 1961. Matazorras era su mozo de espadas y su hermano Pepe Catalino, su apoderado. Otros que en aquellos memorables años sesenta llegaron a coger los trastos de matar fueron Francisco Benítez "Kiko", en septiembre de 1955, Antonio Lora “Españita” y Antonio Muñoz “Malojo”. Román, Matazorras, Malojo, Kiko y Españitas, cuatro gladiadores de cuando Fuentes era romana.