Es fácil andar por calles y veredas cuando tu cuerpo es ágil, ligero, sorteando baches, aceras ocupadas por coches, toldos y desniveles. En ese tiempo no prestas atención a las personas que pasan a tu lado ayudadas por un andador, en una sillas de ruedas o apoyadas en un bastón. Luego van pasando los años y comienzas a mirar con otra mirada. Ves a las personas que durante años eran ágiles, ligeras y van dejando de serlo. Cada vez las ves más, las sientes más cercanas, las calles se llenan de ellas.

De pronto sientes que tu pueblo ha envejecido, tú has envejecido sin advertirlo. Te preguntas dónde está la juventud que nos alegra las calles con sus risas, con su vitalidad y su imprudencia, necesaria a veces. Hemos convertido la sociedad en espacios estancos, a cada espacio según la edad, a cada edad según su interés. La ilusión de la individualidad y la persecución como obligación de la felicidad nos hace vivir de espaldas los unos a los otros. Lo triste es mirar un pueblo envejecido y que, sin embargo, todos nuestros esfuerzos se dirigen a ser jóvenes, aparentar serlo, porque nos enseñan que es ahí, en la juventud, donde está la vida.

Nos separan, nos separamos, en guetos sin apenas tocarnos, en la diversión y en el ocio, en los cuidados y en el aprender unos de otros. Siempre he pensado que hay que aprender y mucho de las personas jóvenes, pero también ellas y ellos tienen que aprender de los que ya no lo somos. Sería bueno tener espacios de encuentro, de vivencias, de aprendizaje y de diversión donde se intentara vencer el individualismo que nos va haciendo más solitarios, más infelices, más insolidarios.

Un pueblo como Fuentes, cada vez más envejecido, debería plantearse la colaboración ciudadana, facilitar el transcurrir de peatones para la infancia (Fuentes un pueblo por la infancia, ¿recordáis?) a la vejez. Evitar, en la medida de lo posible -y es muy posible- el tráfico en las calles, disponer de más arboledas y lugares públicos donde realizar actividades al aire libre de colaboración vecinal, cultural, como el acudir el alumnado andando a los colegios y al instituto.

Sería un paseo de aprendizaje y amistad con el alumnado caminando por las calles protegidos y cuidados por los mayores sin apenas ser percibidos, sólo atentos al discurrir del alumnado. Crear y vivir el ocio callejero, sin que tenga que ver con religión ni consumo. Vida al fin y al cabo. Es el grupo el que da sentido a la sociedad y cuando ésta envejece hay que intentar dar energía a esa misma sociedad para no morir.