Leído en la noche del 8 de agosto del 2025.  Podría haber sido leído en el verano de 1936, de 1914, de 1915… No aprendemos, no aprenderemos nunca.
Gaza, cuántas veces hemos pronunciado ese nombre, para dolernos, para compadecernos, pero siempre en la distancian, a veces con lágrimas en los ojos cuando oímos testimonios como el de Raúl Incertis, anestesista recién llegado de Gaza, que nos cuenta de niños mutilados a los que tienen que operar sin anestesia, madres desesperadas, con la mirada perdida viendo morir a sus hijas e hijos de hambre.

En  Gaza los niños no lloran para no gastar energía y porque saben que el mudo no los escucha, saben que estamos sordos, que apartamos la vista cuando vemos sus imágenes famélicas, cuando nos muestran, mientras permanecemos seguras y seguros en nuestras casas, cómo les disparan cuando van a recoger un poco de comida, en la cabeza, en los genitales como un juego macabro imposible de asimilar, porque eso solo se puede hacer perdiendo la humanidad, no deshumanizando a ese niño, a esa mujer, a ese hombre que no tienen otra opción que arriesgar sus vidas para poder comer, para poder llevar un poco  de harina a su familia.

¿Qué estamos haciendo? No queremos verlos, nadie quiere verlos, son simples imágenes sin nombres que van dejando sus muertos atrás para huir, siempre huyendo a ninguna parte, porque para el pueblo palestino no hay futuro mientras seamos incapaces de mirarlos a los ojos y decir: hermana, hermano, hoy estoy aquí a tu lado, a pesar de la distancia, a pesar de los poderosos, de los desalmados y asesinos. Si comprendiéramos que cada una de nosotras tenemos el poder de salir a la calle unidas a miles, a millones, de hermanas, de hermanos, de seres humanos, y gritáramos: NO AL GENOCIDIO EN GAZA, CONDENAMOS A NETANYAHU Y A TODA SU ESTIRPE MALDITA. Porque, como dijo Desmond Tutu “Ser neutral en medio de las injusticias es tomar partido por el opresor”.

Quisiera terminar con el poema Masa de César Vallejo, que nos trasmite ese poder que tenemos la humanidad, el compromiso que debemos tener con las víctimas del poder, de la ambición y al violencia.

Al fin de la batalla,
y muerto el combatiente, vino hacia él un hombre
y le dijo: «¡No mueras, te amo tanto!»
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.
Se le acercaron dos y repitiéronle:
«¡No nos dejes! ¡Valor! ¡Vuelve a la vida!»
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.
Acudieron a él veinte, cien, mil, quinientos mil,
clamando «¡Tanto amor, y no poder nada contra la muerte!»
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.
Le rodearon millones de individuos,
con un ruego común: «¡Quédate, hermano!»
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.
Entonces todos los hombres de la tierra
le rodearon; les vio el cadáver triste, emocionado;
incorpórese lentamente,
abrazó al primer hombre; echóse a andar.

Apenas decido publicar este texto leo la noticia del asesinato, junto a varios compañeros, del periodista de Al Jazeera, Al Sharif y ya casi nada tiene sentido, el poema se queda tiritando de frío, la voz de María Callas que suena en el tocadiscos parece llorar, acaso lo esté, no queda otra manera de ser humana en estos momentos.

Me permito hacer por escrito, en este medio, una llamada a los fontaniegos y fontaniegas para el día 19, martes, a las nueve de la noche en el paseo Santa María la Blanca, para expresar nuestra repulsa ante el genocidio en Gaza, ante todos los genocidios que nos deshumanizan. Solo será estar allí, juntas, juntos para sentir el dolor de un pueblo que necesita ser oído, recordado.