Una situación critica en términos de precio de la energía está conduciendo a la alta política en Bruselas a replantearse el modo en el que está regulado el mercado eléctrico en la UE. Pero la situación dramática estaba ya anunciada antes de la guerra de Ucrania. La guerra ha acelerado la visión de la segura catástrofe si seguimos sin querer afrontar el verdadero problema.

Los fósiles y la nuclear producen cambio climático, dependencia exterior extrema, concentración de poder, riesgos inasumibles para la humanidad, destrucción de países, expolio colonial, muerte, guerras y emigración. Desigualdad local y global.

La necesidad de reformar un mercado eléctrico intervenido en favor de los lobbies energéticos era evidente con guerra en Ucrania o sin guerra en Ucrania. Un mercado marginalista con normas para facilitar la acumulación de beneficios de los grandes grupos propietarios de productoras y comercializadoras es sencilla y llanamente capitalismo neoliberal. La formación de leyes en el estado solo para beneficio de unos pocos.

La causa principal, coyuntural, de la subida del precio de la energía es haber hecho una apuesta bélica para “solucionar” la guerra en Ucrania, en lugar de una apuesta diplomática que tal vez la hubiese parado en las primeras semanas. Disculpen la broma en la tragedia, lo salado no se borra con más sal ni lo dulce con mas azúcar, la guerra no se apaga con más guerra.

En lugar de ahondar en la diplomacia, y actuar decididamente a favor de la conversión del modelo energético hacia las renovables, con el vector hidrógeno, la política de la UE ha ido a equiparar como verdes la nuclear y el gas. Una aberración científica. En lugar de tomarse en serio la reducción drástica del consumo energético con políticas efectivas sobre el transporte, la edificación, la industria, la agricultura, el comercio o el consumo, se pretende sostener el sistema quemando carbón y aumentando la vida de las nucleares. Riesgo sobre riesgo.

Esto ocurre en Europa, con una Alemania cogobernada por liberales, socialdemócratas y, atención, verdes (convertidos al belicismo), que vuelve a quemar carbón como en los tiempos de la lluvia ácida que dañaba la salud de la naturaleza, la agrícola y humana. ¿Quiénes mandan de verdad? En la agenda política de Macron y Scholz está incrementar el riesgo de accidente nuclear en territorio europeo alargando la vida de las viejas y obsoletas centrales nucleares. Parte del gas ruso que ya no llega se está sustituyendo por gas de fracking de EE.UU. La política ambiental, la lucha contra el cambio climático (qué verano estamos viviendo) y la reducción de la dependencia, a la mierda. Nuestra soberanía en manos del decadente imperio americano, de Rusia y de China. Qué listos nuestros gobiernos.

Para afrontar la escalada de los precios de la energía y sus consecuencias para las mayorías sociales y las empresas productivas es preciso parar la guerra. La principal política europea de defensa debería ser instigar una solución diplomática y no alimentar el combate. Sí mister Borrell, preferimos la mantequilla a los tanques, somos mejores que usted. Con la guerra están ganando los lobbies del armamento, los de la energía y las materias primas, y seguirán haciéndolo. El principal damnificado es el pueblo ucraniano pero toda la humanidad está en riesgo extremo.

En este momento los gobiernos europeos saben del riesgo de insurrección de la población, basta ver lo que está pasado en Reino Unido, los avisos en España, Alemania y Francia, y recordar las movilizaciones de los chalecos amarillos en Francia o el transporte en España. El fascismo acecha en Italia sin camuflaje. Es evidente que hay que intervenir sobre los precios de la energía y subvencionar su acceso a las capas más desfavorecidas. Acabar con el mercado eléctrico marginalista era una necesidad antes de la guerra en Ucrania, ahora es imperioso. Produce beneficios caídos del cielo a las eléctricas y energéticas, propiedad de señores que viven en mansiones lujosas para los que el mundo es un cortijo de su propiedad.

Pero no basta. Mucho menos quedarse solo en la extensión del “modelo ibérico”. Se precisa un verdadero control público de todo el proceso de producción, distribución y comercialización de la energía. Se precisa al estado como propietario. Son imprescindibles empresas públicas de energía y banca pública que las ampare en caso de necesidad. Empresas que, en competencia con las privadas, establecerían directamente las condiciones para que el acceso a la energía no fuese un factor determinante en el incremento de la desigualdad. Esa es la auténtica reforma del mercado energético que necesitamos en España. Y ayudar a parar la guerra. Dicen, como siempre, que no se puede, pero sí, sí que se puede.