Yo no conocí a mi bisabuela, a la Moma. Sin embargo, me siento conectada a ella por un rosario de palabras que han viajado desde su boca a la de mi abuela, tías y madre hasta llegar a mis labios y a mi lengua. No la conocí y, sin embargo, soy en parte por ella. Porque soy lo que pienso, lo que digo, y cómo lo digo. Me gusta descubrir entre mis expresiones "señó del calvario", "bendito sea el poder de dios que tan grandísimo es" o, una de mis preferidísimas, "lo que ve el que vive". Me gustan. Y no quiero que se me pierdan en los vericuetos de la uniformidad del habla o las muletillas millennials.

Yo quiero hablar como mis viejas. Quiero seguir usando ese patrimonio familiar hecho de símbolos, y metáforas propias. Quiero decir amnistia y no amnistía, como aquella tía abuela asustada porque su fachada amaneció pintada con ese palabro tan raro que ella no sabía qué significaba. Y quiero decir "que viene la fiscalía", como mi bisabuelo intentando asustar a la Moma porque era estraperlista -el único muerto de miedo era él, el pobre-.

Cuando escucho estas expresiones algo me conecta con mi familia de una forma íntima y apretá. La complicidad que nace de estas palabras es de las mejores herencias que me han dejado. Ver cómo en los labios de la otra asoma una sonrisa cuando una dice "este melón está mercedes" o "pregúntale a la señorita perrojata". Somos los motes socarrones que inventaron, somos las perlitas de sabiduría que soltaban en medio de una charla de vecinas. Ese idioma propio y acogedor como una casita con sombra de parra.

Hace unos días me encontré por el barrio una pintada que dice “abla como tu aguela”. Y apareció ante mí esa boquita piñonera de un rojo vino brillante de mi abuela Remeditos diciendo "dispensa" y "mocita" y "amasco" y "fiesta de la Ermita". Y entendí todo esto que ahora cuento. Que el patrimonio oral de mi gente es tan rico y necesario como cualquier recopilación académica de vocabulario y modismos porque me constituye, porque me da identidad. Porque me dibuja el camino del que vengo, esa Historia chiquitita, de puertas pa dentro, que es la que más interesa.

(Este artículo se publicó originariamente en "El topo tabernario")