Es noche cerrada y hace frío a pesar de que es verano. Mi amiga me ofrece una manta que compartimos las dos, la misma que nos ha acompañado todo el viaje a través de valles y montañas. No sé cuánto tiempo llevamos caminado, ya no recuerdo el rostro de mi madre diciéndome adiós, entregándome todos los ahorros de su vida de miseria y trabajo. A ella no podré contarle nunca todo lo que nos ha ocurrido en nuestro largo trayecto, se moriría de pena y de vergüenza. Mejor callar.

Ella fue la que me animó a salir de mi pueblo: “Aquí no hay futuro, hace tiempo que las sequías y las guerras nos lo quitaron”. En las noches de inverno nos contaba cómo  la  madre de su madre les contaba, a su vez, que en un tiempo lejano nuestras tierras eran fértiles y nuestras ciudades hospitalarias y prósperas. Todo eso quedó atrás.
Amanece, nos ponemos en marcha, ya queda poco. A lo lejos se divisa el mar. Nos embarcaremos y pronto estaremos en el continente donde dicen que corren ríos de leche y miel. Es cierto que para llegar a nuestro destino tenemos que cruzar una valla donde a veces se pierde la vida, pero ¿acaso no la tenemos ya perdida en nuestra tierra?

Sigamos adelante, la vida nos espera. Dios nos ha protegido y por fin hemos desembarcado en el continente que un día fue maldito y hoy es la esperanza de los pueblos arrasados por guerras, sequías, escasez y corrupción. Todo se está complicando, llevamos semanas en los montes de los alrededores de Nador, donde apenas tenemos qué comer ni qué vestir, nos pasamos el día mirando el muro, pensando cuándo podremos pasar al otro lado. La policía no nos deja acercarnos a la ciudad a comprar comida, bebemos y nos lavamos en un arroyo, hacemos nuestras necesidades en cualquier lugar. Somos seres humanos empujados a vivir como animales salvajes. Ningún ser humano es ilegal por haber cruzado una frontera huyendo de la guerra o de la miseria. ¿Estamos en el siglo XXI o hemos regresado a la edad de piedra? Nos tratan como alimañas.

Por fin, hoy es el día de saltar la valla. No tenemos nada que perder. Sólo la vida, pero esto que vivimos no es vida. Salimos de los escondrijos de la montaña al amanecer, todas y todos juntos, formando una piña para darnos valor. Corremos. Nos persiguen. Escalamos. La policía española nos dispara, estamos asustados, exhaustos, no podemos más. Vamos cayendo desde arriba, algunas malheridas, otros apenas vivos. Una vez en el suelo nos apalean. ¡Cómo pueden ser tan desalmados! Mi amiga cae junto a mí. ¡Muerta! Solo ha podido ver desde lejos Europa, la tierra prometida. Yo permanezco tendida en el suelo mientras me pegan una y otra vez. A lo lejos creo entrever ríos de leche y miel, pero están muy lejos, no podré llegar hasta ellos. Si no puedo esta vez, lo intentaré de nuevo si sigo viva. Dios y las personas buenas del otro lado de la valla me ayudarán.