Imagina que viajas a un país extranjero. Es fácil si lo intentas.
Imagina que no conoces su lengua.
Imagina que te miran con recelo y a veces con desprecio.
Es fácil si lo intentas.
Imagina que solo quieres trabajar, poder ayudar a tu familia que quedó lejos, que espera tu jornal para comprar comida, ropa, tal vez una casa, tal vez un terreno para sobrevivir, tal vez para que tus hijos puedan estudiar y no tengan que ir a un país extranjero, o sí, pero para ser reconocidas como personas que vienen a aportar y no a quitar.
¿Quitar? ¿Qué? Tú solo quieres trabajar dignamente, en trabajos que tal vez nadie quiere hacer: Recoger fresas, ajos, uvas, tomates, calabacín, melón, sandía pepino, cuidar…
Imagina que una mañana coges un autobús que te lleva a trabajar, pongamos a recoger ajos.
Es fácil si lo intentas.
Imagina que el autobús tiene un accidente y de pronto te ves herido, herida. Tal vez entiendas la lengua de los sanitarios, de los psicólogos, si es que los hay, o quizás no entiendas apenas nada. Quieres hablar con tu familia que está lejos o tal vez cerca pero no entiende nada, casi anda.
En las primeras horas eres noticia, luego poco a poco se van olvidando de ti. Tal vez tengas suerte y te atiendan a lo largo del tiempo, te reconozcan tus derechos como trabajador/a.
Imagina que no tienes papeles y te quedas en un limbo.
¡Es que no puede ser! Esto es un “un coladero” ¡Todo el mundo viene aquí a quitarnos el trabajo!
Sí, a ellos les encanta vivir entre plásticos, en cocherones, trabajar de internas cuidando a nuestros mayores…
Imagina qué pensarías de las personas de ese país extranjero que, tal vez, necesitan tus manos, tus cuidados, tus materias primas que las extrae de tu tierra con acuerdos espurios.
En fin…imagina.