El espacio habitable de un coche se suele entender como un lugar privado, una extensión del hogar. El problema es que este “domicilio” invade espacios públicos. En él nos sentimos en casa, tenemos derecho a reír y llorar, pero sobre todo, tenemos derecho a insultar. Sintiéndose seguros en la estructura metálica de la carrocería, algunos se sienten en la obligación. Los insultos están presentes en nuestra vida, aunque el repertorio suele ser bastante limitado, de cabrón o hijo de puta no se suele pasar. No se le llama a nadie gaznápiro, rebañaorzas, gazmoño, saltabalates, fulastre, habahelá o patán.
En el fútbol es la multitud la que convierte a enanos en gigantes por mor del anonimato. He asistido, por trabajo que no por gusto, a partidos en los que había individuos que corrían en paralelo al juez de línea al otro lado de la valla, insultándolo durante todo el partido. Supongo que el deporte en sí no les importaba, pero sí tener la posibilidad de focalizar las injusticias de la vida en un señor con pantalón corto. Sospecho que mientras vituperaba al linier, veía la cara de su jefe, de su suegra o el documento de la hipoteca de su casa. Durante años, cada quince días acudía al viejo estadio de Los Cármenes (sí, sí, trabajando). En una esquina de la grada principal del viejo estadio del Granada C.F., había un tipo que lo único que hacía era desgañitarse ofendiendo al secretario técnico del club. Aquel histérico futbolero gritaba cada poco “¡Joseitooooo, cabesssóooooon!”, así 90 minutos, así domingo tras domingo, temporada tras temporada.
En muchos casos la palabra gruesa esconde frustraciones, envidias y hasta deseos ocultos. ¿Cuántos matones de esvástica, cabeza lisa y mente plana, llaman a alguien maricón desde las profundidades del armario? ¿Cuántos hombres que se saben inferiores, dicen eso de “mujer tenías que ser”? ¿Cuantos botarates tienen miedo de que un inmigrante sin formación, que desconoce el idioma y no tiene papeles, les quite el trabajo? Hay que estimarse muy poco, aunque quizá se valoren tal cual merecen.¿Cuántos cipotes quieren volver a un mundo ya desaparecido en el que ellos valían sin valer para nada, sin tener que hacer nada, solo por haber nacido aquí y ser hombre no gitano?
Para insultar también comparamos a las personas con animales, hablamos de cerdos y buitres, ratas y burros, gusanos y moscones, perros y zorras, gallinas y focas, lagartas y mosquitas muertas. Es curioso que el insulto se potencia si se feminiza el término. Ya sea para hombres o mujeres lo femenino es más humillante. Pero claro que a una mujer le llamen femenina, lejos de ser un agravio sería un halago. Insulta el que puede, no el que quiere, porque hay presuntas ofensas que no lo son para la persona receptora. Llamarle gitano a un calé, más que un insulto debe ser un motivo de orgullo, incluso cuando el tono sea hiriente.
Aún así el tono hace daño. Hace años, caminaba por una calle de una ciudad en un país subsahariano, haciendo fotos para el periódico para el que trabajaba y oí cómo un chaval me llamaba con tono jocoso “blanco”. A mí no me pareció un insulto, tengo la piel descolorida. Blanco y qué, me dije, pero pensé en que no me sentiría tan bien si cualquiera que se creyese superior a mí o me tuviera miedo por desconocido o creyera que le iba a quitar el trabajo, me llamase blanco y además eso me sucediese cuarenta veces al día.
Hay incluso profesiones que el miedo convierte en palabras malsonantes, así que cada cierto tiempo cambian de denominación. De sacamuelas se pasó a dentista, de dentista a odontólogo, de odontólogo a estomatólogo. Estoy expectante por saber cuál será el nombre de ese oficio en unos años. El insulto de moda viene de Estados Unidos. Hace cinco años, George Floyd, un afroamericano, fue asesinado por un policía llamado Derek Chauvin, que lo asfixió contra el asfalto. A partir de ahí nació una nueva palabra, woke, que literalmente significa desperté. Hace referencia a la concienciación de la sociedad ante la injusticia racista y, por extensión, a todo tipo de discriminación por razón de etnia, sexo, preferencias sexuales, religión, ideología, etc.
La caverna filo nazi mundial ha conseguido convertir la solidaridad con el oprimido en un oprobio ¿Cuál sería el antónimo de “woke”? ¿Insolidario, egoísta, machista, racista, cómplice de asesinato? Creo que aún no existe la palabra, pero de existir, sería un gravísimo insulto, desde luego para mí sí. Por eso, si alguien me quiere insultar, que lo haga, es posible que no esté capacitado para hacerlo, pero no lo conseguirá llamándome woke porque para mí es todo un honor serlo. Ojalá despertemos todos y nos opongamos al abuso sistemático, al genocidio consentido, a la impunidad de los asesinos. Don Quijote se sentiría orgulloso de que su actitud vital se extendiese por todo el mundo.