Cerca de mi casa hay un bazar chino en el que se venden desde pelapatatas hasta lencería femenina. Hay jarrones orientales, pero no son de caolín de Jingdezhen, sino de plástico. Si se rompen da lo mismo, son baratos y sirven para contener flores también de plástico. Los jarrones de la dinastía Ming están cotizadísimos, sobre todo porque cada vez hay más ricos en la República Popular China, que tiene tanto de comunista como el fundador de Burger King. Si uno tiene la lana suficiente como para dedicarla a la adquisición de un florero histórico, tendrá que encontrar un lugar seguro, a la par que vistoso, para colocarlo.

Un personaje interpretado por John Huston en “Chinatown” de Roman Polansky pronuncia una frase que da que pensar. “Sólo las prostitutas, los edificios feos y los políticos, se vuelven venerables si duran el tiempo suficiente”. Una mujer prostituida que sobreviva a lo insoportable durante mucho tiempo se convierte en madama. Los edificios horrendos son declarados “Bien de Interés Cultural”. Los políticos nefastos se transforman en prohombres.

La democracia española va acumulando exmandatarios de distintos partidos que, a nada que sean longevos, acaban siendo honorables. Tienen un valor excepcional, capacidad de liderazgo y dotes de mando, experiencia en resolver crisis y gestionar enormes presupuestos. Hasta saben darse un paseíllo delante de tropas uniformadas. Los expresidentes del gobierno tienen tanto valor que deberían estar expuestos en un museo como piezas únicas.

Felipe González popularizó una analogía entre búcaros y políticos. “Los expresidentes son como los jarrones chinos, tienen tanto valor que nadie sabe dónde ponerlos”, dijo con su labia proverbial. El mayor de todos los jarrones chinos made in spain es precisamente él. Dicen que los tiburones en cuanto prueban la carne humana ya no pueden parar y se vuelven antropófagos, algo así como cuando uno prueba las patatas con sabor a patata y se acaba comiendo la bolsa entera. Pero es totalmente falso, a los tiburones no les gusta la carne humana, donde esté la de foca gorda que se quite la carne de informático orondo.  

A diferencia del tiburón, por algún motivo, cuando un político prueba el sillón se queda adherido a él con superglú y ya no hay forma de despegarlo. Debe de ser la erótica del poder. Cuando lo desalojan de su despacho, con sillón y todo, siente la necesidad de seguir mandando. Como dijo Giulio Andreotti, el “indespegable” político italiano al que le encantaba darle besos a Totó Riina, jefe de la Cosa nostra: “El poder desgasta… al que no lo tiene”.

Felipe González consiguió trasformar las estructuras económicas y sociales de España y nos puso en el mapa. Es un personaje histórico, aunque cuando preguntan por él la mayoría de universitarios no saben si fue un cantante, un autor de zarzuelas o una marca de vino de Jerez. En su papel de respetable porcelana china se ha convertido en un traidor, pero no a sus amigos ni a su país ni a su partido, sino a sí mismo. Parece como si estuviera harto de prestigio, de que todo el mundo hable bien de él y quisiera dinamitar su buena reputación. Quiere seguir dando órdenes, supongo que se sigue viendo en el sillón y cree que aún está al mando. Con menos vista que Mr Magoo, cada vez que patrocina a un candidato a líder, la militancia siempre escoge al otro. Donde pone el ojo aparece un tuerto.

El mejor presidente del mundo y parte del extranjero, el que nos metió en una guerra con un país desconocido y quiso manipular las elecciones generales, mintiéndonos en unos momentos terribles, José María Aznar es el que le dice “cómo están las cosas” a la derecha montaraz y la ultraderecha neo-franquista. También tiene menos vista que Pepe Leches para elegir herederos. Casado y Ribera también son ex, pero no llegan a la categoría de jarrón chino, se quedan en silenciosos botijos ibéricos. Esperanza Aguirre, en orza capaz de conservar cualquier cosa, desde chorizos hasta ancas de rana.

El caso de Podemos me recuerda al periodo histórico que siguió a la revolución francesa, “El Terror”. La revolución morada acabó devorando a sus líderes. Uno por uno fueron subiendo al cadalso y sufrieron las caricias de Madame Guillotine. Pablo Iglesias perdió su coleta de la dinastía Qing, pero sigue moviendo los hilos de las sombras chinescas.

Felipe y Aznar, como Hernández y Fernández, son ahora muy “amigüitos”, comparten escenario, uno acaba las frases del otro. Sueñan con un gobierno de coalición en el que se implanten sus neoliberales y apolilladas políticas. Ahora son apuntadores chorreantes de sabiduría que no guardan silencio. Deberían saber que más vale callar y aparentar que se es bobo, que hablar y demostrarlo. Bien nos valdría gritarles a los jarrones de Catay y demás vasijas lo que le gritó a Hugo Chávez el delincuente jarrón emérito Juan Carlos I “¡Y por qué no te callas!”.