Han asesinado a Samuel por ser homosexual, por ser maricón. Una "manada" humana lo persiguió dándole golpes durante más de 200 metros hasta matarlo. Ante esto no podemos más que sentir rabia, dolor, tristeza. Nuestro mundo es cada vez más intolerante, más gris y sucio.

Ninguna persona debe ser maltratada, marginada, cuestionada ni sentir miedo, sea la opción sexual o de identidad que elija libremente. ¿Quiénes somos los demás para
juzgar? ¿En nombre de qué moral, siempre producto de una contingencia histórica, podemos sentirnos superiores a otras personas? ¿Nos molesta, acaso, la libertad de
los demás? Son preguntas que quedan en el aire, sin respuestas.

Nadie, repito, nadie debería sentir miedo por ser libre, tampoco nosotras las mujeres deberíamos sentir miedo por serlo, por sentirnos libre y caminar por la calle con la
cabeza alta y el pecho erguido. Mirando al frente. Cuando un mujer es asesinada todas nos dolemos, la sociedad exclama un “¡por Dios, otra!” ¡Qué barbaridad! Cuando el dolor es insoportable como en casos recientes, salimos a la calle y manifestamos nuestra repulsa, pero qué ocurre cuando es poco a poco cuando nos matan, nos maltratan…nos acostumbramos a ello. Nadie sale, salimos, a la calle cada vez que ocurre una injusticia, porque eso es cada vez que una persona es maltratada, vejada por ser diferente al hombre blanco heterosexual.

Como decía al principio, nadie debería ser asesinado, maltratado, oprimido por ser quien es, sea homosexual, mujer, no binario, bisexual negro/a... Da igual, somos una
especie diversa y sólo si somos capaces de entender que nuestro futuro será posible siempre que sepamos remar en la misma dirección con diferentes ritmos y cadencias distintas. De lo contrario seremos sólo un recuerdo en el planeta Tierra que seguirá indiferente al recuerdo de una especie que no supo protegerse a sí misma.