Serían las tres de la madrugada cuando se oyeron unos tremendos aldabonazos en la puerta de mi casa, seguidos de unos gritos que decían ¡abre Rubio!. Mi padre se asomó al balcón y vio a un guardia civil bien conocido en el pueblo por sus modales un tanto bruscos, pistola en mano. Mi padre le dijo "el Rubio vive en la casa de más arriba". Es igual, contestó el civil apuntando parriba. Abre tú deprisa y vamos pa los corrales, que hay ladrones. Nos vestimos todos a toa leche y bajamos a la puerta. Mi padre preguntó qué han robado y el del tricornio, indicando a un sujeto que iba trotando a su lado de una manera ridícula y al que apodaban Morcillón, dijo, le han robado la vaca a éste, así que vamos pa los corrales no sea que la tengan por ahí escondía.  

Junto con el civil y el presunto dueño de la vaca venían otros dos o tres que yo no conocía. Cuando la comitiva se puso en marcha para atravesar mi casa en dirección a los corrales, el Morcillón dijo con infantil entusiasmo, ¡vamos con la pistola! y empezó a trotar detrás del tricornio. Mi casa tenía una puerta que daba al Postigo y otra puerta que daba a lo que llamaban las Moreíllas, espacio al que se llegaba después de atravesar dos o tres patios-corrales y que colindaba con los corrales de algunas casas de la calle San Francisco, entre ellas la del tal Morcillón.

A partir de ahora, por sus gestos y comentarios, al supuesto dueño de la vaca lo llamaré el tonto Morcillón. El civil, pistola en mano, supongo que tenía el seguro puesto, le dijo a mi padre, venga, tú delante, ve encendiendo las luces y llévanos a los corrales. Cuando atravesábamos el patio, el tonto Morcillón miraba hasta en las macetas por si veía a su vaca pastando la hierbabuena o el perejil. A cada exabrupto del tricornio correspondía el otro con una gilipollez. Pasada la cocina ya no había luz eléctrica y el civil encendió una linterna de aquellas de petaca.

La cocina daba paso a un patio empedrao con una parra bajo la cual cenábamos las noches de verano. A la izquierda había una zahúrda de techo muy bajo que hacía mucho tiempo que no tenía ocupante y contra la puerta de la cual, en su afán escudriñador, el tonto Morcillón se pegó una leche de cuidao. El civil, que con la mala baba que gastaba deliberadamente había dirigido el foco de la linterna hacia arriba dejando la zona de la zahurda a oscuras, le dijo al oír el topetazo, Morcillón que te vas a rompé los cuernos, no ves que por esa puerta no pasa una vaca ni a rastras.

Un poco más alante había una conejera sobre la que no hubo comentario alguno. Confundir un conejo con una vaca habría sido demasiado hasta para el tonto Morcillón. Pasamos a un segundo patio corral, también empedrao, donde estaba el limonero injertado. La mitad del árbol daba naranjas agrias y la otra mitad limones. También había un pequeño cobertizo y en un rincón del mismo, en invierno, poníamos unas trébedes y encendíamos una candela donde calentar agua el día del lavado de la ropa. También había un par de lebrillos de loza encima de unos cajones de madera con sus correspondientes refregaeras y una tinaja con cal y agua que decían que era para desinfectar la ropa y otra con agua y ceniza que llamaban la clarilla y que servia para darle a la ropa blanca un tono ligeramente azulado.

De esta última estuvo a punto de sacar el tonto Morcillón el hocico encenizao de tan hondo como lo metió buscando su vaca. Este recinto quedaba cerrado por una puerta con un cerrojo que mi padre abrió franqueando el paso a la comitiva. La puerta era estrecha y, como íbamos a oscuras, el tonto Morcillón y el civil en su afán por pasar primeros quedaron entretallaos en el hueco. Como era de esperar, en el forcejeo el Morcillón llevó la peor parte, ya que el civil hacía cuatro como él y así salió despedido yendo a aterrizar sobre un montón de mierda de gallina que había unos metros más allá.

Pasada esta puerta salimos al último corral, que también tenía una puerta con un cerrojo y colindaba con el espacio abierto por la parte trasera conocido como las Moreíllas. Este recinto quedaba delimitado a la derecha por una tapia alta que lindaba con la casa de los Potros. Este último corral de nuestra casa era una franja estrecha y alargada y allí teníamos el palo del gallinero, un chocillo donde las gallinas se refugiaban de los calores del verano, una tinaja tumbá para que pusieran los huevos y un pequeño cobertizo. El civil preguntó "y aquí que hay". Al contestarle que un excusao se fue hacia allí inmediatamente, con el Morcillón detrás, y al poco se oyó decir al del tricornio, anda Morcillón vete a mirar el gallinero y déjame mear tranquilo. El gallinero lo dejaron bien alborotao.

A la izquierda y en paralelo a este corral estrecho y alargado, separado de él por una tapia de no más de medio metro de altura, estaba el solar que conocíamos como las Moreíllas. El tiempo transcurrido tal vez me haga exagerar o quedarme corto, pero yo diría que bien podría tener la superficie de un campo de fútbol. Aunque el haz de la linterna no alcanzaba más allá de dos o tres metros, el civil dijo coño, aquí cabe una vaca y una piara, pero no veo que haya donde esconderla. A to esto, el Morcillón no paraba de señalar algún punto impreciso en la oscuridad diciendo allí, allí, se mueve algo.

El civil dirigió el foco de la linterna hacia la tapia más alta de las que circundaban el solar y le preguntó a mi padre si tenía una escalera lo bastante alta para mirar al otro lado de aquella tapia. Mi madre dijo voy a buscarla, pero entonces el otro volvió a preguntar quien vive ahí? Ahí vive Pepe Conde, pariente del secretario del ayuntamiento. Entonces no hace falta que vayas a buscar la escalera, ahí no hay ladrones. Después se volvió hacia la tapia que quedaba a nuestra espalda y preguntó qué había al otro lado. El corral de Francisquito P. le contestaron. Tiene una piara de cabras y un cabrero muy eficiente, dijo otro con sorna. Echemos un vistazo, dijo el civil.

No hacía falta escalera, un amontonamiento de tierra permitía inspeccionar el corral del vecino que no era muy grande. Tan sólo asomar la cabeza por el borde de la tapia, el Morcillón dijo a voz en grito, ahí hay un bicho con cuernos. ¡Y vaya cuernos! El civil apuntó la linterna al bicho y dijo, Morcillón eso es un carnero, no una vaca. Alguno hizo un comentario jocoso sobre la soberbia cornamenta del carnero que no dejaba muy bien parada la honorabilidad del dueño de aquella casa. Desgraciadamente para él no tardaron en salir a la luz hechos que efectivamente dejaban bastante malparada su honorabilidad. A mi me supo mal porque era un buen hombre.

Pero, en fin, volvamos a la vaca de Morcillón. El civil ya tenía la mosca detrás de la oreja y se temía que el tal Morcillón le hubiese levantao la camisa y así, después de dar una vuelta más o menos amplia por las Moreíllas, pistola en mano y enfocando la linterna hacia todos los matojos que podían servir de escondite a un posible ladrón, no viendo nada que le llamara la atención dijo venga, Morcillón, llévanos adonde tenías la vaca. No la tenía, la tengo, dijo el otro. Pero a ver, Chorizón, Morcillón o como coño te llames, no decías que te la habían robado. No, he dicho que me la querían robar. Pero que es lo que has visto para decir que te querían robar la vaca. He visto tres sombras agachadas detrás de una estercolera que hay delante de mí corral.  Anda la hostia ¿y no estarían cagando?. ¿A estas horas? dijo el Morcillón.

La cagalera no tiene horas y en este pueblo hay mucha. Si lo sabré yo, contestó el civil. Cansado de aguantar la pistola, al final la metió en la funda y dijo venga se acabó la fiesta, ca mochuelo a su olivo. Y tú, dirigiéndose al Morcillón, de aquí a un rato te pasas por el cuartel que tenemos que hacer un informe para el comandante de puesto. No hubo ninguna disculpa para aquellos que habían levantado de la cama a punta de pistola a medianoche sin ninguna causa que lo justificara pues para inspeccionar las Moreíllas y aquel espacio abierto que el civil llamaba los corrales podían haberlo hecho directamente desde la calle San Francisco sin necesidad de atravesar nuestra casa ni pasearnos la pistola por las narices. Esto lo sabían perfectamente el civil y el Morcillón.