La presentadora nos habla de los amoríos de Shakira y Piqué, en los subtítulos aparece el aumento de infecciones por el covid, otro texto nos advierte de la última matanza en Ucrania. Una nueva noticia arriba y nos anuncia la nueva amenaza nuclear del malvado Putin. Sin solución de continuidad seguimos con Jesulín y la Campanario, después viene la última tormenta  tropical en Canarias sin que los supuestos expertos dejen de seguir  hablando de la “inflación galopante” mientras entrevistan, a pie de calle, a una señora y a un carnicero, ambos llorarán la subida de los precios.  Inflación, guerra, peligro nuclear, temperaturas en alza, cambio climático, viruela del mono, coronavirus…. Todas estas catástrofes combinadas con  una buena dosis de salsa rosa nos abrazan día a día al encender el televisor.

Si por el contrario analizamos las redes sociales. blogs y fuentes alternativas de información, generalmente bien intencionadas, nos encontramos un panorama parecido sustituyendo la banalidad rosa por la solemnidad anticapitalista. Cambio climático, colapso, guerra imperialista, la pérfida OTAN, antifascismo pop, patriarcado celular… En fin, nadie en su sano juicio estaría seguro de cambiar de canal.

Este mosaico mental, digno de Bloom en los más tenebrosos pasajes del Ulises, nos muestra el caos perceptivo que debe padecer cualquier televidente usual. El miedo y la banalidad se enlazan hasta producir un cuadro de inseguridad radical y nauseabunda. No es que los medios, alternativos incluidos,  pretendan  generar este estado de confusión, es que lo generan debido a una lógica presidida por la captación y colonización de la atención a toda costa ¿Con qué fin? Ganar cuotas de mercado para su venta al mejor postor económico y/o político. Los medios secuestran la atención y luego piden rescate. El resultado final es la fabricación industrial de ingentes dosis de angustia social. Y este es el terreno mejor abonado para que crezca la semilla del fascismo. Mejor un final terrible que un terror sin fin, que diría Marx. Mejor una certeza definitiva, aunque desagradable, que una incerteza interminable.

Lo he dicho en muchas ocasiones, cuando quiero imaginarme cómo surgió el monstruo nazi en los corazones de los de abajo recuerdo a Bergman. La mejor descripción de la atmósfera psicológica que sirvió como antesala al ascenso del nazismo en Alemania la pueden ustedes encontrar en la película de Bergman El huevo de la serpiente. Un David Carradine hastiado y sombrío hace por vivir en medio de la incertidumbre y la desgana. Las primeras escenas de la película son un pequeño tratado clínico de la psicología del fascismo: nada es cierto salvo que la angustia se ha apoderado de todo. El horizonte de fondo es el desempleo, el matonismo y  un Estado de Derecho roto representado por un policía prusiano atormentado ante la impunidad normalizada del crimen. El fascismo siempre surgió del fracaso de alguna ilusión revolucionaria, nacida como respuesta a la brutalidad del desarrollo capitalista. No hay nazis sin el baño de sangre de los espartaquistas. Ni marcha sobre Roma sin la represión brutal del movimiento obrero italiano. Vox no existiría sin la jauría contra Podemos y los soberanistas catalanes.

La angustia brota de la confrontación, aparentemente irresoluble para el sujeto, entre la incertidumbre (no saber) y el malestar (no poder). Y al igual que esa confrontación se libra en el escenario del yo individual, también se expresa en el teatro colectivo. La angustia social es el resultado de la objetividad del malestar (desigualdad creciente, inflación, guerra, cambio climático, violencia de género) y la impotencia de la subjetividad política (ausencia de estrategias colectivas realmente alternativas). De esta manera la objetividad aplasta al sujeto individual y político.

La angustia social es conciencia de la ansiedad e inconsciencia de las causas de la ansiedad. A esa conciencia de la inconsciencia es a lo que llámanos sentido, que es el algo que va mucho mas allá del significado y que supone un vínculo ontológico entre los fines de la vida social y su compresión. Para que el fascismo triunfe hay que destruir el sentido como nos decía Lukács en el Asalto a la razón. Entre la democracia y el fascismo siempre hay una estación intermedia de obligado paso: la incertidumbre. En medio de una situación de temor y alta incertidumbre la voz fuerte y autoritaria redirige a la manada. Esa voz es el fascismo. Esto es lo que ha ocurrido en Italia ante el caos de una izquierda incapaz de ponerse de acuerdo incluso en los desacuerdos.