Supongamos que alguien tiene una armería en la calle General Armero. Es solamente "un poné". Supongamos que aparece un matón en la Puerta del Monte. Es otro poné. Y que en Fuentes la gente tiene libertad para llevar y usar armas. Parece de cajón que el propietario de la armería de General Armero estará encantado con el matón de la Puerta del Monte, ¿no? Es más, cabría la sospecha de que el matón y el vendedor de armas están compinchados. Pues eso es, ni más ni menos, lo que ocurre en este momento en el escenario de la política internacional. Tenemos en el barrio europeo a un matón (Putin) y a un vendedor de armas (Trump) empeñados en convencernos (por las buenas o por las malas) de que necesitamos armas. El comercial del asunto es un tal Mark Rutte, secretario general de la OTAN.
Los compradores en este caso son los gobiernos de toda Europa, aunque los paganos no son ellos, sino los ciudadanos y ciudadanas europeos. O sea, yo, tú, él, nosotros, vosotros... ¿Qué creéis que puede ocurrir? Pues que habrá más armas, por supuesto. Y que el dinero para esas armas será restado de otras partidas del gasto público, sin duda. Luego vendrá el problema de qué hacer con las armas para que los fabricantes y vendedores (Trump y sus compinches) sigan enriqueciéndose, pero esa será otra historia, posiblemente trágica. A este "procedimiento comercial" se le ha llamado chantaje desde que el mundo es mundo, aunque ahora se le denomine estrategia de seguridad.

"Estrategia de seguridad" es lo que hacía la mafia en el Chicago de los años veinte del siglo pasado. Mandaba a unos matones, los malos (Putin), a destrozarte el negocio y acto seguido aparecían los buenos, (la OTAN) a ofrecerte su estrategia de seguridad a cambio de una módica cuota anual, cuota que repercutía sobre el precio de la mercancía y acababan pagando los clientes. O sea, yo, tú, él... Hay cuatro grandes diferencias entre el Chicago de los años veinte del siglo XX y la Europa de los años veinte del XXI: primera, el uso del chantaje se ha sofisticado; segunda, se ha institucionalizado; cuenta con el respaldo publicitario de una poderosa red de medios de comunicación y, tercera, la población ha asumido como inevitable y la ha normalizado. Todas esas diferencias son importantes, pero hay una quinta aún más llamativa: entonces la gente sabía que los mafiosos eran los malos y ahora cree que son los buenos.
Curiosamente, los mismos que hacen compañas contra los impuestos (Trump y sus acólitos europeos de la extrema derecha) acto seguido le exigen a los ciudadanos que destinen el 5% de las riquezas de su país a comprar las armas que ellos nos quieren vender. Trump es un artista de la magia. Comparado con Trump, Al Capone fue un pringao. Con Trump, el chantaje mafioso se ha adueñado de la política internacional. El chantaje es tan burdo que sorprende la aceptación que tiene en gran parte de la población. El único gobierno europeo que se le ha resistido, aunque sólo en parte, es el español y todo apunta a que pagará la osadía de rechazar el empleo del 5 por ciento de la riqueza del país a comprar armas. En contra de lo que cabía esperar, la amenaza no viene del matón de la Puerta del Monte, sino del armero de la calle General Armero. Aunque el presidente del Gobierno español, Pedro Sánchez, se haya cubierto con la capa del pacifismo no por convencimiento, sino porque podía servirle para tapar algunas de las vergüenzas que Cerdán Ábalos y Koldo les ha puesto al aire.
En cualquier caso, lo que importa realmente es ver cómo casi todos los gobiernos europeos, siervos del señor feudal afincado en la Casa Blanca, se pliegan sin rechistar al chantaje. Lo que realmente importa es asistir a la indiferencia de una población europea anestesiada, hecha a comulgar con ruedas de molino un día sí y otro también. Una sociedad tan insensibilizada que a uno no le queda más remedio que preguntarse ¿qué ha sido antes, el servilismo de los gobiernos europeos o la indiferencia de la población? ¿Todo esto sería posible si enfrente los gobiernos tuvieran a una ciudadanía informada, crítica, activa y organizada? ¿No es la política el fiel reflejo de la sociedad que le da soporte o, cuando menos, la tolera?