Recientemente, Sevilla amaneció con una noticia insoportable: una niña se quitó la vida tras meses de acoso en el colegio. Una vez más se despliega una secuencia conocida: una familia que había denunciado, una dirección escolar que no activó a tiempo el protocolo y una comunidad que ahora busca respuestas entre la culpa y la incredulidad. La Junta de Andalucía ha confirmado la omisión y la fiscalía de menores ha abierto dos investigaciones, una sobre el centro y otra sobre las alumnas implicadas. En el barrio, los muros se han llenado de versiones, los padres se miran con recelo y el colegio se defiende alegando que el protocolo “se puso en marcha”, aunque nadie lo subió a la plataforma Séneca, la que habría alertado a la inspección educativa. Una decisión -afirman- fue tomada por consejo de la terapeuta de la menor. Demasiado tarde para evitar el desenlace.

El uso de redes, teléfonos y otros dispositivos está íntimamente relacionado con el ciberacoso. Los estudios coinciden: cuanto más tiempo se pasa en las redes, mayor es el riesgo de ser víctima o agresor. Pero hay un factor aún más decisivo y que apenas se menciona: los modelos de los adultos. Los jóvenes aprenden no solo de lo que les decimos, sino de lo que ven. Si los líderes políticos, referentes mediáticos o figuras públicas convierten la humillación en espectáculo y el insulto en aplauso, ¿qué pueden concluir quienes crecen viéndolos? Que la violencia verbal da prestigio. Que degradar al otro da poder.

El 49% de los españoles entre 16 y 30 años asegura que se informa a través de las redes sociales. Es decir, millones de jóvenes reciben fragmentos de ese lenguaje político tóxico -convertidos en memes, cortes o vídeos de TikTok- como si fueran entretenimiento o verdad. Los siguientes ejemplos, extraídos en su mayoría de sesiones parlamentarias recientes, se difunden en redes sociales, donde la ofensa se celebra como espectáculo y el insulto se digiere como diversión colectiva. "Ustedes están chapoteando en la sangre de las víctimas de ETA", dijo Ana Beltrán Villalba, senadora del Partido Popular, el 23 de abril de 2024, en el Senado durante una pregunta al ministro del Interior, Fernando Grande-Marlaska.

"Los cimientos de la ley de vivienda se levantan sobre las cenizas del atentado de Hipercor". Esta calumnia fue pronunciada por Pedro Rollán, entonces senador y hoy presidente del Senado, el 17 de mayo de 2023, durante una intervención en el Senado en la que atacó la ley de vivienda apoyada por EH Bildu. "¡Que te vote Txapote!", consigna defendida y utilizada reiteradamente por Isabel Díaz Ayuso, presidenta de la Comunidad de Madrid para vincular al presidente Pedro Sánchez con el sanguinario etarra Francisco Javier García Gaztelu, alias Txapote. También alardea de llamar “hijo de puta” al presidente del gobierno, bajo el subterfugio de "me gusta la fruta".

"El transporte no funciona. La vivienda no se arregla. Para usted todo es un juego de trileros. Usted no defiende ninguna causa noble, solo quiere tapar sus vergüenzas", ha dicho Alberto Núñez Feijóo, presidente del Partido Popular, el 17 de septiembre de 2025, en el Congreso durante una sesión de control al Gobierno. "Por seguir en el poder, todo el mundo sabe que usted pactaría hasta con Netanyahu", añadió Núñez Feijóo ese día. "Solo le preocupa escapar de la cárcel… ustedes dan impunidad a su mujer, a su hermano, a su fiscal… en definitiva, a su mafia", otra perla de Núñez Feijóo. "¿Pero con quién está viviendo? ¿De qué prostíbulos ha vivido?", recriminó el mismo día. "Todos estos años han operado como una organización criminal".

No he encontrado en fuentes fiables ataques verbales dirigidos a Feijóo por Sánchez que incluyan imágenes de “sangre”, alusiones a “prostíbulos”, comparaciones con asesinos despiadados o insultos a familiares que alcancen el nivel de deshumanización de estos ejemplos del PP. Ni siquiera Óscar Puente, ministro de Transportes y habitual de las redes, aficionado a la ironía mordaz, ha traspasado esa línea, aunque algunos intenten equiparar infundadamente sus sarcasmos con esas ignominias. Tampoco Gabriel Rufián, pese a su tono a veces agresivo o provocador, ha sobrepasado ese umbral. La conocida fotografía de Feijóo mostrando familiaridad con un narcotraficante en su barco es pura información -y, si encierra alguna infamia, recae sobre el protagonista, no sobre quien la revela-. Desde las filas del PSOE se registran descalificaciones severas -“la nada”, “averiado”, “macarra”- pero ninguna desciende a registros deshumanizantes.

Vox, por su parte, abandona la confrontación política y adopta una retórica sistemáticamente orientada a la deslegitimación moral del adversario, que deja de ser un rival para convertirse en un traidor, un enemigo o incluso un colaborador del mal. En su oratoria, la diferencia ideológica se traduce en un léxico de pureza y contaminación, de patria frente a antipatria. Esa lógica de cruzada -más propia de los lenguajes totalitarios que del parlamentarismo democrático- convierte la palabra en un arma de exclusión simbólica, un instrumento para dividir el cuerpo social entre los dignos y los impuros.

En las intervenciones de Vox resulta inevitable reconocer el mismo clima de crispación moral que, como recuerda Julián Casanova en su biografía de Franco, caracterizó a los discursos de los años treinta: aquél en el que el adversario político era convertido en enemigo de la patria, traidor a la fe y amenaza para la civilización. Entonces, como hoy en ciertos sectores, la palabra sirvió para preparar el terreno emocional de la violencia. Las tribunas se transformaron en púlpitos de condena, las discrepancias en pruebas de herejía y la retórica nacionalista en salvoconducto para la exclusión. Lo que empieza como lenguaje -esa violencia de baja intensidad que se disfraza de fervor patriótico- termina degradando la convivencia hasta convertir la política en una forma de guerra moral.

Los ejemplos de Vox se multiplican, a cuál más indignante: "España está gobernada por criminales y por cómplices de asesinos", pronunciada por Santiago Abascal el 12 de febrero de 2024 en el Congreso durante el debate sobre la ley de amnistía. "Sánchez es un psicópata político", dijo Jorge Buxadé, portavoz de Vox en el Parlamento Europeo el 18 de marzo de 2024 durante una rueda de prensa. Añadió: “no tiene empatía ni límites morales, es capaz de todo por seguir en el poder”. "Usted mancha con sus manos la sangre de los inocentes" dijo Rocío Monasterio, portavoz de Vox en la Asamblea de Madrid, el 26 de octubre de 2023 durante un debate referido a los pactos con Bildu. Fue retirada del diario de sesiones por orden de la presidencia por considerarla “ofensiva e impropia”. "Entre hijos de la gran puta se entienden bien", publicada por Javier Ortega Smith, diputado de Vox, el 23 de junio de 2025, en sus redes sociales dirigida al presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, y a la portavoz de EH Bildu.

"Hay que expulsar a este Gobierno ilegítimo de traidores y criminales de La Moncloa", proclamó Santiago Abascal el 11 de noviembre de 2023 ante miles de simpatizantes congregados frente a la sede del PSOE en Madrid. En el acto se corearon gritos como “¡Sánchez, hijo de puta!” y se exhibieron banderas preconstitucionales y símbolos franquistas, mientras Abascal llamaba a “defender España en las calles” frente al supuesto “golpe de Estado del sanchismo”. En estas concentraciones son habituales grupos de estética neonazi, vinculados a asociaciones registradas como clubes deportivos o colectivos culturales que, en realidad, operan como núcleos de agitación política y acoso callejero. Su presencia -visible en cánticos falangistas, saludos fascistas y gestos de violencia simbólica- ha contribuido a normalizar un clima de odio político ante el que la policía, "alegando evitar incidentes mayores", ha mantenido con frecuencia una actitud pasiva. Esa inacción, más que apaciguar, ha consolidado la sensación de impunidad y banalizado la agresión como forma de militancia.

En el PP y Vox hallamos muestras vergonzosas y preocupantes del modo en que una parte de la política española ha normalizado la humillación como estrategia retórica y el insulto como forma de identidad. Un espectáculo en el que la palabra ya no busca persuadir, sino herir; ya no pretende convencer, sino degradar al otro para reforzar la tribu propia. En esa degradación constante, el Parlamento se convierte en un eco de los patios escolares donde el matón impone jerarquías a golpe de gritos y humillaciones. ¿O quizá habría que decir que son los patios escolares los que se han convertido en un eco del Parlamento?

Alguien en el Congreso de los Diputados debería mirar fijamente a los ojos del señor Feijóo -ese que no venía “a insultar al presidente del Gobierno”, sino “a ganarle en las urnas”- y sostenerle la mirada sin vacilar, implorando silencio tras una de esas sesiones en las que, con su tono pendenciero, ha descargado una de sus habituales retahílas de descalificaciones hiperbólicas y deshumanizadoras. Y entonces decirle con serenidad y firmeza: "¿Tiene su señoría conciencia de que esos comentarios inflamados, orientados a degradar a su adversario político, actúan como combustible para los acosadores que humillan a sus víctimas en los centros educativos? ¿Sabe que esas vejaciones -a imitación de las suyas- en no pocos casos, desembocan en tragedia? Señor Feijóo, contra el bullying, tolerancia cero. Usted puede tomárselo a broma, pero le invito a informarse: psicólogos y criminólogos advierten de que esa costumbre suya de lanzar insultos gratuitos -diseñados para hacerse virales en TikTok- es, sencillamente, dinamita pura".

(La ilustración que abre este artículo es de Miguel Porres)