Hay hombres y mujeres que tienen la capacidad de aglutinar a su alrededor un núcleo de lucha obrera. Su comportamiento se convierte en un modelo que seguir, en un ejemplo que imitar. La palabra que inevitablemente viene a la mente es la de líderes. Los líderes son personas excepcionales que atesoran el poder de influir sobre otras y atraerlas hacia sus ideales. Una de esas personas fue sin duda Antonio Gutiérrez, el Tío los Hierros, iniciador de una saga de hombres políticamente activos, inquietos, luchadores en favor de la causa de los desheredados. Y lo hizo desde lo más básico, la cuadrilla de jornaleros que formó en los años 60, después de haber penado años de cárcel al terminar la guerra civil por defender la república.

Por la cuadrilla del Tío los Hierros pasaron Salvador Galán Sarria, Fernando González Tortolero, "Robustiano"; Juan Villares y su hermano Antonio, los Panetos, Pepe, Rafael y Manuel, José Cachete, José el Arroyo, el Antoñete, Antonio Parrado, Juanito el de la Sabina y su hermano Sebastián, Diego el de la Pelá, los hermanos Reyes Gitanos, Sebastián, Claudio y su sobrino Manuel, Francisco el Abujito, el Piané y su hermano Francisco, el Reloj, Diego el Comelón, Antonio el Cochito, el Colorao, sus hijos Diego y Pepe. Y algunos más. Esa cuadrilla fue el círculo iniciático que dio forma a  las primeras luchas políticas en Fuentes después de la guerra, en un ambiente de clandestinidad y represión brutal. La cuadrilla le sirvió para atraer a las inquietudes obreras a gran número de jóvenes del pueblo. Las ideas de aquellos jóvenes eran libertarias, propias de las inquietudes de la edad, pero de ahí nació el fundamento para su posterior formación política en la lucha obrera.

En los momentos de descanso, Antonio les relataba la amargura y el sufrimiento a los que la dictadura lo había sometido por haber luchado defendiendo la república en la guerra civil. Se esforzaba en trasmitirles todos los acontecimientos vividos. Les explicaba el triunfo del Frente Popular en las elecciones de 1936, la existencia de la Casa de Pueblo y sus actividades en pro de la defensa de los intereses de los trabajadores. También les hablaba del ayuntamiento republicano y del asesinato de su alcalde, el socialista José Ruiz Martín “Gavira”, del primer teniente de alcalde, Paco Ávila, y de toda la corporación. Les narraba la sublevación de Franco el 18 de julio de 1936, los fusilamientos del alcalde y de los concejales de izquierda y quienes los hicieron. Por él supieron cómo se realizaron la persecución y ejecución de hombres y mujeres del pueblo.

Antonio les contó cómo huyó al frente republicano cuando fueron a su casa para fusilarlo, el desarrollo de la batalla de Pozoblanco, donde cayó herido por tres balas, una en la cabeza, otra en la espalda y otra en la pierna. Supieron de su curación, convalecencia y recuperación en Valencia, de su posterior destino en la retaguardia, en Guadix, donde se le asignó el cargo de instructor de las milicias. Tuvieron noticia del final de la guerra y del paso de Antonio por los campos de concentración, de los tres años en la cárcel provincial de Sevilla y de las cartas y poesías que escribía a su mujer, Gracia, y a sus hijas Lola y Juana. Les contó los atropellos inhumanos que se habían cometido contra él en los años de la posguerra, semejantes a otros muchos hombres y mujeres de Fuentes.

Aquellos relatos del Tío los Hierros, unidos a las duras condiciones de vida de la época, al despotismo con el que los ricos dejaban guiar sus actos y a los excesos de la dictadura, hicieron mella en aquellos jóvenes. Casi niños que habían carecido de todo, hechos adultos sin darse cuenta, el ánimo de cambiar las cosas se les comenzó a despertar. La vida les había tratado realmente mal. La natural rebeldía juvenil, las duras jornadas de trabajo, los sueldos bajos, la carencia de libertad para expresar la queja contra tantas injusticias... fueron razones más que suficientes para que naciera en ellos el inconformismo ante la realidad que les rodeaba.

De familia pudiente

La saga del “tío los hierros” nació realmente con el padre de Antonio, Diego Gutiérrez Cano, natural de Los Corrales, pueblo situado en la Sierra Sur sevillana. Parece ser que Diego, el padre de Antonio, pertenecía a una familia acomodada, dedicada a la agricultura y ganadería. Al incorporarse al servicio militar obligatorio, Antonio fue destinado -tenía buena altura y presencia física- a la Guardia Real de la reina regente María Cristina de Habsburgo-Lorena. Pero la muerte de su hermano mayor en un accidente de caballo le obligó a volver al pueblo para hacerse cargo de la hacienda familiar. Contrajo entonces matrimonio con su convecina Juana Cordón Rodríguez, con la tuvo 8 hijos, cuatro en Los Corrales y otros cuatro ya afincados en Fuentes.

Aquel matrimonio con una mujer perteneciente a una clase social inferior no pareció bien a la familia, por lo que empezaron las desavenencias, debido a lo cual Antonio decidió abandonar la hacienda familiar para dedicarse a recorrer pueblos vendiendo y comprando materiales de desecho y alimentos. Así llegó a Fuentes con una reata de mulas y burros vendiendo queso, garbanzos, aceite y otros alimentos. A cambio, compraba chatarra, por lo que el posadero le puso el sobrenombre del “tío de los hierros”, con el que se conoció siempre en Fuentes. Después de la muerte de su primera hija, con sólo cuatro años, por una mala praxis médica, abandonó definitivamente Los Corrales para trasladarse a Fuentes. Había llegado con tres hijos, pero aumentó la familia con otros cuatro hijos más, el mayor de los cuales fue Antonio, que heredó de su padre el sobre nombre del Tío los Hierros.

Cuenta Pepe el Tío los Hierros que en los invierno su padre se dedicaba a coger espárragos para arrimar algo de comer a la casa. Pepe y Diego iban con él. Una tarde, cuando regresaban en bicicleta al pueblo con los espárragos, en la venta la Portuguesa los paró una pareja de guardias civiles y les dijeron a su padre ”¿De dónde venís, qué lleváis en los serones de la bicicleta?”. El padre les contestó “venimos de coger espárragos”. Uno de los guardias se acercó, metió la mano en el serón, con la mala suerte de que ese día el perrillo que tenían había cogido un conejo. Cuando el guardia lo sacó, agarró el conejo por las patas y le dio varias veces con él en la cabeza a Antonio y después tiró los espárragos por el suelo, rompiéndolos todos. Le dijo que cuando llegara al pueblo se presentara en el cuartel y ya se sabía entonces lo que significaba ir el cuartel. "Lo que no dejaron atrás fue el conejo", recuerda Pepe. "Diego y yo nos quedamos llorando de miedo y de rabia".

En los inviernos también se dedicaba a hacer picón (en Fuentes se le llamaba “cisco”) el combustible que se utilizaba en todos los hogares para calentarse y hacer la comida. Un día le pidió permiso al dueño de una finca para ver si podía arrancar las matas del monte que tenía en uno de los padrones en las tierras cercanas al cruce de la carretera general para poder hacer unos sacos de cisco. Este hombre se lo concedió sin problemas. Al día siguiente, junto a sus dos hijos, comenzaron a arrancarlas y cuando ya tenían la leña ardiendo en la “cisquera” llegó la Guardia Civil y le dijeron ”¿Quién os ha dado permiso para arrancar la leña?”. A lo que contestó que el dueño de ellas. Y sin mediar palabra se lo llevaron al cuartel.

La “cisquera” se quemó y se hizo ceniza. Los dos hijos fueron al pueblo y le contaron a su madre lo que había pasado. Ella se fue de inmediato a ver al dueño de las tierras para que fuese al cuartel a decirles que él había dado permiso para arrancar las matas del monte. Este señor le respondió “las guantás que le han dado ya no se las quita nadie”. Así que no fue al cuartel a decirles a los guardias que tenía permiso suyo. En el cuartel le dieron una buena paliza y después se lo llevaron a la cárcel. En ella sólo estuvo un día, ya que al final el dueño de las tierras intercedió para que lo sacaran. La razón era que había que castigarlo y darle un escarmiento ya que este hombre había estado en la “zona roja” defendiendo la República.

Así se lo contaba en los años 60 Antonio a los jóvenes de su cuadrilla, que tenían entre 17 y 20 años. La había formado para  trabajar en las tareas del campo que tenían lugar a lo largo del año. Con esta cuadrilla de jóvenes, empezaba Antonio las tareas de la primavera. Al estar compuesta por jóvenes, era dinámica y alegre, pero sobre todo eran buenos trabajadores pues las cuadrillas, para mantener su prestigio, debían rendir cuanto más, mejor. Muchas de las tareas de aclarado del maíz y del algodón se hacían a destajo, en el menor tiempo posible, para cobrar y quedar libre para otro trabajo que pudiera salir. Cuando se terminaba un tajo se juntaban para hacer las cuentas y el manijero entregaba a cada uno lo que le correspondía. Esto era motivo más que suficiente para tomar unas copas y pasarlo bien. La costumbre y la necesidad obligaban a los jóvenes a entregar su salario a los padres para el sustento de la familia, aunque ellos les permitían que se quedaran con algún dinerillo para sus limitados gastos.

En Fuentes, como en otros muchos pueblos de la campiña, con una economía eminentemente agrícola, era frecuente la organización de cuadrillas de jornaleros bajo la tutela de un manijero. De esa manera, los agricultores hablaban con el capataz y él a su vez llevaba a su cuadrilla. Así era más fácil el control y la organización del trabajo en las faenas agrícolas. Generalmente se empezaba en la primavera con la siembra del maíz y del algodón, haciéndoles todo tipo de trabajo hasta que se recolectaba, en un tiempo que oscilaba entre los tres y cuatro meses de la primavera. Después seguía la siega de los cereales, de los garbanzos y la recogida del maíz, que se hacía en los meses del verano. Se continuaba, tras unos meses de asueto, por la carencia de trabajo, con la recogida de las aceitunas de verdeo y las de aceite en el otoño e invierno. Los más afortunados o mejor preparados seguían trabajando en la poda de los olivos y después en quitarles las varetas de los pies.