La democracia, se ha dicho hasta el hastío, no es votar cada cuatro años. La democracia no es dejar que unos profesionales de la política nos digan lo que hay que hacer y cómo. Si nos hacen creer que eso es la democracia nosotras mismas terminaremos por dejar de creer en ella. Es triste oír que “todos los políticos son iguales, da lo mismo a quien votes”. Creo que eso es lo que quieren algunas y algunos que están en el poder, ya sea autonómico, nacional o municipal. Sin darnos cuenta, o sin querer verlo, van creando redes de clientelismo que terminan por formar una tupida red de intereses. Intereses, a veces mezquinos, que a todos nos alcanzan, cuando la necesidad es mucha con cualquier pedacito del pastel nos compran.

La cohesión social de una población la conforman las estructuras económicas y las asociaciones. El sentimiento de pertenecer a una comunidad donde poder desarrollar proyectos que beneficien a todas y todos sin esperar una compensación material, solo la satisfacción de trabajar por la comunidad. Es tarea de las instituciones apoyar y colaborar con las personas y asociaciones, pero no apropiarse de sus ideas.

Sabemos que el poder es la capacidad que tienen algunos, llámense políticos, empresarios, jueces, influencers, de hacer que los demás actúen o dejen de actuar según la conveniencia (oculta o no) de los que tienen ese mismo poder, hacer que el pensamiento sea “guiado” aceptando incluso perdidas de derechos que en otros momentos eran irrenunciables. A veces, muchas veces, el poder se ejerce a través de una violencia que se “ve”. Otras veces esa violencia permanece oculta bajo el paraguas de la economía, el prestigio social, la inseguridad, muchas veces creada artificialmente para hacernos defendernos de un peligro que no sabemos muy bien cuál es.

Un pueblo que deja en manos de las instituciones todas sus iniciativas, sus proyectos, termina cayendo en la irrelevancia, en la melancolía y, lo que es peor, deja de creer en la democracia, se olvida de lo que significa esta forma de gobernamos. Necesitamos personas capaces de trabajar por la comunidad por el simple hecho de creer en ella, personas que creen tejido social, que participen en el día a día de la vida del pueblo.

No es bueno que las instituciones fagociten las iniciativas de voluntarios, de asociaciones de ciudadanas y ciudadanas que intentan transformar, desde sus humildes posibilidades, la sociedad. Hay que valorar, ayudar, y dejar que la ciudadanía ejerza la democracia sin tener que deber nada a las instituciones. Al contrario, éstas están para agradecer y hacer posible el desarrollo de la cohesión social.