No hay feria sin rifa de cochino gordo. Como no hay feria sin tómbola y trenecito. No hay feria sin olor a feria. ¿Que a qué huele la feria? La de Fuentes olía a papas fritas, a manzana caramelizada, a algodón de azúcar, a jeringo y a camarones en cartucho. A cochino sudado en el Postigo, a cagajón de mulo en los arbolitos. La de antes era una feria de olores recios, camperos. Fuentes olía a pueblo. Antiguamente, el cochino gordo de la feria era expuesto un mes en la plaza de abastos de la calle Mayor. Aquel olor anunciaba la feria mucho antes de que empezara el montaje de las casetas. La plaza olía a cochino vivo y a cochino de matadero. La de ahora es una feria de perfumes avainillados y tal parece que paseas por la calle Sierpes.
Decir feria es decir rifa de cochino, como decir rifa de cochino es decir Pepe el Bizco, el más grande vendedor de papeletas que ha dado la historia de Fuentes. Imbatible armado de una silla, una mesa, una campana y un taco de papeletas. Y el correspondiente puerco al lado, claro está. Nadie sabría determinar si el éxito de Pepe el Bizco vendiendo papeletas era debido a su arte pregonando, a la visión del cochino (chorizos y morcillas en ciernes) o al fin piadoso de la recaudación. Allá cada cual con su conciencia. Lo cierto es que Pepe el Bizco multiplicaba sus manos vendiendo papeletas. Durante el mes previo a la feria, Pepe el Bizco se transformaba en el sumo sacerdote de una ceremonia que atraía a chicos y grandes, a ricos y pobres. El día después de la rifa, unos y otros andaban locos preguntando a quién le había tocado el cochino.
La pregunta obtenía pronta respuesta porque en Fuentes, tarde o temprano, se acaba sabiendo todo y porque el cochino gordo de la feria siempre le tocaba a alguien. No como los ciegos o la lotería de Navidad, que exigen que el jugador deposite en el sorteo una fe ciega. A alguien debe de tocarle, pero cae tan lejos... Al cochino de la feria lo había visto todo el mundo. Detrás de la papeleta había un marrano amarrado enfrente de las hermanitas de la Cruz o en la plaza de abastos. Puerco real (gordo por más seña) cebado a conciencia, palpable y oliente. La vista y el tacto pueden engañar, pero no el olor. El olfato (especialmente en el caso de los cochinos) jamás engaña.
De esa fidelidad del sentido olfativo se valía Pepe el Bizco para vender cientos de papeletas por encargo de la hermandad de la Humildad. A Pepe el Bizco le debe el señor del Postigo buena parte de sus salidas en procesión en los duros años en los que cada costalero le costaba a la hermandad 650 pesetas. A ver cómo se las habría aviado el Cristo en Semana Santa sin el cochino gordo de la feria y sin el Bizco en aquellos años de la España descreída. Cinco mil doscientos duros costaba una cuadrilla de 40 costaleros, a lo que había que sumar el coste del carpintero, las flores, la banda, las velas... Tanta era la responsabilidad que recaía sobre la espalda del cochino. Y cuando no daba para tanto, allí estaba el bolsillo de Manolo Millán, el mejor hermano mayor que ha visto Fuentes.
La papeleta de la rifa y el libro de la feria no faltaba en toda familia que se preciara de ser fontaniega. Como la zambomba y el almanaque de María Auxiliadora al llegar la Navidad. Hay tradiciones que nunca han faltado a su cita. Puede que la papeleta del cochino sea de las más antiguas. A septiembre de 1898, porque antes la feria empezaba el 12 de septiembre, se remonta la papeleta recogida más abajo. Un real costaba y daba derecho a participar en la rifa de un "hermoso cerdo para los cultos de esta hermandad". Un cerdo para los cultos. En Fuentes hay "tradiciones" que son de antier y otras del siglo XIX.
La rifa del cochino tiene solera. Se remonta a 1870 y en aquella primera ocasión la rifa incluía seis fanegas de trigo. La fanega era la cantidad de grano que entraba en un recipiente de 52 a 55 litros. Según las regiones y los productos, el peso de la fanega oscilaba entre 75 a 125 kg. También la hermandad de la Soledad, antes de su fusión con el Santo Entierro en 1895, organizó rifas de una mula o dos gallos. Aunque entonces es probable que la suerte del cochino viniera a solucionarle a una familia el otoño y parte del invierno y ahora la suerte se transforma casi en un problema.
El año 1981 le tocó una becerra a Trinidad López, emigrante en Barcelona y de visita en Fuentes por la feria. Venía por la Carrera la mujer tan contenta con sus cuatro hijos de recoger la becerra cuando se cruzaron con un entierro y con tan mala suerte que se les escapó el bicho cuando más gente había alrededor. Menos el muerto, todo el mundo corría despavorido Carrera abajo gritando que los San Fermines son el 6 de julio y que lo menos que podía hacer el ayuntamiento era avisar de que esa feria había una suelta de vaquilla. Una vez recuperado el trofeo, Trini tuvo que vender la becerra ante la imposibilidad de acarrearla al "catalán" para meterla en su piso de la avenida Meridiana de Barcelona. El puerco de la rifa de la feria no pocas veces ha habido que hacerlo billetes en vez de morcillas, de la mano de algún carnicero local.
El cebo es un arte. Hasta que eche la altura y la anchura adecuada, cuando se forma la caja, el cochino debe comer poco. Una vez formado, al animal hay que alimentarlo a placer, sobre todo con maíz y cebada. Inflarlo hasta hacerlo redondo y gigantesco, retinto. Cuanto más puerco, mejor. Que a la legua huela a cochino. Cuanto más gordo y guarro estuviera, más papeletas vendía Pepe el Bizco. Algún año hubo rifa de dinero, pero sin el éxito del cochino marrano. Los billetes no olían igual. Cochino de zahúrda, nunca de sierra, que pide las bellotas que Fuentes no tiene. Maíz y cebada, las que quiera. Pepe el Bizco, que vivía en casa con zahúrda en la calle Cerrojero, paseaba el cochino llevado con una cuerda. A eso de las 6:30 iba camino de la puerta de la plaza, donde permanecía expuesto para gozo del transeúnte hasta el medio día. Con la calor, lo conducía de nuevo a casa.
Pepe el Bizco era grueso, usaba gorra gris, camisa marrón de manga corta, pantalón gris de verano y zapatos marrones. El oficio de Pepe el Bizco era bajador de carga en la báscula de estación, aunque también trabajó con Manolo Millán y tratante de compraventa de tierras y ganado. En la feria vendía papeletas junto a Perrojato, Manolo Millán y su hijo José Luis, que luego lo relevo en el quehacer de pregonero del cochino gordo. José Luis fue también sacristán. Pepe también tuvo una hija muy atractiva, de pelo rubio, llamada Alfonsa, que recibía encendidas cartas de amor. La desgracia cayó sobre esta familia en forma de accidente de moto cuando Macando se estrelló con su Bultaco en una curva de la carretera de La Campana. Macando, como José Luis, Alfonsa y Manuel, era hijo de Pepe el Bizco. Fuentes sufrió una conmoción enorme.
El cochino solía proceder de la donación de un alma piadosa, por lo general un hermano de la Humildad. Muchos venían de las granjas que tenían Antonio Peñaranda en La Suerte y de Miguel Atienza. Otros procedían de la cebonera de Cabecilla, de Modesto Berraquero o de una granja cerca de La Campana llamada La Atalaya. Algunos hermanos compraban el cochino y lo donaban a la hermandad. Cabecilla perdió a las cartas su cebonera en una partida frente a Jerrerilla, el mejor jugador de Fuentes de todos los tiempos.
Llegada la feria, la rifa del cochino gordo era más importante que la tómbola, aunque la tómbola tuviera cola de gente atraída por la megafonía del feriante. La muñeca para la niña, el rifle para el niño y el perrito piloto para toda la familia. Pero el premio estaba en la mano de Pepe el Bizco. Repartía los mejores chorizos y morcillas extraídos del cebo a base de maíz y cebada. Al cochino de la feria no se le puede cebar con las sobras, las cortezas de melón y sandia. La feria exige cochinos clásicos. La aristocracia del mundo cochino está en la papeleta de la rifa de feria. Esta rifa es mucha rifa.
(En la foto de apertura aparece Manolo Perrojato -con pantalón oscuro dirigiendo al cochino- que fue capataz de la Humildad durante las décadas de los 70, 80 y 90)