La guerra fría tuvo como escenario en Fuentes la taberna de Paco España y se libró en dos batallas cruciales: la de 1972 con motivo de las olimpiadas de Munich entre EEUU y la URSS y la de 1975 con la final del Campeonato de Europa de Baloncesto entre Yugoslavia y la URSS. En la batalla de 1972, Paco España iba con los americanos y Manuel Matapollo con los comunistas, pero públicamente los dos proclamaban su adhesión inquebrantable a la España uniformada del general Franco. El Penco y Salvador el Tolito parecían exhibir neutralidad leyendo en el periódico la noticia de la persecución del Lute, huido del penal del Puerto de San María, mientras en el televisor blanco y negro podía contemplarse el triunfo de los rusos en la final de baloncesto de las olimpiadas.

Puede que fuese para disimular por si algún chivato le iba a la Guardia Civil con el cuento de que en la taberna había hombres a favor de los rusos. Pero lo cierto es que durante los partidos de aquellas finales mundiales, Paco España, Matapollo, el Penco y el Tolito hablaban de la persecución del Lute y de las veladas de boxeo con Urtain y Legrá en el palacio de deportes de Madrid y en el Gran Price de Barcelona. Decían que si el Lute asomaba por Fuentes caería en manos de Gregorio Arteaga, temido cabo de la Guardia Civil. En boxeo, las simpatías se repartían entre Urtain, José Durán y Mohamed Alí. Matapollo apostaba por Durán y Paco España por el vasco Urtain, conocido como el Morrosko de Cestona.

Urtain

Muy pendiente del baloncesto y sin saber que en aquellos partidos se jugaba el futuro del mundo, por la taberna andaba un niño Arropía, huerfanillo de siete años. Paco España y Frasquita toleraban que el muchacho (¡pobrecillo, tan chico y sin padre!) permaneciera en la taberna hasta la madrugada para no perderse ningún partido trascendental entre los rusos y los americanos. Insólitamente, en la final de las olimpiadas, los soviéticos iban por delante todo el partido. El Penco, que vivía en la calle Cerrojero, miraba el partido de reojo. Ninguno de los parroquianos se atrevía a ir a favor de la Unión Soviética, ni de Yugoslavia, países comunistas. Ni siquiera de la capitalista Estados Unidos. Cualquier insinuación política daba pánico, por lo que nadie desvelaba su inclinación más allá de proclamar a los cuatro vientos su patriotismo español.

Aquella final de EEUU-URSS se jugó en la medianoche del 10 de septiembre de 1972. La taberna estaba poblada por los habituales Manuel Matapollo, Paco España , el Penco, Salvador el Tolito y el niño Arropía. Había más parroquianos, pero en marzo de 2023, medio siglo más tarde, importa poco quienes fueran. El niño Arropía sí importa aquí porque, si no, el general Arteaga (51 años después es previsible que el cabo haya ascendido mucho) no tendría quien le escribiera. Ni podría quedar constancia aquí de que ganaron los rusos por 51-50. La jugada final del partido la repitieron tres veces porque parecía que entre los árbitros había especial interés en que ganarán los soviéticos. Los norteamericanos no estaban de acuerdo ¡faltaría más! con la repetición de la jugada, pero al final una última canasta de los rojos les dio el título olímpico para desesperación del mundo occidental.

Rojos infiltrados en la cúpula del colegio de árbitros, sin duda. ¡Milagro!, exclamaron en Moscú. Ha sido el robo del siglo, dijo el presidente Richard Nixon. En la parroquia de Paco España la atmósfera estaba cargada de tensión contenida. ¿Cómo mostrar contento con el resultado? Cuidado que el cabo Arteaga tiene espías por todos lados. Caras de circunstancias, miradas de soslayo. Ninguno se atrevió a dar rienda suelta a los músculos de la risa. Estar a favor de los rusos era poco menos que proclamar a los cuatro vientos simpatías comunistas. Franco, caudillo de España por la gracia de Dios. Por la tele, el final de la retransmisión del partido de baloncesto parecía el paisaje después de una batalla de la segunda guerra mundial. El fin del mundo se acercaba. Así estaban las cosas en el escenario internacional aquel septiembre de 1972.

Corbalán, con el balón

Es más que probable que la guerra fría siguiera su curso, aunque para aquel muchacho fue como si hubiese habido un armisticio que se prolongó casi tres años, hasta junio de 1975. Tres años después, volvió la guerra del baloncesto con diferentes contrincantes, Yugoslavia contra la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas. Dos países comunistas iban a reñir por el control de las canastas. El escenario también era otro: el Campeonato Europeo de Baloncesto. Y, sobre todo, cambió la hora de los partidos. No había que esperar a la madrugada, sino que a las nueve de la noche ya estaban en la cancha los soldados, los generales y el colegio de árbitros convenientemente aleccionados. ¿Comprados?.

El niño Arropía había dado el estirón de los diez años y, en vez de los parroquianos de 1972, en la taberna de Paco España estaban Juan Antonio Mantecao, Miguel el Condito, Márquez y Durán. Francisco Franco también estaba, pero ya no en el palacio del Pardo, sino a punto de dejar, seis meses más tarde, a Occidente sin su principal guía espiritual. El 20 de noviembre de aquel año Franco pasaría de ser caudillo de España por la gracia de Dios a caudillo de España por la gracia de las armas. Pero en Fuentes todavía había miedo, mucho miedo, y los titulares del ABC sobre la guerra fría seguían helando la sangre. La cría de palomos había sustituido al Lute y a Urtain en las conversaciones de la taberna. El Mantecao, el Condito, Márquez y Durán seguían los pasos de los maestros palomeros Millán Herce y Bobi Catalino. Miraban de reojo el baloncesto, mientras urdían planes para criar los mejores palomos del mundo. La suya era otra guerra.

Aficionado al baloncesto de verdad era Pepe Gómez, el más leído y entendido de aquella época. Tenía taberna en la Estación y se empapaba del periódico desde la primera hasta la última letra. Colegas suyos eran Diego, Cagilón y Joselito Casero. Futboleros, el baloncesto lo veían de reojo y no porque el cabo Arteaga andiviera por allí. Cuando Pepe Gómez estaba en la taberna de Paco España toda su atención estaba puesta en el baloncesto y de las máquinas de bolas, además de su cervecita y su tapita. Diego, Cagilón, Joselito Casero y los palomeros Mantecao, Condito, Márquez y Durán, su vasito de Casera porque Paco España no servía alcohol a los menores de edad.

Mirza Delibašić

En aquel campeonato, España perdió por 76-98 contra los comunistas de Yugoslavia y los rojos soviéticos eliminaron a católica Italia por 69-65. El mundo se iba a pique, pese a contar España con jugadores de la categoría de Juan Antonio Corbalán, niño prodigio, base de la selección española. Italia contaba con Dino Meneghin, considerado mejor jugador de Europa. También estaba Delibašić, jugador yugoslavo, gran tirador que fichó por el Real Madrid para hacerle frente al equipo gallito de Dimo Meneghin. En la última liguilla participaron 6 equipos: Yugoslavia, Unión Soviética, Italia, España, Bulgaria, y Checoslovaquia. La final Yugoslavia-Unión Soviética fue un auténtico duelo entre gallitos, que ganó Yugoslavia. Eran los tiempos del Estrella Roja, el Bosna de Sarajevo, el Macabbi de Tel Aviv, el CSK de Moscú, el Real Madrid, el Emerson Varese...

La alineación de la taberna de Paco España estaba formada por la familia Adame: Cristóbal Adame (padre), Cristóbal Adame (hijo), Juanito Adame, Fernando Adame, Francisco Adame, hermanos jardineros y albañiles. No hablaban de baloncesto, sino de ladrillos, palaustres y cemento. Amante del cine, Garaña hablaba de la película "Manuela" y también un poco de fútbol y baloncesto. Pepe Gómez, amigo de Cagilón y de Diego, era polifacético y repartía cartas igual cuando se trataba de jugar al fútbol, al baloncesto o al voleibol. Enciclopédico en los deportes, era persona de lo más afable y amable que ha parido Fuentes. Andaban por allí también los hermanos Chamarines, Salvador el Tolito, amante de la caza, el niño la Justita, Manolito el Andonda, el Amadeo, el Manzano, el Gazpacho, el Antoine, el Injerto, el Canani, el Mestizo, los hermanos Corteza, el lotero del Cerro, el Pepín... Media humanidad.