Sale desde lo más hondo de nuestra memoria y se adueña de nuestra nostalgia. Trae a nosotros el olor a hierba y a arena, a talega, bocadillo, chocolate, castaña pilonga, entornao y palmito. Pillar un palmito era lo máximo. Parece mentira que con tan pocas cosas los niños fuésemos felices. Hoy es Jueves Lardero y quiero compartir algunas memorias de nuestra infancia. Hoy temprano ya habríamos hecho la talega y tirado para los pinos o la Fuente la Reina, lugares de tan buena sombra, de verde claro, de aromas dulces. Aquellos lugares enganchaban a los niños y jóvenes como imames irresistibles. No en balde, la niñez tiene toda la fuerza evocadora de los sentimientos.

Siempre recordaremos el Jueves Lardero con un especial cariño. El miércoles ya estábamos eufóricos. En la escuela estábamos eufóricos nada más pensar que el siguiente día íbamos a la Fuente la Reina o a los pinos. Era la fiesta campera que teníamos, por aquel entonces única. El reunirnos con amigos ya era para nosotros un día grande, un día celebrado. Pura pasión el levantarnos temprano, ir a la confitería o tienda para preparar la talega y después, lo más bonito de todo, hacer el camino: por aquellas fechas de febrero era típico el olor a tierra removida. Los mayetes habían empezados a arar la tierra para la siembra del garbanzo y las pipas. Nos asaltaba el olor de las margaritas, característico del mes febrero, y la visión de los trigales. Los ojos se nos empapaban de tanta hermosura.

Febrero siempre fue un mes variable, de ahí el nombre "febrerillo el loco", a veces de frío, viento, lluvia, otras veces soleado, de temperaturas agradables, e incluso un poquito de calorcillo. Antes de la década de los 70, el Jueves Lardero se celebraba en la Fuente la Reina, pero pusieron el vertedero de basura allí, y lo trasladaron a los pinos. Los que hoy tenemos de 50 hacia arriba la recordaremos con total nostalgia, pero ya no podemos volver a ese lugar tan deseado que fue por por todos los fontaniegos. Haciendo el camino hacia los pinos o la Fuente la Reina había veces que se estropeaba el tiempo, comenzaba a llover. También conocimos aire y frío, pero cuando el día venía espléndido era la mayor gozada para nosotros.

Por aquella fecha, a veces ya empezaba a hacer un poquito de calor, y como dice el refrán: En febrero busca la sombra el perro y en marzo el perro y el amo.
De vuelta a casa tras pasar una mañana y sobremesa de calorcillo, venía la tarde, y cambiaba la temperatura se hacía fría, y al siguiente día venían los resfriados y las gripes, pero en Fuentes siempre se dijo: que sarna con gusto no pica.

Al llegar a los pinos había que hacer una clasificación entre los jóvenes: los jóvenes que ya tenían moto y venían con sus novias detrás. Estos empezaban cuesta arriba, cuesta abajo, por el arenal, allí vacilando. Luego venían los jóvenes de más o menos 15 o 16 años que ya empezaba a ligar con las chavalas, estos momentos fueron los mejores de nuestras vidas. Y luego los niños de 10 años aproximadamente que nos sentábamos con nuestras talegas a contemplar todo el panorama.

En ningún pueblo de alrededor de Fuentes había Jueves Lardero. Solamente en Fuentes. El Jueves Lardero es una fiesta que cae según caiga la cuaresma. A veces caía temprano, allá por el día de San Blas (2 de febrero) que era cuando venían las cigüeñas a nuestra torre. Otros Jueves Larderos eran a mediados de febrero. Por último, había jueves larderos tardíos. Cuando terminábamos ese día maravilloso venía la noche para culminar nuestra fiesta larderina. Por aquel entonces nos esperaba en las casas la televisión en blanco y negro y nuestra típica estufa de cisco. Noches de guiso de espárragos, con aquella salsa exquisita.

En resumidas cuentas, nuestro Jueves Lardero tenía sus emblemas que le daban sabor: el camino de los pinos, el olor a tierra removida, el verde de los trigales, el olor a margarita, el olor a pino, el olor a hierba, el olor a arena, las talegas, el bocadillo, el refresco, el chocolate, las castañas pilongas, el entornao y el palmito. Y en las noches, el guiso de espárragos y el baloncesto de la Copa de Europa. Estos emblemas tenían imán, atraían, enganchaban, hacían una fiesta carismática envidiable e inolvidable. Una fiesta que nos dejó una huella en el corazón de todos los fontaniegos.