En la noche del 23 al 24 se celebra en nuestras calles y plazas una bonita fiesta basada en el uso del agua y de las flores. Combinación exquisita con un trasfondo de espiritualidad, asentada en la purificación, renovación, fertilidad y abundancia. Considera el agua como un elemento vital que conecta a los seres humanos con lo divino, acompañado del lenguaje simbólico de las flores que transmite mensajes y expresa sentimientos sin tener que hacer uso de la palabra, permitiendo a las personas comunicarse de manera sutil. La tradición se remonta a tiempos prehistóricos. Está basada en las ceremonias que los primitivos habitantes de la península ibérica realizaban sobre todo en el solsticio de verano. Así, los iberos, antes de la presencia de los romanos, celebraban rituales vinculados al fuego, con un significado importante de su poder purificador y al agua por su vinculación con la fertilidad. Estos pueblos en espacios naturales, que carecían de templos propiamente dichos, realizaban danzas e incluso sacrificios de animales.
Del mismo modo, los pueblos celtas del norte de la península solían celebrar la noche más corta y el día más largo del año con hogueras para potenciar la fuerza del sol, que simbolizaba para ellos la inmortalidad ya que aparecía cada mañana rompiendo la oscuridad de la noche y era, además, el portador de la luz y de la vida. En la antigua Roma, el solsticio de verano se celebraba con fiestas dedicadas a las diosas Fortuna y a Vesta. Estas festividades incluían procesiones, sacrificios y la quema de hogueras, especialmente durante la Vestalia, donde las mujeres honraban a Vesta y a las Vírgenes Vestales. Los romanos adoptaron en su calendario festivo el solsticio de verano el 23 de junio y lo dedicaron a la fecundidad, día del matrimonio de Júpiter y Juno, al fuego y al agua. Tenían como costumbre adornar las barcas con flores y pasear con ellas por ríos y costas. Se mantenían en vela toda la noche por lo que encendían hogueras, símbolo de que el Sol vivía, que saltaban hasta siete veces. De nuevo se mezclaban el fuego, el agua y las flores.
El solsticio de verano representaba para los pueblos antiguos la cosecha, la abundancia y la fertilidad, teniendo al Sol como protagonista. Su celebración como hemos visto proviene de tiempos anteriores al cristianismo. En esos tiempos, la gente creía que las plantas que florecían en ese día tenían más poderes curativos y por ello las recolectaban por la noche. Los lugareños encendían hogueras para protegerse de los espíritus malignos, que vagaban al ocultarse el astro rey por el occidente. El cristianismo asimiló aquellas fiestas paganas, aunque dándoles un carácter religioso. Así, el solsticio de verano se convirtió en la festividad de San Juan Bautista, considerado como el precursor de Cristo, con su mensaje de purificación y renovación. Por ello tienen lugar en muchos lugares las famosas hogueras de San Juan. Las gentes danzan por la noche alrededor del fuego y saltando por encima para purificar su alma.
En otros lugares, caso el de Fuentes, la festividad se desarrolla a través del agua y las flores. Hay lugares en nuestra Andalucía que también festejan la festividad del santo teniendo como base el agua. En Lanjarón se produce esa noche la Fiesta del Agua, arraigada en este pueblo alpujarreño granadino desde 1980. Su origen data de una tradición antigua de lavarse la cara en la noche de San Juan en las fuentes del pueblo, transformándose con el paso del tiempo en una verdadera batalla campal con el agua como arma arrojadiza, que refleja el espíritu vibrante del pueblo y su profunda conexión con el agua, destacando con ello la importancia de este recurso natural en la vida diaria y cultural de los lugareños. En Baza, la festividad se desarrolla con una enorme hoguera alrededor de la Fuente de San Juan combinando el fuego y el agua.
La noche fontaniega de San Juan tiene un carácter religioso y al mismo tiempo misterioso y enigmático. En los altaritos de San Juan los vecinos harán un altar con la figura del Bautista, al que está dedicado. He aquí el carácter religioso de la noche. Se adora al precursor de Cristo en la tierra. Junto a este sentido religioso tenemos que destacar el carácter misterioso y enigmático de la noche. Por un lado, es tradición que junto al altar se ponga un recipiente, lebrillo, barreño o vasija de boca muy ancha, que se llenará de agua y en ella se arrojará gran cantidad de pétalos de las flores disponibles que permanecerán en ella toda la noche, desprendiendo en el agua sus esencias. Al día siguiente los visitantes se mojarán la cabeza en dicha agua para que las esencias florales les protejan de las enfermedades respiratorias todo el año. Se producirá el efecto. Misterio y enigma en estos actos.
Otro hecho enigmático que se origina es en el acto de poner un vaso de agua en el altar, se cogerá un huevo crudo lo más fresco posible y rompiendo su cascarón se introducirá su contenido en el agua del vaso, intentando que la yema no se rompa. Tras ello se pedirá un deseo que se cumplirá si al pasar la noche al sereno el huevo ha formado en el agua la forma de un velero. Misterio y enigma de la noche de San Juan. Feliz noche de San Juan a todos los fontaniegos y fontaniegas porque cada uno de nosotros es una pequeña llama prendida en su momento por el gran fuego del Sol, que apagamos con el agua del amor.