Cuando sientes tristeza y no sabes organizar la rabia es que algo anda mal. Siempre he defendido la alegría como acto de rebeldía y organizar la rabia para no gastar energías que no llevan a ninguna parte. Los tiempos, como decía Bob Dylan, están cambiando, vemos cosas que nos parecían increíbles hace diez, veinte años. Hoy es necesario no caer en la melancolía, aunque tengamos que hacer un esfuerzo para no sucumbir en el “no podemos hacer nada”, “mejor abandonarse y crear un mundo interior o con pocas personas y vivir según tus convicciones éticas de espaldas a una sociedad que no me gusta, que me hace daño”.

Para seguir trabajando por algo mejor de lo que tenemos, para seguir en un entorno donde los bulos y el ruido dejan la verdad débil y tiritando de frío, hace falta tener un espíritu fuerte ante la melancolía que nos acecha día a día como una carcoma que va destrozando la convicción de que tenemos el deber de seguir y seguir aunque los vientos nos sean desfavorables. Hay que remar sin poder ver la playa de arenas blancas y aguas cristalinas.

A veces es el sentido del humor es el que nos salva. ¡La risa, tan necesaria! Razón tenía el monje del Nombre de la Rosa al odiar la risa porque quería un orden social rígido y un temor de Dios paralizante, como todos los miedos: todo en orden, todo gris y todo controlado, nada de pensar por sí mismo. La risa es subversiva, por eso en estos momentos de melancolía es necesario reír. Hoy no se me ocurre nada más, la tarde está para soñar, solo soñar y Bastianito me está llamando.