Los Sueños quevedianos se incluyen dentro de su obra dedicada a ridiculizar diversos tipos sociales y costumbres que existían en su época. La sátira es uno de los componentes esenciales de los Sueños, bajo la cual subyace el tema del desengaño del mundo y su característica visión pesimista de la vida, aunque, en esta ocasión, la denuncia de los vicios sociales se realiza con una intención moralizadora con el fin de lograr que los hombres, al conocerlos y comprenderlos, los eliminen de sus comportamientos habituales. En ocasiones, esta sátira irá dirigida contra tipos sociales, personalizados en jueces, médicos, burócratas…, con los que Quevedo había tenido distintos enfrentamientos.

Al analizar los personajes femeninos en los Sueños de Quevedo e indagar en los repetidos tipos de pecadores, sobre todo en las pecadoras, descubrimos una coherencia temática, su ideología misógina. A través de su crítica anti femenina, Quevedo ofrece una exhortación patriótica que reprocha los redundantes gastos en el lujo femenino y el anémico estado de energía masculina de la sociedad barroca. La misoginia o aversión por el sexo femenino es una constante en nuestra literatura de época medieval y del Siglo de Oro español. Ello puede ser una consecuencia de la situación social de aquella época.

La sociedad española de aquel periodo cultural era dual. Frente a la aristocracia, minoritaria y privilegiada, que monopolizaba la tierra y los cargos públicos, se alzaba la gente común, gran masa de campesinos y gente trabajadora sin medios económicos estables y, por lo tanto, carente de cualquier sistema de producción. La base de esta polarización social era la riqueza. En el curso de la historia, la aristocracia española había creado su propia jerarquía y sus propias distinciones. Así, a la nobleza de sangre se le habían añadido ingentes masas de hidalgos, que compraban su estatuto de nobleza.

Frente a quienes compraban títulos de nobleza, la antigua trataba de conservar las distinciones sociales aislándose en las filas de los grandes títulos. Este reagrupamiento de la aristocracia se había acentuado en el siglo XVII, creándose una amplia laguna entre los grandes y los títulos, que formaban la verdadera nobleza, y los caballeros e hidalgos que poseían poco más que un escudo nobiliario. Estos últimos, en muchas ocasiones, estaban más cerca del status socio-económico de las gentes del común que de la nobleza. Los campesinos españoles eran víctimas sin esperanza de la sociedad señorial en que vivían; una sociedad de rígida estructura y de ideales inmutables. No hay duda de que el subdesarrollo inmovilizó a la sociedad y prolongó su estancamiento. Acaso el crecimiento económico hubiera podido elevar el nivel de vida de los campesinos y sostener una clase media nativa. Pero la rigidez social era tanto causa de la depresión económica como consecuencia de ella.

En las ciudades pululaban un sinfín de personajes sin medios económicos, pordioseros, pícaros, alcahuetas, dueñas, bufones…. y que se atrevían a realizar cualquier tipo de actividad y oficio con tal de vivir en una sociedad con grandes diferencias sociales y económicas. Pues bien, dentro de cualquier clase social de la época, la mujer estaba relegada a desempeñar un papel de muy baja estima y siempre sometida al hombre. En muchas ocasiones era sólo un objeto sexual y, como tal, despreciada en múltiples ocasiones. Esto posiblemente nos pueda ilustrar mejor el carácter misógino de la sociedad en la que Quevedo se desenvolvió.

Para entender la misoginia de Quevedo tenemos que intentar definir su propia personalidad, de componentes muy complejos y contradictorios, desde los que era capaz de llegar desde un elevado amor, hasta el más vil de los odios; a alcanzar, en ocasiones, un profundo misticismo o pasar a comportarse de forma baja y ruin, con el fin de dañar a sus enemigos; a conseguir los más sublimes pensamientos o manifestar realidades de la más baja cualidad; a reflejar sus pensamientos de gran profundidad filosófica y moral, junto a las mayores y más duras sátiras. Todo ello fruto de los condicionantes que le rodearon a lo largo de su vida y que definieron esa compleja personalidad.

Entre ellos podemos destacar, por la gran influencia que dio a su carácter, su gran timidez, que marcó su forma de actuar, en la mayor parte de las ocasiones de manera brusca y agresiva y que nos puede explicar muchas de sus contradicciones. También tuvieron una gran importancia en la definición de esa personalidad sus defectos físicos, su cojera y falta de visión. Este último defecto le obligó a usar anteojos -los llamados a partir de esta época “quevedos” por haber sido usados por nuestro personaje- y que contribuyó a aumentar las burlas de sus contemporáneos incrementando así sus maneras rudas, llegando en numerosas ocasiones a protagonizar escenas nada encomiables. Quizás en estos defectos físicos y en su timidez se encuentren las raíces de su misoginia al tener poco éxito con las mujeres, pertenecientes a la alta sociedad, entre las que por su situación social desarrollaba su vida. No se puede olvidar que Quevedo pertenecía a la clase social de los hidalgos.

Al estudiar los repetidos modelos de pecadores, nos podemos dar cuenta de que pertenecen a determinados grupos sociales cuyas profesiones están asociadas al grado de intensidad de su hipocresía, abuso, vicio y engaño. Las redundantes referencias se dirigen a los alguaciles, jueces, procuradores, escribanos, mercaderes, sastres, taberneros, y, en particular, a las mujeres -entre ellas, dueñas, putas, alcahuetas, las viejas, las feas y las hermosas-. En esta obra se pone también de manifiesto la posición misantrópica de Quevedo, que dirige su odio hacia todo tipo de individuo, sea hombre o mujer, aunque lo manifiesta con mayor intensidad cuando se refiere al género femenino. Más aún cuando se refiere a las mujeres profesionales, que son centro de sus duras críticas dado el carácter patriarcal de la sociedad.

En el  Sueño de las Calaveras, en su viaje por el infierno, describe cómo sacan sus cabezas muchas mujeres hermosas, alegres de verse gallardas y desnudas para que las gentes las miren, que al aproximarse su juicio caminan por el valle muy despacio para retrasarlo y que la belleza se pierda y no las delate; unas rameras que intentan retrasar su asistencia al juicio con justificaciones banales, como son el haber perdido la dentadura o una ceja. Por último, unas damas imploran su perdón por haber sido devotas de Vesta y el demonio les acusa de haber sido enemigas de la castidad.

Al preguntar al Alguacil Endemoniado si los enamorados son muchos, le responde que son muchos porque todos lo son de sí mismos; otros de sus palabras; algunos de sus obras y algunos de las mujeres. De estos últimos hay menos porque las mujeres son tales, que con ruindades, con malos tratos y peores correspondencias les dan ocasión de arrepentimiento cada día a los hombres. Más abajo, en un apartado muy sucio, lleno de cuernos, están los que en la tierra llamamos cornudos, gente que ni en el infierno pierde la paciencia porque como la llevan a prueba de la mala mujer que han tenido, ninguna cosa le espanta. También hace referencia a las viejas con condena y, al preguntarle si se condenan más a las feas que a las hermosas, el Alguacil responde que a las feas y porque para aborrecer los pecados sólo es necesario cometerlos y las mujeres hermosas, que hallan tantos hombres que le satisfagan el apetito sexual, se hartan y se arrepienten. Las feas, como no encuentran a nadie, se mueren en ayunas y con la misma hambre, rogando a los hombres. Luego están las viejas que tienen envidia de las jóvenes, en razón a que éstas pueden satisfacer su apetito sexual y ellas no.

(Mañana: La misoginia de Quevedo 2)