El término actual de Fuentes de Andalucía es el resultado de la unión de dos territorios señoriales: Fuentes y la Monclova. Como en tantos otros lugares de Andalucía, el palacio de la Monclova constituye el último avatar de un secular núcleo de población existente en aquel lugar.  Al tratar sobre la arqueología del término de Fuentes se nos manifiesta la sucesión en sus tierras de población desde las épocas prehistórica, turdetana y romana. Si nos guiamos por la persistencia del topónimo conservado hasta hoy en su forma de la Monclova, hemos de suponer la perduración del poblado, en forma de alcarria por lo menos, a través de la dominación musulmana.

El nombre de Monclova procede del término de una ciudad turdetana Obulcula, ubicada en sus tierras. Era ésta una de las ciudades béticas de la región turdetana, según Tolomeo. Plinio nos la ofrece en el convento jurídico de Écija entre las ciudades estipendarias, y se halla escrita Obulcula. El itinerario de Antonino nos da más conocimientos topográficos, presentándola como ciudad de mansión en los caminos desde Sevilla a Córdoba y desde Sevilla a Mérida. En ambos la llama Obulcula; también en su ortografía se ven los caprichos de los copiantes o de los siglos, y su diversa pronunciación, Así, la vemos escrita en varios códices como Abulcula, Obucola, Obolcola y Obolla. Rodrigo Caro la redujo con oportunidad al castillo de la Monclova; y este nombre de formó mudando la B en M y quitando la O por aféresis; de O-bolcola, Moncola y por metátesis Mocloa.

El lugar de La Monclova estaba ya casi despoblado en el siglo XVIII, pues en I79I se hallaba reducida su población a cuatro o cinco personas que vivían en el palacio y a las de una venta; como recuerdo del antiguo lugar de La Monclova, la capilla del castillo tenía erigido un curato con precisa residencia en atención a estar situada en camino real, para que los pasajeros pudiesen oír misa los días festivo. Los terrenos de la Monclova fueron agregados al municipio de Fuentes a partir de la segunda década del siglo XIX y definitivamente en la división territorial, en provincias y municipios, realizada por Javier de Burgos en 1833.

Cinco siglos antes, en el Repartimiento de Écija, se fija allí una de las aldeas con las que se proyectó llevar a cabo la repoblación del término.  Bajo la jurisdicción de aquella ciudad debió permanecer hasta que en 1342 la sacó de ella Alfonso XI para premiar los servicios que en la conquista de Algeciras le había prestado el Almirante de la Mar Micer Egidio Bocanegra.

Para entender la situación de estas tierras tenemos que situarnos a finales del Siglo XIV, en que es frecuente encontrar las quejas del Concejo de Carmona sobre las incursiones que hacían los habitantes de Écija en sus tierras, sin que estos datos hayan sido contrastados con fidelidad. La delimitación de ambos términos estaba perfectamente definida por el arroyo de Guadalbardilla, por lo que era casi imposible que los mojones que limitaban los términos municipales de ambas villas pudieran ser alterados por unos u otros. Asimismo, las tierras limítrofes eran en gran parte baldías, de monte bajo o pobladas de encinas y chaparros, con aprovechamiento pastoril.

A pesar de ello, las incursiones de ecijanos y carmonenses en terrenos del otro eran frecuentes y así hay varios documentos que intentan poner coto a los desmanes que se producían y que en su mayor parte no eran otros que los de beneficiarse de las hierbas para el ganado. Estos hechos condujeron en numerosos casos a la intervención de las chancillerías reales e incluso de los mismos reyes, que para poner fin a estos enfrentamientos mandaron en varias ocasiones a poner las mojoneras de limitación de las tierras que pertenecían a uno u otro municipio. Eso sí, respetando los privilegios reales concedidos, principalmente a la villa astigitana por Alfonso X, por haber sido villa fronteriza, como los de cortar madera y hacer carbón en Sevilla y sus tierras o los de aprovechar las hierbas y bellotas de términos sevillanos con sus ganados para el paso a otros pastos.

En 1324 se produciría un pleito entre ambas villas por la construcción de una torre por parte del Concejo de Carmona en terrenos que reclamaba el de Écija y que, según alegaba, le habían sido ya reconocidos anteriormente por el Adelantado de Castilla, Alvar Núñez de Daza. La regente, Doña María de Molina, abuela de Alfonso XI y esposa de Sancho IV, ordenó al Adelantado “que tornedes a aquel lugar do diz que han la contienda, e pues los de Écija demanda derecho, que partades esta contienda e fagades poner mojones en comendianedo del término entre ellas, porquel derecho sea guardado”. Este documento último hace referencia a la disputa entre ambos Concejos por las tierras de la Monclova.

Los terrenos de la Monclova serán arrancados de la jurisdicción astigitana y  quedarán en poder real para evitar las desavenencias entre Écija y Carmona y posteriormente fueron donados, como señorío, por Alfonso XI a Micer Egidio Bocanegra, conocido como Gil Bocanegra. Sabemos que estos territorios eran ricos en caza mayor, pues en el Libro de Montería de Alfonso X, que nos informa de los cazaderos reales en Sierra Morena tan sólo cita dentro del término de Carmona los alrededores del arroyo Guadalbardilla en los límites con los términos de la villa de Écija, es decir, en la Monclova como lugar apropiado para la caza de jabalíes. Así nos consta que Pedro I, acudió a este lugar acompañado del Duque de Osuna. “El arroyo de Guadalbardiella es buen monte de puerco en invierno. Et es monte llano, et non ha vocería nin armada ninguna si non aguardar los canes por saber a cuál parte va el venado, porque es buen monte de andar”.

Según Pedro de Salazar y Mendoza en el "Origen de las dignidades seglares de Castilla y León, Toledo, 1818" y Esteban de Garibay en "De la antigüedad de los Almirantes de Castilla y de sus discursos hasta tiempos presentes", Academia de la Historia., Micer Egidio Bocanegra fue el décimo séptimo almirante de Castilla. En varios privilegios se le nombra unas veces Egidio y otras Egidiolo y en líneas generales como Gil Bocanegra. Era hermano de Simón, Dux de Génova y había servido como almirante en la corte de Francia.

Vino a Castilla con una escuadra de galeras contratadas por Alfonso XI, de quien recibió el título de almirante en el año 1341. En el sitio de Algeciras mostró sus grandes dotes de marino derrotando a la armada de los pueblos norteafricanos, haciéndose dueño del mar y estrechando el cerco a la ciudad hasta su total rendición. El rey, que fue personalmente a su galera para felicitarle, firmó un privilegio real, por el que se le concedía el señorío de Palma del Río en su reino de Córdoba y el de la Monclova en su reino de Sevilla, el día 2 de Septiembre de 1342. Sin embargo, estando en un momento crítico del combate, y por motivo de las pagas que el rey le adeudaba, levó anclas y amenazó con ausentar las naves genovesas si no se le satisfacía la deuda. Este feo se le perdonó por conseguir la rendición de la ciudad de Algeciras y en cambio se le concedió el Alcázar de la ciudad conquistada por privilegio concedido en l344.

El rey Eduardo III de Inglaterra solicitó sus servicios por medio de una carta que le envió con los embajadores que vinieron a la Corte de Alfonso XI para tratar del matrimonio del entonces príncipe Pedro, luego rey Pedro I, con la princesa inglesa Juana. El almirante rechazó la proposición pues prefirió continuar en Castilla donde recibía cuantiosas rentas de sus villas.

En 1357, reinando Pedro I, D. Juan de la Cerda, en virtud de sus compromisos con el rey de Aragón Pedro IV el Ceremonioso, se sublevó contra el rey  y se dirigió a Andalucía para sublevarla contra su legítimo señor y entregar al aragonés sus mejores ciudades. Levantó estandartes en la región de Huelva, en donde era señor de Gibraleón, y se dirigió a Sevilla. En el camino le salieron al encuentro Juan Ponce de León, señor de Marchena y el almirante Gil Bocanegra con sus vasallos y huestes de Sevilla, siendo rendido el sublevado entre Veas y Trigueros.

Asistió en 1359 a la batalla naval que contra el rey de Aragón organizó Pedro I. Cuando llegaron a Denia, después de varias correrías por el Mediterráneo (Ibiza, Guardamar, Barcelona, etc.) y se supo que el rey Pedro IV el Ceremonioso había quedado en Mallorca, aconsejó Gil Bocanegra a su señor que desembarcara en la costa dejándole a él el mando de la escuadra ya que la aragonesa venía mandada por Bernardo de Cabrera y el Conde de Cardona. No accedió el rey a este consejo y, como no era honroso para un rey enfrentarse a un almirante, se retiró la escuadra castellana a Sevilla.

En 1366 y, ante la amenaza que suponía la toma de Toledo por Enrique de Trastamara, Pedro I embarca sus tesoros en una nave, fondeada en el Guadalquivir, y los confía a su tesorero Martín Yáñez para que desde Sevilla los traslade a La Coruña. Sin embargo, bien fuera por las armas, bien por acuerdo con Martín Yáñez, el almirante Gil Bocanegra se hizo con los tesoros reales. Estos, las galeras, el almirante y el tesorero pasaron el servicio de Enrique, traicionando así a Pedro I y acreditando con esta censurable acción la opinión que sobre él se tenía desde el suceso de Algeciras. Por estos servicios Enrique le concedió, por privilegio fechado el 17 de Julio de 1366, la villa de Utiel y sus términos, con lo que acrecentó el mayorazgo que le fue instruido por Alfonso XI.

Tras la batalla de Nájera, en la que se enfrentaron las huestes de Pedro I y las de su hermano bastardo Enrique, futuro rey Enrique II, con la victoria del primero, los partidarios del rey hicieron prisioneros a todos los personajes que se habían pasado al bando enriqueño. En Sevilla fueron prendidos y ajusticiados Juan Ponce de León, señor de Marchena, y el almirante Gil Bocanegra, los mismos que entre Veas y Trigueros habían vencido a Juan de la Cerda cuando se levantó contra el rey en Andalucía. Ortiz de Zúñiga nos dice acerca de la muerte de Bocanegra y Ponce de León que se ejecutó su suplicio en la plaza de San Francisco de Sevilla y que los enterraron en la iglesia de aquel convento.

Según consta en dos inscripciones que hay en el patio del Castillo de la Monclova y que resumen las vicisitudes de dicho señorío se produjo de la manera siguiente: 1342-1942. Hoy se cumplen seis siglos desde que el Rey de Castilla Don Alfonso XI en premio de la conquista de Algeciras donó esta antigua villa de La Monclova con su fortaleza a su Almirante del Mar Micer Egidio Bocanegra de cuya Casa pasó a la de la Vega hasta la muerte en campaña del famoso poeta Garcilaso en 1.536 y de su hija Doña Leonor, de quien la heredó su nieto Don Antonio Portocarrero de la Vega que fundó el mayorazgo erigido en condado en 16I7.  Fue concedida la Grandeza de España al tercer conde Don Melchor, Virrey de Nueva España y del Perú, en cuyo hijo se extinguió la agnación, sucediéndole en 1741 Don Joaquín de Palafox Centurión Portocarrero Folch de Cardona, 31º Almirante de Aragón, 6º Marqués de Ariza y Estepa, Guadalest, Armunia, Laula, 'Vivola, Monte de Vay y La Guardia y Conde de Santa Eufemia.

El texto de la otra inscripción es el siguiente: En 1837 estos Estados recayeron en Don Andrés Avelino de Arteaga y Palafox 21º Señor de Lazcano, Marqués de Valmediano, Conde de Corres y en 1865 en su nieto D. Andrés que fue también Duque del Infantado, Marqués de Santillana, Cea, Argüeso y Almenara, Conde del Real de Manzanares y en Italia Príncipe de Éboli y de Mélito Su hijo el 37º Almirante y 17º Duque Don Joaquín de Arteaga y Echagüe, además Conde de Saldaña, del Cid, del Serrallo y de Ampudia, Marqués de la Eliseda, Duque de Francavilla, etc., Caballero de las Órdenes del Toisón de Oro y de Santiago, siete veces Grande de España, Presidente del Real Consejo de Órdenes, mandó en 1910 desmontar tres mil hectáreas, 20.000 olivos y reedificar este castillo alhajándole con las ruinas del Convento de la Merced (que transportó de Lorca), con columnas romanas halladas en Córdoba y con otros elementos artísticos adquiridos en España e Italia.