Anoche volví a ver "Tres colores: azul", película de1993 dirigida por Krzysztof Kieslowski y música, preciosa, compuesta por Zbigniew Preisner En la película, una mujer pierde a su marido y a su hija en un accidente de coche. A partir de ese momento, el personaje interpretado por Juliette Binoche, abandona su vida anterior, vende su casa, sus ropas, deja atrás sus recuerdos, excepto una lámpara azul de su hija que la une de alguna manera a su recuerdo.
Está negando lo ocurrido, no llora. Solo lo hace al final de la película cuando descubre cosas ignoradas de su marido que la ayudan a ver la luz que se había negado y comienza a vivir la vida después del duelo, dejando atrás a sus muertos que seguirán dentro de ella, especialmente su hija, porque forman parte de ella, igual que todos nuestros muertos forman parte de nosotros, de nuestra visión del mundo y la vida. La protagonista comienza a reconciliarse con el mundo, con la vida. Termina la obra musical que su marido estaba componiendo, que en realidad era ella la que lo hacía y que lo niega al principio en la renuncia de ella misma. En esta reconciliación tienen que ver los demás. No se supera el duelo en soledad.
La música tiene un papel importante en la historia, igual que en los ritos funerarios de la antigüedad donde se cantaba para acompañar no solo al difunto sino a toda la comunidad que se unía para amparar a los dolientes y así hacerle más llevadero el duelo. La muerte incomprensible para nosotros lo humanos, ese momento en que tu ser querido está y ya no está, ya no es, puede convertirse en un dolor que no puedes admitir, la negación. Seguir adelante es lo único que podemos hacer, ahí es donde aparece el peso de los ritos que refuerzan los vínculos con la comunidad.
En nuestra sociedad capitalista, donde el individualismo marca la vida, apenas quedan ritos funerarios donde la comunidad sea partícipe. Vivimos el duelo en soledad como en soledad morimos. Todo lo que queda es la parte productiva, monetaria, mientras alejamos a la muerte, no queremos verla. Se la negamos a los niños y niñas, a los jóvenes: que no la vean, que no la sufran. En los momentos de duelo es la comunidad la que arropa y consuela aún sin pretenderlo ¿O no era esto el origen de los velatorios de toda la noche, donde las vecinas acudían con café y caldo? Donde se terminaba riendo con anécdotas del difunto o recordando tiempos pasados que preparaban un tiempo en el que ya no iba a estar un miembro de la comunidad que formaba parte de ella. De esa comunidad de la que necesitamos para cuidarnos.
Tal como le ocurre a la protagonista de "Tres colores: azul", en el duelo no se trata de recuperarse de la pérdida, sino de encontrar un camino para hacer que esa pérdida sea parte fecunda de la vida.