De vez en cuando a la naturaleza se le inflan las narices, se altera, se enfada y aparece entre nosotros con todo su poder. Como si todo volviera a ser como en el comienzo del mundo, la tierra se mueve y ahí estamos, minúsculos, desalentados, desamparados, indefensos, a merced de lo que quiera hacer con nosotros.
Cuando la naturaleza decide hacer acto de presencia, las cosas más simples de cada día se pueden volver imposibles o casi… comprar el pan, ir al trabajo o, simplemente, bajar la basura se convierten en odiseas inalcanzables. Todo vuelve a ser espinoso o difícil. En muy pocos segundos desaparecen siglos y siglos de progreso y tecnología y volvemos a estar solos delante del mundo: los muros de las casas se derrumban, las paredes se agrietan, los techos se desploman, los árboles se tronchan, la cosecha se pierde…

Basta que la naturaleza enseñe un poco de su fuerza dormida y abra los ojos para que volvamos a ser minúsculos, lo que siempre hemos sido, lo que nuestra vanidad no quiere reconocer casi nunca. De nada vale entonces toda nuestra inteligencia y parafernalia de ingeniería y aparatos. Y a veces, antes de salir de casa e iniciar nuestra fuga, nos deja coger lo más imprescindible, lo mínimo. Tan sólo nos deja salir con un par de bolsas. Todo lo que hemos acumulado en nuestra vida se queda atrás, no sirve. Tenemos demasiadas cosas y no valoramos nada… Lo único que sirve nos cabe en una pequeña maleta.

La naturaleza nos avisa y nuestras diferencias insalvables se esfuman. Todos somos iguales ante ella. La destrucción y la desgracia. Queríamos ser iguales ante la ley, limar las diferencias sociales, pero no somos capaces de hacer lo que nos proponemos. Somos una especie mala. La naturaleza nos devuelve la imagen de una fragilidad que no puede esconderse detrás de nada. Basta que sople la tierra un poco para que algunas rutinas muestren, con toda crudeza, su profunda inoperancia o ridiculez, una época repleta de fanfarronería, soberbia y desapego a todo lo que nos rodea.

La naturaleza agitada nos enseña lo que somos, nos vuelve solidarios y prudentes, consigue que, en medio de tanto pescador en río revuelto, salgan durante unas horas a la luz y ocupen durante algunos días las cabezas de los humanos, las cabeceras de los telediarios y periódicos..

La naturaleza casi siempre se ceba sobre todo en los pequeños, en los débiles, en aquellos que no tienen corazas o aviones sin culpa alguna… Ahora, durante unos días, hablaremos del vendaval que ha hecho grandes destrozos en nuestro pueblo. Dentro de unas semanas estaremos hablando de otra cosa y así seguiremos porque aprender, lo que es aprender, nunca lo hacemos.