La mirada de esta niña es un grito mudo de socorro. Esta niña no puede tener rostro ni nombre porque es necesario respetar su derecho a la intimidad y porque lo importante es dejar constancia de que su situación es similar a la de millones de mujeres como ella. Pongamos que se llama Fátima, que vive en cualquier país subsahariano, que tiene doce años y que la expresión de sus ojos es tan dolorida que la llaman “la niña de los ojos tristes”.

Conocí a esta niña cuando tenía dos años. Su madre se llama Marsata y el padre, ya fallecido, se llamaba Saido. Al poco de nacer, Fátima fue dada a Fatumata para que la criara. Fatumata era otra de las tres esposas de Saido. Pero ni Marsata, madre de Fátima, ni Fatumata, madrastra, querían a la niña, que con dos años estuvo a punto de morir de puro abandono. La tiña, una anemia, una infección intestinal y una hernia umbilical estuvieron a punto de acabar para siempre con su tristeza. Tal vez habría sido un alivio para ella.

Pero la vida es terca y Fátima salió adelante porque una familia cuidadosa la recogió, la trató con medicamentos y le proporcionó un hogar en otra aldea vecina. Durante unos años, Fátima fue feliz así. Felicidad que le duró hasta que su edad, su estatura y su fuerza cobraron algún valor en el mercado de la esclavitud de esta parte de África. Al cumplir los doce años, los brazos, las piernas y la cabeza de Fátima fueron capaces de acarrear agua y leña, lavar ropa y platos, cargar con un hermanito en la espalda y barrer la casa. La quieren porque les es útil.

De espaldas, Fátima en su aldea

Por eso Fátima ha sido reclamada de regreso al seno de su familia y hoy la niña de los ojos tristes vuelve a estar comida por una tiña infectada, con la cabeza y las orejas purulentas. La familia acogedora no pudo impedirlo porque las leyes olvidan a los niños. Y así, cuando el lector esté frente a este artículo, Fátima irá camino del pozo con un hermanito atado a la espalda y, sobre la cabeza, un enorme barreño de agua o un haz de leña dos veces más grande que ella. Sus ojos son un grito de socorro que nadie escucha, que nadie escuchará nunca porque los oídos del mundo hace años que se volvieron inhumanamente sordos.

La desgracia de Fátima empezó cuando nacieron sus dos hermanas mayores. En estas familias es una desgracia que el primer hijo sea niña. Si el segundo vuelve a ser otra niña empieza a ser una tragedia. El padre empieza a sentir que su familia se está debilitando. Necesita varones que puedan heredar, pero no tiene recursos suficientes para aumentar bocas “inútiles”. Los niños son una inversión de futuro duradero y las niñas de futuro inmediato. Las niñas tienen una corta vida “útil”, que va desde los cinco o seis años -cuando ya pueden cuidar a los hermanitos, acarrear agua y limpiar la casa- hasta los trece, catorce o quince años, cuando se casan y pasan a trabajar para el marido.

De esa forma, la aportación de las niñas dura alrededor de diez años, durante los cuales tienen que “devolver” a sus familias una parte de los recursos recibidos para su crianza. Fátima tiene doce años, edad de trabajar para su madre, no para perder el tiempo acudiendo al médico o aprendiendo a leer y escribir. No queda tiempo para enfermar, jugar o ir a la escuela porque en poco tiempo serán dadas en matrimonio. Dadas. La expresión “dar una niña” es común aquí. En la etnia balanta existe la costumbre de que las esposas envejecidas busquen una niña -una sobrina, por lo general- que darles a sus maridos.

Mauritania fue el último país del mundo en abolir la esclavitud. Ocurrió en 1981, aunque la abolición no trajo consigo su prohibición, cosa que tuvo lugar en 2007, hace apenas 15 años. Eso no significa que la esclavitud haya sido erradicada. Por el contrario, la Organización Internacional del Trabajo (OIT) estima que hay en el mundo 40 millones de víctimas de la esclavitud. Como esclavitud están considerados el trabajo y el matrimonio forzados. Son esclavas las personas sometidas a explotación laboral o casamiento forzado que no pueden rechazar o abandonar a causa de las amenazas, la violencia, el engaño o el abuso de poder. Uno de cada diez niños está sujeto a trabajo infantil.

Niñas tristes de esta parte de África, sin presente y sin futuro. Niñas olvidadas, condenadas al sacrificio y al trabajo sin descanso. Sin infancia y sin derechos. África es mujer. Esta parte de África es una niña sometida y explotada, comprada y vendida. Esclava que acarrea agua desde pozos lejanos, carga con niños a la espalda, cocina y trabaja la tierra. Fátima es África callada, enferma y resistente contra todo y contra todos. Supervivientes. África es injusticia y dolor. Los ojos de Fátima gritan socorro en mitad de un silencio atronador.