La realidad se puede ver con toda su intensidad gris, descarnada y borde. A eso se dedica el buen periodismo. El vaso se puede ver vacío o lleno, pero las buenas noticias no son noticia. Hay que tener cuidado con la cantidad de realidad que se consume porque uno puede sufrir un ataque de sobredosis de fatalidad y caer en un estado de cabreo permanente, como un siniestro personaje de Dickens o cualquier portavoz de Podemos. La vida es cutre. Sin embargo, se nos hace corta y nos aferramos a ella. Debe de ser por nuestro masoquismo intrínseco tendente a la dramatización. Igual la vida no es tan cicatera como la pintan, igual merece la pena.

El otro día charlé con la viuda reciente de uno de mis alumnos. Esperaba encontrarla abatida por el dolor y, sin embargo, le brillaban los ojos, no de pena sino de alegría. Una enorme sonrisa reinaba transparente en su cara. Vino a decir: “no estoy enfadada con la vida, sino agradecida por haber podido compartir cincuenta años de vida con una persona excepcional”. Seguir viviendo atardeceres mitiga las ausencias graves. No hay mejor terapia que ponerle buena cara al mal tiempo.

Hay que defender la risa, hay que darle la vuelta al orden de las cosas hasta el punto de entender la realidad sin achicharrarse de frío. Claro que la desventura nos persigue desde antes del descubrimiento del fuego. Algunos, buscando la perfección divina, llegaron a pensar como el monje Jorge de Burgos, el personaje de “El Nombre de la Rosa” de Umberto Eco, que negando la humanidad decía: “La risa es un viento diabólico que deforma las facciones y hace que los hombres parezcan monos”. Pero los monos no se ríen cuando consiguen plátanos, enseñan los dientes, como más de un jefe. Reír es una cualidad exclusivamente humana que ejercen casi todas las personas. La risa es la pérdida de la compostura necesaria para sobrevivir, pero sobre todo para vivir. Los mejores momentos, los que recordamos siempre, tienen la mirada absurda, el chiste, la burla y la carcajada como banda sonora.

No he conocido a nadie inteligente que no tenga sentido del humor. Sólo los idiotas son incapaces de abstraerse a la sustantividad. La realidad paralela del disparate de la insensatez incoherente y la extravagancia contradictoria acaba siendo más certera en su juicio que la lógica cartesiana. Eso lo sabía muy bien Daniel Ravinobich, miembro de “Les Luthiers”, antes de enredarse con Marcos Mundstock, con el merengue y “Esther Piscore” riéndose juntos hasta de la lengua que nos parió.

El mundo lo cuentan mejor Forges, Quino, Mingote, Ibañez o Martinmorales que “The New York Times”. Miguel Gila, tras sobrevivir a su fusilamiento, nos hizo odiar la guerra con un teléfono. No hay mayor defensa que un buen ataque de risa. Ernst Lubitsch hizo una obra maestra como “Ser o no Ser” defendiendo la inteligencia de la risa pacífica ante la estupidez bélica. La camarada “Ninotchka” se reía a mandíbula batiente de la seriedad de Greta Garbo. El genio de Chaplin le plantó cara en solitario al nazismo y a los que no lo veían peligroso haciendo estallar el mundo en sus manos. Humillaba al “Gran dictador”, por eso la película estuvo prohibida en España. No se sabe de ningún fascista que haya tenido humor.

Los miembros de Monty Pyton eran del “Frente Judaico Popular” ¿o era “El Frente Popular de Judea”? Hay que brillar mucho para meter a 18 personas en un camarote de 5 metros cuadrados. Los hermanos Marx consiguen que nos salgan agujetas de risa. Casi nos mata el careto del maquinista Buster Keaton haciendo alarde de su buena mala suerte. Mientras, Harol Lloyd pendía de un minutero con Nueva York a sus pies. Soy un “fistro pecador” y no “puedorr” entender los secretos de la risa. Tendrían que investigarlo Mortadelo y Filemón ayudados por el inspector Clouseau y Mr. Bean.  

Quizá tendría que seguir las instrucciones de Tip y Coll y llenar un vaso de agua en francés o freír una empanadilla de Móstoles ¿Encannnaaa? Jack Lemmon disfrazado de mujer en la cama con Marilyn Monroe dice amargamente en voz baja: “Soy una chica, soy una chica, qué desgracia la mía”. Para Billy Wilder “nadie es perfecto”.  Sé que algún día llegará “la tormenta” y aparecerá mi vecina “con torrenciales arrebatos”, como cantaba Georges Brassens.

No entiendo este mundo, pero me gustaría, así que voy a interpretar “La Sinfonía Opus 69”, compuesta por un primo de Johann Sebastian Mastropiero, con pito de carnaval y zambomba eléctrica. A ver si me aclaro. Pondré cuidado en el cuarto movimiento, denominado “Me Río de Janeiro”, a ver si así me olvido de tanta nieve, perdón, de tanta caspa. El mundo es mucho más pétreo, estúpido y cruel sin sentido del humor. Veamos  como Eric Idle el lado cómico de la vida, tan corta, tan larga.

"Always Look on the Bright Side of Life".