De dolores de barriga a dolores de cabeza. Hace pocos años, una sequía como la que sufre Fuentes en este momento habría provocado innumerables dolores de barriga. Hambre. Ahora produce algunos dolores de cabeza, si acaso. Quebraderos de cabeza, más que otra cosa, y alguna situación comprometida a una minoría. Eso ocurre porque buena parte de los agricultores tienen otras fuentes de ingresos. Incluso muchos de ellos ya tienen fuera del campo su principal fuente de dinero. Desde hace tiempo, los agricultores disponen de una potente red de protección que les da tranquilidad ante situaciones como la actual. El mejor paraguas para cuando no hay manera de que llueva.

El agricultor hace tiempo que dejó de mirar al cielo para poner la vista en las subvenciones, los seguros integrales y, sobre todo, en sus otros ingresos. Para empezar, apenas un diez por ciento de los propietarios de las tierras de Fuentes tienen el campo como único recurso de supervivencia, según diferentes fuentes del sector consultadas por este periódico. Es decir, exclusivamente del campo viven muy pocos. Un centenar de familias, como mucho, dicen las citadas fuentes. De las aproximadamente 500 subvenciones gestionadas por la cooperativa, 450 compatibilizarían otros ingresos ajenos a la agricultura. Esa realidad ha llevado a las autoridades europeas a exigir, desde este año, que todo aquél que pida una ayuda, si supera los 5.000 euros, demuestre que al menos el 25 por ciento de sus ingresos proceden del campo.

Esa medida, pese a dejar un margen del 75 por ciento para otras actividades remuneradas, ha puesto en aprietos a muchos. ¿Por qué? Porque muchos tienen la mayor parte de sus ingresos en otros sectores. Entre los actuales agricultores proliferan los jubilados -más de la mitad, sostienen quienes conocen esta actividad- albañiles, taberneros, mecánicos, funcionarios, comerciantes, zapateros, herreros, carteros, ganaderos, tractoristas, rentistas con chalets de alquiler en las playas o pisos de estudiantes en Sevilla... Las mujeres de los agricultores ya no se conforman con ser amas de casa. Trabajan como maestras, enfermeras, ayuda a domicilio o cobran el desempleo, lo que supone otro ingreso económico importante para la familia.

Ocurre que entre la agricultura y los otros sectores económicos se ha producido un intercambio muy importante de profesionales. Antes, el agricultor era eso, agricultor a tiempo completo. Ahora, el agricultor es, además, otra cosa. Normalmente porque los agricultores de ahora heredaron las tierras de sus padres cuando ya se habían hecho otra profesión. Pero también muchos profesionales han destinado sus ahorros a comprar unas tierras para meterse a agricultores a tiempo parcial. La agricultura, especialmente el secano, requiere cada vez menos dedicación, a veces unas horas los fines de semana, o incluso ninguna si las tierras son llevadas por aparceros o empresas de servicios.

La tierra ha sido siempre un sitio donde meter los ahorros con garantía de recuperación. Si además de eso, da unos beneficios, miel sobre hojuelas. La vuelta del olivo ha hecho más atractivo aún el campo, al que han acudido nuevos "agricultores" y fijado a la tierra a otros a los que la escasa rentabilidad del cereal les había quitado la vocación agraria. No es infrecuente el caso de aparceros que llevan las tierras de antiguos o nuevos mayetes a cambio del 70 por ciento de la producción. El dueño de las tierras cobra íntegra la subvención y el 30 por ciento de las ganancias. Sin tener que hacer absolutamente nada. Es lo que se conoce en el gremio como el sistema 70-30 de explotación agraria. Unos trabajan y otros cobran.

Todos esos fenómenos, relativamente nuevos, han dado pie al nacimiento de una sociedad en el mundo rural más compleja que la de antes, pero menos vulnerable a los avatares caprichosos de la climatología. Las familias basaban su supervivencia en el ahorro, la que podía, o en las peonás que pudieran dar y la sociedad se sostenía mediante un sistema de valores muy arraigados en las tradiciones, donde la palabra dada tenía el mismo o mayor valor que una escritura. El pago de impuestos y los consiguientes controles eran mínimos, aunque también lo eran los servicios públicos y las ayudas a las que podían aspirar. Nadie contrataba un seguro de cosecha y subvenciones ni en sueños. Las oportunidades de casi todos se limitaban a los ingresos por la venta de lo producido, agrícola o ganadero, o por las peonás trabajadas. No había otra cosa.

En conclusión, ahora muchas familias de Fuentes -como las de casi toda la Andalucía rural- tienen un abanico de ingresos que restan riesgos ante situaciones como la sequía. Eso explica que no haya hambre pese a la crudeza de la situación del campo y por la carestía de la cesta de la compra. Explica que las terrazas de los bares estén siempre llenas, ante la sorpresa de no pocos observadores. La UE ha regado -y riega- los campos de forma mucho más generosa que las nubes. La política agraria ha frenado la emigración, fijando la población al territorio, pero también ha generado una nueva cultura que no se basa, como antes, en el esfuerzo, el trabajo y la honestidad. En vez de mirar a la tierra, al cielo y a las manos con las que se trabajaba, ahora en muchos pueblos andaluces se vive más pendientes de cobrar el máximo, de aquí y de allá, y de pagar lo mínimo.