Desde pequeño he escuchado a mis mayores hablar del paseíto de los Cuatro Vientos. Ese era su nombre para sus usuarios de entonces. Ahora es conocido popularmente como paseo de la Plancha, por su forma tan peculiar, aunque de forma institucional se llame plaza de Santa María la Blanca. Le llamábamos paseíto de los Cuatro Vientos porque, debido a su ubicación, un lugar elevado a los pies de la parroquia, soplen de donde soplen los vientos, siempre hay una corriente de aire que entra por alguna de las calles que en él convergen.

Muchas noches de verano los vecinos se sentaban en el paseíto de los Cuatro Vientos largas horas. Paliaban así el calor y charlaban pausadamente hasta que los lazos de unión entre vecinos cada día se iban cohesionando más. Era un paseíto con vida porque en su suelo no faltaban una bombilla pintada para el juego de los pequeños, un círculo para bailar el trompo, unas porterías para ese gran partido de fútbol, la comba, los carabineros, los micos, policías y ladrones... Multitud de juegos llenaban de alegría ese espacio en forma de plancha.

Había ocasiones en las que las circunstancias y los materiales del suelo no nos dejaban practicar algún juego y entonces emigrábamos al paseo de la Arena, ahora llamado plaza de España, a jugar a las canicas (había que hacer un agujero en el suelo para introducir la bolita) o a jugar al plin.

Pero el tiempo pasó, los pequeños crecimos, las costumbres cambiaron y el paseíto se fue quedando cada vez con más huecos de niños y niñas. Huecos que no se volvieron a llenar. Entonces colocaron una fuente para embellecer la plaza, aparecieron los veladores. Ya algunos juegos no se podían realizar, por lo que los usuarios buscaron otros lugares. Más tarde la fuente desapareció y en su lugar colocaron un hermoso busto de Santa Ángela de la Cruz, muy venerada en nuestra localidad.

En la actualidad ya no hay casa en la que falte aire acondicionado. Ni un niño sin ordenador. Así que la vida en la calle casi ha caído en el olvido. Por eso tenemos un paseíto de los Cuatro Vientos remodelado, precioso, sin barreras arquitectónicas. Pero el paseíto está huérfano de niños, de vida. Y hasta de padres y madres que se sienten a disfrutar de sus cuatro vientos.

Lo más triste de todo es que ya no haya niños y niñas que corran, que salten, que disfruten. Falta ese chillerío de la chiquillería que tanto echamos de menos. La plaza se ha llenado de belleza, pero a la vez de silencio. Santa María la Blanca se ha vuelto demasiado seria. Siempre recordaré mi paseo de la Plancha y cómo no, el paseíto de mis padres, el paseíto de los Cuatro Cientos.