No sé bien si este periódico es el medio apropiado para expresar lo que siento en esta tórrida tarde, cuando la luz de agosto anuncia desde lejos el fin del verano. Atrás queda la luminosidad de julio que invita a la vida y a la diversión, una diversión que sólo existe para una parte del planeta.

Hoy siento una tristeza y una rabia que no es producto de la luz de agosto, no. Esta mañana me ha sorprendido la noticia de la entrada de los talibanes en Kabul, una entrada anunciada, pero no por eso menos temida. Sólo puedo pensar en las mujeres afganas, siento vergüenza por mi país, por Europa, por todo occidente que deja abandonadas a tantas mujeres, niñas y hombres de buena voluntad después de habernos machacados durante años con la cantinela de que estábamos en Afganistán para salvar el país, a sus mujeres, para hacer que la democracia triunfara.

Yo también soy culpable por callar, por no salir a la calle. No somos conscientes del poder que tenemos, miramos para otro lado porque nos resulta más cómodo, mientras los países, incluido el nuestro, que dicen defender los derechos humanos al mismo tiempo vende armas a gobiernos dictatoriales que apoyan grupos violentos que los violan. Es insoportable esta inacción, este dejar pasar el tiempo para ver si así se nos va olvidando lo que pasa en el resto del mundo. Sabemos aquello de que “ojos que no ven…”

Porque eso es lo que hacemos, vivir ajenos al sufrimiento de la mitad de la humanidad. Con esto no estoy diciendo que seamos los responsables de ese sufrimiento, no, pero sí tenemos la obligación de denunciarlo, de exigir a nuestros gobernantes que actúen. No podemos seguir dando la espalda a tanta violencia, a tantos desmanes. Toda guerra, toda violencia tiene unos culpables, una voluntad, unos intereses, muchas veces ocultos,  y siempre son las y los inocentes los que las sufren.

Hoy mi pensamiento está con las mujeres de Afganistán, con los guías y traductores que han servido a las tropas españolas y que ahora mismo sienten sus vidas y la de sus familias en peligro. Mañana, ayer, siempre, con los ahogados en la ruta de Canarias, con los muertos y damnificados de Haití… Es demasiado el dolor y mucha la vergüenza mientras sigo aquí, bajo el aire acondicionado en esta tarde de un melancólico agosto de 2021.

No sé cómo será la sociedad de las futuras décadas, me temo que no mucho mejor. Pero de lo que estoy segura es de que se hará real el poema de Martin Niemöller donde clama ante la indiferencia de la sociedad:
"Primero vinieron a por los comunistas
y no dije nada porque yo no era comunista.
Después vinieron a por socialistas
y no dije nada porque yo no era socialista.
Luego vinieron a por los sindicalistas,
y no dije nada porque yo no era sindicalista.
Luego vinieron a por los judíos,
y no dije nada porque yo no era judío.
Luego vinieron por mí,
y ya no quedaba nadie para hablar por mi”.

(Firma aquí la petición para que se mantengan abiertas las fronteras de Afganistán a las mujeres que huyen de la guerra)