Vocación romana. Orientación mudéjar buscando Jerusalén. Y efecto de la luz. El arquitecto Honorio Aguilar define con esos tres elementos la parroquia de Fuentes. Aguilar ha abierto este miércoles el "aula de patrimonio" con una conferencia titulada "El milagro de la luz de Santa María la Blanca". El arquitecto asegura que la parroquia es "un interesante ejemplo de arquitectura manierista y barroca sobre el primitivo templo gótico-mudéjar, del que conserva la orientación este-oeste y parte de los muros de la cabecera, contrafuertes y lienzos".

Lo más llamativo de la parroquia de Fuentes, y de lo que muy pocos fontaniegos son conscientes, es que su orientación este-oeste tiene la finalidad de situar el altar mayor mirando a Jerusalén, una tradición de los templos mudéjares que perduró hasta el concilio de Trento, que se fue perdiendo hasta desaparecer por completo con el concilio de Trento en el siglo XVI. Hasta entonces, la mirada a Jerusalén y la luz eran los elementos dominantes a la hora de orientar las construcciones, resalta Aguilar. Muy pocos fontaniegos saben que se han bautizado, hecho la primera comunión, casado u oficiado el funeral de algún familiar mirando a Jerusalén.

"La invocación de la luz es constante y casi ritual en la arquitectura. Desde Miguel Ángel a Le Corbusier, en cualquier cultura o momento histórico la luz es tema central", resalta Aguilar. El gran avance necesario para el aprovechamiento de la luz natural, sin estar expuesto a las inclemencias meteorológicas, se produce ya en Egipto cuando se comienza a fabricar el vidrio. Su uso es importante en Siria y se extiende a Cartago y toda la civilización mediterránea.

Hay que tener en cuenta que la iglesia actual de Fuentes tiene poco de la primitiva, mucho más austera. En sus orígenes, el presbiterio carecía de retablo y en vez de cuadrado, debió de ser poligonal, con ventanas por las que se filtraría la luz a través de pergaminos o alabastros, dado que el cristal era un elemento extremadamente caro y escaso. Por lo tanto, sugiere Aguilar que donde ahora está el retablo del altar habría al menos tres ventanas que permitirían la celebración de las misas al amanecer, que era la hora a la que los fieles acudían al templo. La ausencia de luz artificial hacía que no existiera la vida nocturna, la vida discurría casi exclusivamente entre el alba y el ocaso.

Los constructores del templo buscaron el efecto de los rayos del sol del amanecer entrando por esas ventanas del altar mayor, subrayando el perfil a contraluz del oficiante (antes las misas se hacían de espaldas al público) y resaltando el carácter mágico del brillo del oro y la plata de los cálices. Después, la luz discurre por la fachada sur de la puerta del sol, penetra en la nave correspondiente a la Epístola, la que da al patio trasero, donde existe un reloj solar, y al atardecer irrumpiría por el óculo de la fachada principal tratando de resaltar de frente el altar mayor. "Nada es porqué sí, todo tiene una intención espiritual o estética", afirma Aguilar.

Añade que numerosos estudios insisten en el carácter simbólico de las vidrieras. La luz es algo más que un medio que permite ver. Aunque no es el caso de Santa María la Blanca, la luz solar, al atravesar los vidrios de colores, se convierte en luz sobrenatural, coloreada y de carácter trascendente y místico, ya que la luz simboliza a Dios que ilumina a los fieles. Esta luz coloreada crea en el interior un espacio de grandes matices cromáticos, lejos del espacio exterior natural. Un ámbito espiritual que se acentúa con el efecto de elevación, de falta de peso y de ingravidez. Pero quizá estos aspectos simbólicos de la luz gótica hayan dejado en segundo plano otros aspectos no menos importantes. La luz cumple también la función de hacer sensibles las diferentes partes del edificio por los contrastes de claroscuros, desde las capillas laterales, hasta las naves. Precisamente la liturgia usa este recurso de situar al norte el Evangelio, la palabra de Dios, mientras al Sur se sitúa la Epístola, la palabra del prelado.

"Tanto la propia iglesia como los objetos de culto, expresan el prestigio social y poder de sus promotores. Al mismo tiempo la luz, el oro y las piedras preciosas tienen valores simbólicos de carácter religioso. Ambos valores asociados nos llevan a la idea de Dios como poder supremo y del poder temporal concebido como una
emanación divina. Con frecuencia el oro, se entendía en la Edad Media como la luz del sol y la fuente de vida, además de su simbolismo religioso", ha apuntado Aguilar en su conferencia.

Esa intención determina la construcción de la iglesia e incluso lo que existe en su entorno. Por ejemplo, la forma del paseíto de la Plancha responde a la necesidad de compensar el descuadre que la parroquia provoca en la distribución de las calles de Fuentes en forma de retícula. Llama la atención el trazado en forma de cuadrícula de las calles de Fuentes, algo sorprendente porque el trazado la mayoría de los pueblos suele ser de callejuelas sinuosas y estrechas, fruto de su origen árabe o de su influencia en la construcción. Como en el diseño de la iglesia pesa la orientación este-oeste, eso obliga a crear esa isla en forma de plancha, otro dato probablemente ignorado por la inmensa mayoría de los fontaniegos.

Apunta Honorio Aguilar que a partir del XVI el valor simbólico de la luz cambia, y lo hace de manera total a partir del Concilio de Trento. Aunque las ideas sobre la iluminación de iglesias no se hallan en los Cánones y Decretos del Concilio, la literatura surgida de los mismos marcó la pauta a seguir. San Carlos Borromeo, en sus Instrucciones Fabricae Supellectilis Ecciesiasticae (1572), recomienda que las ventanas de las iglesias estén cerradas con vidrios transparentes. La luz coloreada, por tanto, ha perdido su carácter simbólico: es el ideal del espacio humanista, con un sistema de iluminación diáfano. A partir de aquí, el sistema de iluminación negará el simbolismo medieval, desarrollando un juego de luces y sombras que valoran el papel de vanos y volúmenes, subrayando la materialidad de la propia arquitectura.

A partir del siglo IX, en las iglesias grandes se van a popularizar los altares, destinados a servir de telón de fondo de la celebración eucarística y a la veneración de santos. En el siglo XIII surgirán las primeras órdenes mendicantes, con una clara función reformadora tanto en la liturgia como en la predicación. La elección que harían estas órdenes en cuanto al modelo de iglesia sería la de nave única.

El predominio del blanco, la abundancia de luz natural y las bóvedas de las naves laterales, que en las gótico-mudéjares son de colgadizo, dan singularidad a la parroquia de Fuentes, según Honorio Aguilar. Llama la atención también que la parroquia esté dedicada a la advocación de la Virgen de las Nieves, precisamente en un entorno donde menos cabe esperar una nevada. Hay en esto una nueva vocación romana de Fuentes. Curiosamente, esa vocación se confirma con la tradición de que el 5 de agosto de todos los años se haga llover jazmines desde la cúpula del altar mayor. Esa tradición recuerda a la que existe en Santa María la Mayor de Roma, también consagrada a la advocación de la Virgen de las Nieves. La única diferencia es que en Fuentes se dejan caer jazmines y en Roma pétalos de rosas, recreando la nevada ocurrida en Roma el 5 de agosto del año 358.

El origen de este título de la Virgen María se basa en la tradición que narra cómo en el siglo IV, durante el pontificado del papa Liberio, un matrimonio romano sin hijos deseaba conocer el destino que debía dar a sus abundantes bienes. Siendo grandes devotos marianos, el marido soñó que la Virgen le había indicado que debía levantar un templo en su honor allí donde Ella le indicara. A la mañana siguiente, en pleno verano –era 5 de agosto–, apareció milagrosamente nevado el Monte Esquilino, a las afueras de la ciudad de Roma. El Papa autorizó entonces la construcción de un templo en dicho lugar, bajo la advocación de Santa María de las Nieves o Virgen Blanca, donde hoy se sitúa la Basílica de Santa María la Mayor.