Su canto es un suspiro profundo que puede producir miedo para el profano. Las lechuzas siempre han protagonizado leyendas que se mueven entre tinieblas y relatos escabrosos. Seguramente, era un destino inexorable a causa de los hábitos nocturnos de este ave misteriosa. Hoy me he llevado la gran satisfacción de poderla observar y ver que todavía hay esperanza. Su predilección por ocupar los espacios oscuros (desvanes, campanarios, ruinas, viejas iglesias, parroquias abandonadas, buhardillas o establos) contribuyó a crear el retrato romántico de un animal difícilmente visible, pero poderoso en la sombra y gran aliado para las plagas de la agricultura.

Hoy la situación de las lechuzas refleja el declive de la avifauna que vive ligada a las zonas agrarias en transformación, mientras aquel halo de misterio se ha convertido en una rutinaria enemistad con el hombre. La presencia de la lechuza común (Tyto alba) alimenta los cuentos y ha transmitido los miedos entre generaciones en numerosos lugares de la geografía española. Su peculiar graznido, a caballo entre el suspiro y el llanto, y su querencia por habitar los edificios en mal estado han cimentado su peculiar mala fama.

Ahora la lechuza ha entrado en retroceso y su futuro es incierto debido a las transformaciones introducidas por los humanos en el medio rural. Ahora mueren atropelladas, tiroteadas o electrocutadas en los cables. Una de las principales causas de su declive son los cambios en el medio rural, donde un paisaje con usos y cultivos diferentes está siendo sustituido por el monocultivo de grandes extensiones, a menudo basadas en el regadío. Este cambio de paradigma ha comportado un empleo generalizado de pesticidas y rodenticidas, que causan la muerte de sus presas (topillos, ratones, langostas, salamandras…). El resultado es que hay menos diversidad de hábitats, menos insectos, menos roedores y, por tanto, menos alimento para las aves agrarias, que además sufren envenenamientos secundarios.

Este es un efecto más del despoblamiento rural y del vacío que también afecta a las aves ligadas a entornos con presencia humana. Las lechuzas pierden lugares tradicionales de nidificación como campanarios, caseríos o granjas, donde encuentran grandes cavidades. Las viejas construcciones rurales (graneros, parideras, establos…) se desmoronan o se reconvierten en nuevas edificaciones y casas rurales en las que las lechuzas pierden sus puntos de nidificación, sus lugares de alimentación o resultan contaminadas.

En toda Europa, la lechuza está catalogada como una especie “vulnerable”, por lo que, si observamos que habitan en nuestro entorno, no debemos molestarlas.  En el ámbito español está incluida en el Listado de Especies Silvestres en Régimen de Protección Especial. Por eso, está prohibida cualquier actuación que persiga su muerte, así como capturarla, perseguirla o molestarla, o destruir o deteriorar sus nidos.

La lechuza está en peligro y, aunque su extraño graznido puede asustar, el miedo ahora es que desaparezca como especie. En silencio, como cuando vuela, esta especie nos avisa desde hace años sobre la paulatina pérdida de vida en el campo. Se la ve menos, se la oye menos, pero no es ninguna maldición si no más bien lo contrario.