Amanece, poco a poco. Las vecinas van preparando el altarito, en la puerta de la calle. Algunas, la tarde antes ya pusieron su toldo verde para protegerse del sol que desde ayer se anunciaba vestido de verano. Estamos en el altarito de la Lutgarda de la calle la Huerta.

El día antes muchas habrán puesto la mistela en el frigorífico para que esté fresquita, habrán hecho rosquitos, incluso algunas vecinas buñuelos; todo es poco para agasajar al vecindario, a  las personas que van pasando y se paran a “ver y mojar la cabeza”. Avanzada la mañana los altaritos lucen en todo su esplendor, las mejores macetas y flores se han sacado a la calle, la estampa de San Juan Bautista preside la mesa cubierta con el mantel de blondas o encajes del ajuar.

Poco a poco la chiquillería va llegando con las abuelas, verdaderas sacerdotisas del altar. Se mojan la cabeza mientras las personas mayores les dicen que así no se resfriarán en todo el año. Al final, niños, niñas, abuelas, madres y todo aquel que pasa por la calle se moja la cabeza en el barreño de barro con pétalos que para tal fin se ha puesto delante de la mesa, donde no puede faltar el huevo, que anoche se partió dentro de un vaso lleno de agua y puesto al sereno para que la magia de la noche transforme en un barco de vela.

La misma magia que, tradición ya perdida, hacía posible que al dar las doce de la noche, si salías a la calle, tirabas un cubo de agua y preguntabas  al primer hombre que pasara por tu puerta por su nombre iba a ser el mismo de tu futuro marido.

Mientras en muchos pueblos y ciudades la magia de la noche de San Juan purifica con el fuego, en Fuentes es el agua el elemento purificador desde tiempo inmemorial. Al menos así lo contaban las madres y abuelas (siempre las mujeres guardianas de la tradición). En nuestro pueblo las mañanas de San Juan se han adornado las calles con altaritos. Son hermosos por lo sencillo, están cargados de recuerdos y mantienen la esencia, junto al carnaval y el jueves lardero, de nuestra cultura popular, de nuestra identidad como pueblo y como comunidad. Larga vida a los altaritos de San juan.