Vuelve el 8M. El tiempo, que es circular, insiste una y otra vez en recordarnos que los ciclos se repiten y que apenas avanzamos en la igualdad. No nos engañemos, la historia cambia de traje, pero no de alma, esa alma que a veces es negra como una noche sin luna, como estamos viendo estos días en que la guerra nos sumerge en un mar de dudas y desasosiego.

Escribo estas palabras con la tristeza royéndome por dentro al comprobar que la violencia sigue y sigue, sumándose a las ya existentes, esas violencias que hacen que cientos de vidas terminen en el Mediterráneo, que se vayan apagando en la invisibilidad de los campos de Lesbos y Turquía.

Decía ayer en este periódico mi compañero periodista, Pepe Bejarano, que una mujer no mandaría invadir un país, aunque existen deshonrosos ejemplos. Yo me hago la siguiente reflexión: las mujeres que han sido capaces de emplear la violencia por cuestiones egoísta, para salvar sus negocios o los de los oligarcas que la sostienen en el poder, o por la necesidad de presentar una victoria ante la misma ciudadanía que cuestionan ese mismo poder, están ejerciendo unas formas de actuar masculinas, patriarcales.

Las formas masculinas son más valoradas que las femeninas en la sociedad a lo largo de la historia. Todas hemos visto cómo algunas veces, demasiadas, una compañera, o tú misma, tiene que actuar con valores masculinos para que la tengan en cuenta, para que su voz se oiga en medio del ruido; valores que a fuerza de ser los imperantes son tomados como los únicos buenos o posibles.

La violencia está incrustada incluso en las familias porque nos han enseñado que hay que demostrar que somos fuertes y que tenemos el deber de defender lo nuestro, nuestra propiedad, propiedad que muchos hombres confunden con las personas, con las mujeres, incluso con las hijas e hijos.

Sí, hoy es 8M, y no podemos sentir con desánimo que una vez más pasarán las manifestaciones, los actos y discursos institucionales de políticos y partidos que apenas se creen lo que dicen. Es tiempo de salir a la calle y gritar que las mujeres somos las que creamos la vida y por eso la defendemos, no podemos quedarnos indiferentes ante tanta tragedia y desigualdad.