Leemos estos días noticias de cómo se producen denuncias de políticos que han sido abusadores sexuales, que se han insinuado desde posiciones de poder, que han hecho comentarios obscenos, detestables. Esos políticos, que no pocas veces han sido protegidos por sus compañeros, a veces por compañeras -el patriarcado hunde sus raíces adentro de nuestra cultura- han sido vistos como “graciosos” a veces, se pasaban un poco otras, pero siempre estaban dentro de la normalidad cotidiana. Para qué nos vamos a engañar, la mayoría de las veces. Si eran buenos como gestores, si eran leales al líder y al partido, se les perdonaban algunos “pecadillos”. Se les perdona.
No solo ocurre en el mundo de los partidos, que es diferente de la política. Ocurre también en el mundo de los negocios. A veces, partidos y negocios van demasiado unidos, siempre en cualquier reunión donde los hombres se sienten fuertes. He descubierto miradas lascivas hacia compañeras de trabajo o de partido cuando militaba. He escuchado comentarios despreciables cargados de deseos oscuros que eran recibidos las más de las veces con sonrisas cuando no con otros comentarios más explícitos en reuniones de amigos, piropos que maldita la gracia que tienen y encima algunos les parecen bonitos.
Llegamos a interiorizar que nosotras, las mujeres, teníamos la facultad de provocar esos deseos, esos comentarios, éramos las culpables hasta que nos rebelamos. No, no somos culpables, ni pretendemos excitar, al menos que la persona a la que excitamos sea deseable por nuestra parte también, entrando en el juego licito de la seducción consentida. Cuando las mujeres ofendidas por comentarios y actitudes despreciables, obscenas, denuncian, desorientan a la mayoría de los hombres porque no entienden que hayan perdido el poder de la impunidad. Nadie renuncia a sus privilegios voluntariamente, y los hombres han gozado durante siglos de privilegios que en las últimas décadas están, en justicia, perdiendo y eso los pone muy nerviosos, no digo a todos, pero sí a la mayoría.
Es muy preocupante ver cómo los jóvenes se van escorando cada vez más hacía la extrema derecha negando la violencia machista, pretendiendo volver a costumbres que les otorgan esos privilegios añorados por muchos y reconocidos como naturales no solo por ellos sino desgraciadamente también por muchas mujeres jóvenes.

