Aquellos carrillos de pipas (azul, amarillo y verde) fueron para los niños de Fuentes de los años cincuenta y sesenta lo que hoy, salvando las diferencias, son Dia, Mercadona, Carrefour o Lidl: un espacio para los caprichos y para endulzar la vida. El paraíso de los golosos. Si en las casas de entonces hubiera habido tanto dinero como ahora, los carrillos hubiesen sido el paraíso de las tentaciones. Pero en aquellos años, por no tener, los niños no teníamos ni siquiera derecho a tentaciones. Contento iba el que conseguía que le compraran una bolsa de pipas, una tira de regaliz, un chupachup o un sobre de estampitas con los jugadores de su equipo de fútbol. Y jarreando.
La bandera infantil de los que fuimos niños en los sesenta estaba compuesta de azul, verde y amarillo, los colores de Brasil y Ruanda. Ya teníamos algo en común con los niños de esos países. Cuentan el Fuentes que Cochoba, autor de aquel puesto de chucherías, pintó de azul el encargo de José el Viruta y la Genara porque es el color de la bandera de Fuentes. Lo más probable, aunque resulta imposible saberlo, es que le hubiera quedado un resto de aquella pintura en una lata olvidada en algún rincón del taller. El Viruta debió de pensar que como Cochoba era carpintero de carros, también debía de saber hacer carrillos de pipas.
Lo que está claro como el agua clara es que Fuentes nunca pudo tener un carrillo de color rojo. Ni siquiera un carrillo colorao. Rojo, ni en los carrillos ni en las carretas, ni en las puertas ni en las ventanas. ¿Alguien se imagina al Viruta o a cualquier fontaniego asomando por el taller del carpintero diciendo “Cochoba, vengo a que me hagas un carrillo y que lo pintes de rojo”? Si alguien osaba usar la palabra rojo lo hacía bajando la voz, a no ser que fuera para acusar a alguno de traición a la patria.

El carrillo del Viruta no era del azul del cielo, aunque a los chiquillos nos pareciera que allí vendían cosas celestiales. Salías de misa montado en una nube espiritual camino de la otra nube de los sueños que daban en el cine Avenida y te dabas de bruces con el zalamero Viruta, que debía de ser lo más parecido a San Pedro en el cielo de los golosos. El cielo de nuestra infancia tenía un azul fuerte, intenso, oscuro como los designios de los tiempos que corrían. Pipas, caramelos, chicles, regalices, cacahuetes y avellanas.
El Viruta se engominaba. Vistiendo y hablando era el más flamenco que había en Fuentes. Su padre (en la foto) Viruta el Viejo era un hombre humilde, pero le salió un hijo más chulo que un ocho: botas camperas, pañuelo en el bolsillo de la camisa, pantalón de pinzas, diente de oro…
Pese a la inconsistencia de su negocio, el Viruta parecía un dandi. La Genara era la viva imagen de la actriz Nancy Walker, la criada metomentodo de la serie del comisario McMillan interpretada por Rock Hudson. En los años setenta, cuando la criada de Hudson salía en la tele, la gente decía que solo le faltaba estar dentro del carrillo azul para ser la Genara. El Viruta y la Genara eran de Écija, pero podían pasar perfectamente por fontaniegos.

El carrillo azul estuvo hasta finales de los años cincuenta entre el bar de Francisco Miranda y la puerta de la Pepa la Amalia, en la calle Mayor. Luego se trasladó a la puerta de Manuel Mazuelos haciendo esquina con la calle Mal Suceso, que estuvo cerrada con una cancela hasta el primer ayuntamiento de la democracia. El problema del carrillo azul era que su éxito se convertía en castigo para el vecindario, que tenía que sufrir no sólo las molestias de la acumulación de gente, muchos chiquillos, sino también de suciedad porque en aquellos años nadie se cortaba a la hora de echarlo todo al suelo. La calle Mayor acababa los domingos con un dedo de cáscaras de pipas.
Alrededor del carrillo azul se formaba la tertulia de Jerónimo el de la tienda de enfrente y el afilador Celedonio, que siempre estaba metido en la tienda de Jerónimo porque su mujer, Carmen, iba a limpiar. La tienda de Jerónimo caía donde hoy está la discoteca el patio. El caso es que en el carrillo azul, cuando no había una patulea de chiquillos, se juntaban un tendero, un afilador y un carrillero, tres que se buscaban las habichuelas con el público. El Viruta y su mujer no alcanzaban categoría de tenderos, por más que lo suyo fuese una tienda, bien es cierto que hecha a la manera de los tiempos. La Genera se encorajinaba cuando alguien menospreciaba el oficio de ganarse la vida con un carrillo de pipas.
El final del carrillo azul, fue una discusión acalorada entre el Viruta y Mazuelos, cansado de tener tanta gente en su puerta. Desterrados, sin tertulia a la que acogerse, el Viruta y la Genara se dedicaron a vender sus chucherías con un carrillo ambulante. Titiriteros, de feria en feria. Así se acabó el carrillo azul, el primero que perdió la apuesta por un cielo de nubes de algodón de azúcar para los niños de Fuentes. Después fueron cayendo, como piezas de un dominó de otro tiempo, el carrillo verde del Amarguilla y, por último, el carrillo amarillo de Zambimbo.