El latido del campo a la hora del alba es un privilegio destinado a unos cuantos locos, o así lo llaman quienes han perdido los instintos, quienes su infinita ignorancia no les deja ver lo que un día fueron, ni lo que podrían llegar a ser si aprendiesen a respetar el legado cultural, antropológico y espiritual que trae desde antiguo la caza. A lo lejos, el pueblo duerme sin saberlo, sin percatarse, inexplicablemente ajeno al portento natural que se vivirá aquí en pocos días. Por ello, y teniendo en cuenta que en nuestro pueblo hay mucha afición, me dirijo a ese pequeño y selecto grupo de privilegiados. Con la mayor humildad, deseo que les guste el relato que estoy a punto de compartir contigo.

En breve llegará la media veda y con ella sus podencos latiendo, perros ligados a Fuentes desde hace muchos años. En Fuentes y en otros pueblos en los que el podenco está íntimamente ligado a la persecución y captura del conejo entre piedras, zarzas, jaras y palmares. ¿Qué hubieran hecho los cazadores sin podencos? ¿Cómo apagar la voz milenaria de estos perros desencamando las liebres y conejos en la campiña? ¿Cómo borrar su veloz llegada al conejo?

El podenco es un regalo de la tierra a los hombres, cazadores de antiguo, que durante milenios han recorrido la ribera mediterránea colonizando islas, fundando imperios, reedificando ciudades y cazando. Podencos con sus amos por las veredas y arroyos, de color blanco, canela, leonados o berrendos en blanco. De pelo fino y corto o duro y encrespado. De largas y ágiles extremidades para saltar sobre la maleza o cortas patas para entrar mejor en los zarzales. Siempre con orejas erizadas, dirigidas a la más minúscula brizna de rumor; con ojos vivísimos. Capaces de cortar la penumbra del jaral y de los canchales como bisturíes. Con un olfato al que no se le escapa ni el conejo agazapado en la grieta de la tierra ni aquel otro que trepa al viejo olivo para anidar su precaución y su miedo en una trueca.

Y sobre todo con una sapiencia cazadora innata y poco común para pararse ante la pieza encamada, para indicar al cazador con un medido monosílabo que el conejo está a punto de saltar y para llenar el campo con su potente latido, dibujando el rastro en el aire, sin dejar de correr y sin levantar la nariz del suelo. Conejos tenemos bastantes y haciendo daño a la agricultura, lo cual está caza es beneficiosa.

En contra tiene el hecho de que los periodos de caza son cada vez más reducidos y las dificultades para sacarlos al campo legalmente son cada vez mayores, cosa que la Administración debería encargarse de paliar, pues estamos ante una raza muy nuestra y una caza que se debe practicar para controlar daños. El podenco es una reliquia viviente de lo que fuimos y deseo que seamos siendo. Muy identificada con nuestra cultura, por mucho que a algunos no les guste.

La inteligencia es lo que marca la diferencia entre los ejemplares. La capacidad de procesar los efluvios que le llegan por la nariz, de “aprenderse” los terrenos donde caza, los trucos de las piezas, el saber cuándo un rastro es fresco o es viejo, entender pronto que la escopeta es la que posibilita embocar, la compenetración con el dueño, entrar en las matas sin dañarse en exceso. Todo es cuestión de la cabeza del perro. Por otra parte, es necesario que tengan pasión por la caza, lo cual se les supone por genética y una estructura morfológica y salud adecuadas para tener resistencia en su trabajo. Que no se pierda esta raza ni los cazadores con podenco. Que no se pierdan los latidos en el campo. Que no se pierda la afición.