Corrían los años de la Guerra de la Independencia contra la invasión francesa. Las Cortes de Cádiz acababan de aprobar la Constitución de 1812, primera elaborada por los españoles, y Fernando VII a su regreso a España, tras la expulsión de los ejércitos franceses, se planteó si debía jurar la Constitución de Cádiz, como querían los liberales, o volver al absolutismo, como querían los absolutistas, nobleza y clero.

La nobleza y el clero se organizaron rápidamente para mostrar al rey su apoyo incondicional a fin de que se restaurase el absolutismo, con el Manifiesto de los Persas, y movilizaron al pueblo para que mostrase su adhesión al monarca, al que apodaron “El Deseado”, con vítores por donde pasaba la comitiva real para llegar a Madrid, con vivas al rey y a las cadenas, en alusión a la pérdida de libertades. El Real Decreto de 4 de mayo de 1814, supuso un verdadero golpe de estado pues declaraba nulos y sin ningún efecto la Constitución y los decretos de las Cortes de Cádiz.

La oposición a la nueva situación absolutista no tardó en manifestarse. La burguesía liberal y las clases medias urbanas reclamaban la vuelta al régimen constitucional, una parte del campesinado se negaba a pagar rentas y tributos y se oponía a la restauración del régimen señorial. En el ejército, la integración de parte de los jefes de la guerrilla que había luchado contra los franceses dio lugar a la creación de un sector liberal, partidario de reformas. Surgieron por todas partes algaradas en las ciudades y amotinamientos de los campesinos junto a pronunciamientos militares liberales que fracasaron.

Finalmente, el 1 de enero de 1820, el coronel Rafael de Riego, que mandaba el 2º Batallón de Asturias, destinado a América para atajar la sublevación de las colonias, realiza un levantamiento militar en las Cabezas de San Juan (Sevilla). A pesar de que el levantamiento no tuvo la respuesta que Riego esperaba, desde otros puntos de España comenzaron a surgir nuevos levantamientos obligando al rey a jurar la Constitución de 1812 el 10 de marzo, a través de un Manifiesto que decía entre otras cosas: “...He jurado esta Constitución por la cual suspirabais y seré siempre su más firme apoyo. (….) Marchemos francamente y yo el primero por la senda constitucional.”


Todos conocemos estos hechos que son un hito en la historia de España del Siglo XIX, pero la mayoría de los fontaniegos desconocemos lo que en aquellos días ocurrió en nuestras calles y plazas. Nadie nos ha contado que en nuestro pueblo ocurrió otra sublevación parecida a la de las Cabezas.


En Fuentes de Andalucía, desde el día 29 de octubre de 1819 estaba acuartelado el Batallón Ligero de Canarias 50, que había pasado desde las islas a la península para participar en la Guerra de la Independencia, y en el día 5 de enero de 1820 va a protagonizar un levantamiento militar contra el Fernando VII, apoyando al coronel Rafael de Riego.

Según el testimonio que el Ayuntamiento de la villa envió al mariscal de campo de los reales ejércitos, parece ser que hacia las 6 de la tarde del día 4 de enero se presentaron en las Casas Capitulares el comandante primero de dicho batallón, Cristóbal Cruces O’ Donell, acompañado de dos oficiales de artillería, pidiendo un guía para que acompañase y guiase a un escuadrón de esta última arma que desde Osuna se dirigía a La Campana, solicitando asimismo que los vecinos iluminasen las calles para facilitar el paso de las tropas en la noche.

Efectivamente, desde las 9 a las 12 de la noche entraron en el pueblo los soldados del escuadrón de artillería, para pernoctar en él. Debido al estado de los caminos, por las abundantes lluvias, quedaron atascados varios carruajes que fueron traídos a la mañana siguiente con ayuda de las caballerías de los fontaniegos.  

Los mandos de la tropa de artillería pidieron suministros para continuar su marcha a La Campana. Hacia las 9 de la mañana, se formó la tropa para salir pero, ya formada se deshizo la formación, diciendo que no se marchaban hasta nueva orden. Así transcurrió toda la mañana y por la tarde volvieron a pedir nuevos suministros para la marcha, aunque sin decir el lugar al que iban.

A las 5 de la tarde, después de haber pasado lista a la tropa de artillería y al citado Batallón de Canarias, formaron en la plaza pública los del batallón y artilleros de a píe y comenzaron estos últimos a desfilar, siguiéndoles los soldados de infantería del Batallón de Canarias.

Pasados unos minutos se observó que una partida de dichos artilleros vino a las puertas de las Casas Capitulares, donde se hallaba una guardia del Batallón de Canarias al mando de un capitán y relevándola se oyó dar orden a los soldados que componían aquella para que inmediatamente tomasen un pantalón, casaca de uniforme de gala y el capote y se fuesen a formar en sus compañías. Acto seguido se vio que otra partida de artilleros condujeron a las Casas Capitulares algunos capitanes del Batallón de Canarias, como arrestados, y después trajeron a su comandante primero.

Se oyeron asimismo el toque de cajas, clarines y cornetas, tacando a generala. La tropa de infantería y artillería a pie formaron en la plaza, donde con repetición se oían las voces de viva la artillería, viva Canarias. Después de lo cual desfilaron marchando hacia el campo, haciendo alto a su salida, en las mismas paredes del pueblo, donde se volvieron a oír grandes voces de viva, viva. Por fin, siendo como las diez y media de la noche del día 5 emprendieron todos los soldados su marcha con dirección a la villa de Paradas.

Todos estos accidentes, la prisión y arresto del comandante primero y capitanes del Batallón Canarias, con las noticias que han corrido relativas a las críticas ocurrencias de algunos cuerpos del ejército expedicionario, lo intempestivo del movimiento de la tropa de artillería y del citado Batallón de Canarias llamó  la atención del Ayuntamiento, formado por los señores Lorenzo Ruiz Florindo, Alguacil Mayor, los  regidores, Antonio Armero y Almazán, Francisco Hornillo y Francisco Fernández Claudio y Francisco Oviedo, Síndico Procurador General, que se creyó en el deber de informar concienzudamente a Juan de la Cruz Mourgeón, Mariscal de Campo de los Reales Ejércitos y a cuya división pertenecía dicha tropa para que, orientado de ellos, pudiera determinar lo que creyese oportuno.

De la misma manera lo atestiguó Joaquín Álvarez de Lara, capitán del segundo Batallón del Regimiento de Infantería de Asturias, que se había sublevado en las Cabezas y que desde hacía bastante tiempo se encontraba en la villa con licencia para curarse de una dolencia.