El estruendo enternecedor –y sumamente festivo– fue el colofón propicio a una semana de compartir y vivir un tiempo anhelado durante el resto del año. Destellos de mil colores en una noche de verano ya sobrepasado el ecuador del agosto, que daban el cerrojazo a esa puerta impalpable pero firme del arco del Postigo, bastidor de una feria más, premarco de la siguiente. Ya solo quedaban unas carreras ante los astados en candela y todo sería nostalgia. Salíamos de aquellos días con la lata de carne de membrillo de nuestra memoria más llena, más colmada de alegría compartida, de salud disfrutada y de felicidad repartida. Por qué si no, ¿a qué va uno a la feria? Es el dónde y el con quién.

Más lejos que otros años, por una razón de peso, observábamos el gentío en masa correr de un lado a otro bajo el rastro de fuego que iban dejando las reolinas del «miura», a lomos de uno de los «Margaritos». Andaba con «la vista más repartía que un gato en una matanza», más que por yo quemarme, por el que llevaba de mi mano pillara un chispazo o algún que otro pisotón. Aquello se acabó, y aunque de to’ se harta uno, siempre te queda esa mijita de disgusto porque aquello se acaba. Y esa sensación, aquella feria, él fue la primera vez que la sintió.

Aún de mi mano, alzó su rostro endomingado hasta que se cruzaron nuestras miradas. Con semblante serio, sentenció:
–Papá, yo no quiero que se termine la feria.  
–¡No te preocupes, Martín! Al año que viene, más. Mira si te quedan años por delante para vivir ferias.

Aún sin tener sentido de la medida, mi hijo había sido consciente por primera vez de lo que te da la feria, pero no una feria cualquiera, sino tu feria. Y mira por dónde, que ni al siguiente ni al otro pillamos feria. Y él, como yo, como tantos, y casi todos, nos quedamos esperando. La cosa se truncó de tal forma que un puñetero bichito tambaleó los cimientos del mundo hasta el punto de ponerlo patas arriba. Y casi tres años después de aquel epílogo, ha recaído sobre mí el cometido de firmar el prólogo de la Feria de 2022 a través del cartel que la anuncie a propios y extraños, preámbulo de esa ciudad efímera que en el Real del Postigo resurgirá, para gloria, ansia y antojo de muchos.

Volverán los cacharritos y los puestos con un extenso y variado género de dispar consumo, juguetes y baratijas, turrones del blando y del duro, garrapiñadas, pulseritas y collares, cocos de allende los mares. Y reaparecerán las mesas sevillanas escoltadas de sillas de enea o de palo, como aquellas que a los velatorios llevaba Caco.
Y otra vez el vacío se llenará de los colores en vertical de sus casetas. Verdes listadas, unas. Granas listadas, otras. Y demasiadas blancas. Pañoletas, barandillas, gitanillas y platos de alfarería, rejas fingidas y farolillos de papel rizado.

Se verán –pocos pero sí algunos– mulos, burros y caballos. Aquellos que fueron de mercadeo y trato, y hoy de diversión y paseo sobre albero alcalareño. Y se verán capotes y banderillas, y jamones en la cucaña, y las mujeres y las niñas, en bellas estampas flamencas, con sus trajes de gitana que perdieron las enaguas. Y con la fiesta el jaleo, que dará vida al Postigo. Rumbeo y sevillanas, aunque serán las menos, se sumaran a la explosión de sonido en decibelios, entre cañas de cerveza –siempre de la Cruz del Campo– y catavinos de manzanilla en rama y vino fino, envuelto en un agradable rato de charla entre amigos en «La Jarana», que en la feria es mi casa.

Volverán las luces en artístico alumbrado destellando sobre el negro de la noche, que ya va cayendo antes y acortándose las tardes. Desde su inmensidad y su grandeza, y hasta en lo más íntimo, seremos testigos de la diversidad que la fiesta abraza, y por ello lo de que cada uno cuenta la feria como le va en ella, desde el que baila hasta el que mira, desde el que la trabaja hasta el que la disfruta.

En los momentos más duro, ya repetía que todo llega. Pues llegó. Llegó la feria a vestir de luces el Postigo y endomingar su Real.
–¡Dame la mano Martín!, y no vayas a perder las papeletas, a ver si este año nos toca el cochino.  
¡A la feria, fontaniegos! Al Postigo. ¡A disfrutar!