Escribía la semana pasada, con motivo del 8M, de las mujeres -y algunos hombre- que cuidan de nuestras personas mayores. Hoy escribo bajo el eco de los cánticos que llenaron las calles de miles de mujeres jóvenes, viejas, abuelas, madres e hijas que se saben libres, que no van a ceder en su luchar por la igualdad, por un mundo mejor para todas y todos.

Escribo pensando en unas mujeres valientes, atrevidas, que un día deciden atravesar el océano impulsadas por diferentes avatares de la vida: violencia de género, pobreza, deudas y tal vez, por qué no, por el deseo de tener una vida mejor, ésa a la que todos los seres humanos tenemos derecho. Dejaron atrás hijos, parejas, madres, hermanas y hermanos y parten sin saber qué les deparará el país al que lleguen, solo con una dirección, el amparo de un familiar lejano o la llamada de una amiga que encontró un lugar donde trabajar.

Muchas de ellas nunca salieron de su pueblo, de su ciudad, incluso de su barrio. Sostienen a sus familias, sus hogares, son capaces de enfrentarse a lo desconocido por el bien, por el futuro de las hijas e hijos que dejan atrás, por ellas mismas, tal vez por una libertad que le dijeron que iban a encontrar. Ellas cuidan a nuestras personas mayores con paciencia, con horarios a veces interminables. Se han vuelto indispensables. ¿Qué sería de nuestra sociedad si un día decidieran ponerse en huelga? Medio país se pararía, diría que entero.

Siempre voy a recordar una tarde de verano en el paseíto de la Plancha a una joven de una belleza deslumbrante, su mirada de ternura, transparente como un vaso de agua a la luz del atardecer conversando con la mujer a la que cuidaba. No sé dónde andará ahora. La mujer a la que cuidaba murió. Siempre me arrepentiré de no haber conversado con ella, de no haberle preguntado por sus nostalgias, por sus sueños.

Sí, estas mujeres con las que nos cruzamos en la calle con un habla dulce, con un vocabulario rico y a veces con soledad en la mirada, nos son indispensables en el día a día. Acerquémonos a ellas, sepamos de sus vidas y de su cultura, de sus miedos y esperanzas. Especialmente, agradezcámosles su labor impagable para nuestros mayores. Su conversación siempre será una oportunidad de enriquecernos.