No, no voy  a hablar de la película de Truffaut donde solo se dan 400 golpes (aunque sea metafóricamente) sino de las cuatrocientas cuarenta mil personas, con nombres y apellidos, que en un momento de sus vidas cuando eran jóvenes, más bien niños y niñas, fueron golpeados en su dignidad, en su intimidad, sufrieron abusos por parte de curas y religiosos, los mismos que se suponía que tenían el deber de educarlos en la fe cristiana, esa que nos habla del amor al próximo, esa que dice que no hagas a los demás lo que no quieres que te hagan a ti.

La Iglesia católica, la que guarda, o eso dice, la esencia del mensaje de Cristo, el mensaje de amor, de humildad y pobreza ha sido capaz de ocultar durante décadas, tal vez durante mucho más tiempo, los abusos de sus curas y religiosos, limitándose a llevar de un lado para otro a los abusadores, a los corruptos. Incluso ahora que se le brinda la oportunidad de desasirse, de  pedir perdón por sus pecados como ella misma nos enseña, hay obispos que no colaboran, que dicen que no enreden con esas cosas, que los abusos están en todas la sociedad.

Es como decir que no hay que perseguir a los autores de crímenes y violencia de género porque es algo que está incrustado en la sociedad patriarcal en la que vivimos, que antes hay que compensar a todas las víctimas. Una locura. Además, la conferencia episcopal incluso negó en su día los abusos. Cuando se vieron en evidencia dijeron que habían sido pocos. ¿Cuántos?, les preguntaron “No tenemos el numero. ¿Entonces cómo saben que son pocos?

Imaginaos que el informe del Defensor del Pueblo sostiene de esos abusos, pero ocurridos en un sindicato, en un club de deporte, en un partido político, en una asociación, en una ONG, en un barrio donde la mayoría fueran emigrantes, gitanos, excarcelarlos, pobres en general. Las tele 5, las Antena 3 estarían echando humo sobre el asunto. La alarma social se dispararía y se oiría un clamor a favor de aclarar el asunto, para pedir responsabilidades. Los tertulianos saldrían en tropel a opinar, ellos y ellas que son sabios y saben de todo cuando les conviene, cuando la voz de su amo, don dinero, les dicta qué hay que decir y cuando. Poca repercusión ha tenido la noticia si no es en medios alternativos, en prensa digital y en alguna que otra cadena de radio.

Pone los pelos de punta escuchar a algunas de las víctimas de los abusos, de como su vida ha sido un infierno, pero no por sus pecados, sino por el pecado de un sacerdote o de un religioso. Claro que existen abusos en la sociedad. Quizás muchas de nosotras conozcamos algunos o hemos sido víctimas, a veces sin ser conscientes de ello, pero eso no exime a la Iglesia católica de su responsabilidad en el ocultamiento, en la negación incluso, de los abusos en el seno de su organización.