Paseo por Fuentes intentando buscar sombra en estos días anómalos de principio de octubre y, al pasar debajo del árbol majestuoso cerca de la Puerta del Monte, en la calle Santa Cruz, siento cómo sus ramas y hojas me ofrecen un alivio a la temperatura inmisericorde que el sol nos manda. Si lo miras atentamente, el árbol te mira. Te acoge y protege. Sientes que es un ser vivo dejando pasar el tiempo sin prisas, sin ansias de ser nada más que lo que es. Te regala una alegría intima, profunda, confortante.

El fresco de la sombra de un árbol no lo puede dar un toldo, una sombrilla, ni un aspersor que instalen en la terraza o en una calle comercial. Un árbol es un ser generoso, hermoso, bello. Este del que escribo, en la Puerta del Monte, impresiona por su porte, su sabiduría que, además de sombra, guarda parte de la historia de Fuentes, igual que la guardan los del paseíto de la Plancha.

En un clima como el nuestro, en el que las lluvias escasean cada vez más y los veranos parecen eternizarse, los árboles, seres vivos, deberían ser amados, cuidados cuando estén enfermos, conservarlos y no cambiarlos por otros que tardarán años en dar sombra. Necesitamos a los árboles, su sombra, el susurro de sus ramas al viento, su alfombra de hoja en otoño.

Sí, esas alfombras de hojas que no ensucian, que visten las calles (en la pocas donde los hay) y los parques de colores ocres, amarillos, marrones, produciendo un sonido agradable y sedante al pisarlas. Aún guardo en la memoria el sonido que producían mis pisadas a principio de curso cuando iba caminando desde la calle Félix Rodríguez de la Fuente hasta el instituto donde trabajaba, pasando por el campo ferial. Era un despertar al día que me trasmitía paz y sosiego, mientras daba gracias a la naturaleza por sus colores, sonidos y sabiduría.

Son necesarios los árboles en nuestros pueblos y ciudades, como lo son en los bosques ecuatoriales, en los montes y valles, en las riberas, en las veredas, en los caminos, en las plazas y calles. Los necesitamos y debemos defenderlos de la tala y de los que piensan que son un estorbo o que ensucian con sus hojas sonoras bajo nuestras pisadas. Árboles de vida.