Con frecuencia tiene cataratas, con facilidad es miope, a veces astigmática, en ocasiones estrábica, a menudo bizca, incluso daltónica, pero debería ser ciega, no tuerta del ojo derecho. La justicia sujeta una balanza mientras blande una espada que no duda en usar contra los que roban gallinas, pero sufre calambres en las manos ante Alí Babá. Su poder emana de la misma sociedad a la que juzga. Debe, debería hacer posible que las leyes nos equiparen a todos y todas, pero de puro decimonónicos, algunos togados de birrete y alcanfor aún no han entendido qué es eso de la igualdad.
En los últimos tiempos, un ex inspector de Hacienda y ex presidente del gobierno, que hoy preside una fundación bien financiada, fabricante de las herramientas necesarias para que la clase dominante domine aún más, ilumina una ideología azul cada vez más marino y menos celeste. Para tumbar al gobierno fuera de las urnas le lanzó una consigna al mundo viejuno al que pertenece: “el que pueda hacer que haga”. Un ejército de políticos de derechas, y de ultra, ultra derechas, empresarios “innovadores”, periodistas imaginativos, tertulianos amaestrados, “artistas”, frugívoros y juristas que no merecen serlo, está en marcha. Hay que derribar al gobierno “ilegitimobolivarianofiloterroristautoritarioqueviajaenfalcon”… de un perro llamado Sánchez, hasta los cimientos.
Un grupito de señorías siente que tiene la misión patriótico-divina de poner las cosas en su sitio. Cualquier primo de Hug el Troglodita que tenga cuartos puede montar una asociación en defensa de la caspa gansa. Defensores de la pureza de esencias, “cristianos” con la piel más permeable que la de una rana, adoradores del fantasma de Franco y “desneuronados” calvos de gimnasio (que me perdonen los que sufren alopecia) se querellan a cascoporro contra todo lo que no sea rancio.
Hay un refrán que dice: “ante el vicio de pedir, existe la virtud de no dar”, pero eso a una cuadrilla de jueces y magistrados no les gusta, aceptan todas las denuncias por frikis que sean, siempre que procedan de su extremo favorito. Por supuesto, son conscientes de que las demandas no van a prosperar. También de que hay penas que no aparecen en el código penal. Sus condenas preventivas se ejecutan en directo en las tertulias y en diferido en grandes titulares y columnas salomónicas por la caballería montada de los medios “independientes”. Conocen la principal cualidad del chicle, así que eso de alargar procesos para sumar minutos de tele y “Twitter” se les da de maravilla. En el proceso destrozarán las reputaciones y las carreras de más de uno y, de paso, crearán la sensación de que en el lado izquierdo de la vida sólo hay delincuentes. Pero ellos no se meten en política.
El 99,9% de los jueces son personas muy formadas, con vocación de servicio, inteligentes, profesionales, comprometidos con la verdad, honrados, trabajadores, meticulosos, escrupulosos con las leyes, buenas personas y… corporativistas. Muchos juristas afirman con razón, que todos estamos bajo el imperio de la ley; todos menos algunos de sus compañeros impresentables, creen otros. Bueno, tampoco es eso, tienen su gobierno, el CGPJ, que “vela por el buen funcionamiento de la justicia” (aquí es donde me entra la risa floja). Vemos a vengadores sin máscara, poseídos por el espíritu del “juez de la horca”, pescadores de “voy a echar las redes a ver qué cae”, despistados que dejan pasar trámites hasta que el caso se pudra… Hay demasiados “errores” en la justicia, pero no veo que los responsables de la rectitud del derecho sancionen, multen, aparten, destituyan o lo que estimen que haya que hacer con individuos que destrozan la dignidad de la justicia y la confianza que ponemos en ella.
Durante el franquismo, no todos estaban de acuerdo con el régimen dictatorial, pero no lo manifestaron mucho. A fin de cuentas, la clase social a la que pertenecían detentaba el poder. Impartir justicia tiene que ser dificilísimo, tiene que dar un vértigo horroroso equivocarse. Un juez ha de leerse toneladas de legajos escritos en castellano muy, muy, antiguo y escuchar muchos cuentos orientales, milongas, tanguillos y sainetes. Se necesitan millones de horas de estudio para ser juez, pero a tan nobles puestos sólo acceden los que pueden dedicar seis años a aprenderse 329 temas, así que suelen conseguirlo los hijos de pudientes.
Yo no debería decir estas cosas porque se ha disparado la venta de papel de fumar en los estancos y para algunos criticar a la justicia es presionar a sus representantes y violar la división de poderes. Al parecer hay una élite social infalible por encima del bien y del mal, un grupo de cinco mil trescientos veinte intocables, que no puede someterse a la crítica porque un día aprobó unas dificilísimas oposiciones. Algunos incluso quieren erigir soberano al tercer poder del estado, manteniendo al pueblo al margen.
Afortunadamente, pocos son así, pero no parece que nadie, ningún poder mande a ciertos jueces y magistrados a hacer puñetas.