Cuando los fontaniegos Sebastián Martín Caro, Salvador Galán Sarria, Fernando González Tortolero y Bernardino Caro López, junto a los camaradas del PCE de Sevilla: Antonio León, Antonio Cano, Fitos, Paco Ruiz y otros compañeros de Antonio Cano, “el Rucho” y Joselete  fueron juzgados por el Tribunal de Orden Público (TOP) en Madrid, los componentes de la célula local de PCE realizaron diversas acciones encaminadas a mostrar al vecindario de Fuentes que el partido no estaba muerto y que mantenía activos a sus miembros.

Las fuerzas fascistas locales iban difundiendo por todas partes y a boca llena, que con la detención y juicio de los anteriormente citados, en Fuentes, ya no había comunistas, ya que sus cabecillas habían sido cazados como conejos y se iban a pudrir en la cárcel por los años que les iban a caer. Las derechas no han aprendido nada de la historia y siguen adelantando acontecimientos mucho antes de llegar a producirse.

Sin embargo, por aquellas fechas, el partido en Fuentes tenía organizada una acción propagandística bastante importante. Días antes, el comité local se reunió, analizó la situación y acordó una serie de acciones a llevar a cabo en apoyo de sus compañeros que iban a ser juzgados. Se reunieron las células una por una para acordar acciones que demostrasen que aún podían seguir actuando en defensa de los trabajadores y por la libertad. Después cada una trasladó los acuerdos a los que habían llegado al comité de organizar las acciones de protesta. Con todas las propuestas encima de la mesa junto a representantes de todas las células llegaron a la elección de las que creían más llamativas para atraer la atención del vecindario.
     
Estas acciones iban a ser realizadas en la noche que salieran los camaradas hacía Madrid. Los que iban a ser procesados se citaron en el bar “Garrafa”, propiedad de Pablo el de la Fe, situado en el barrio las Ranas, calle Virgen de los Reyes, para salir todos juntos en los tres coches que los trasladarían a la capital de España.
     
El comité organizador de la protesta acordó que todas las acciones serían llevadas al unísono en la noche señalada para emprender el viaje a Madrid. Estas acciones serían hacer pintadas con eslóganes que pidieran la libertad de los compañeros, estrellar huevos rellenos de pintura roja sobre algunas fachadas, colgar trapos rojos en los alambres de teléfono del tren y llenar el pueblo de octavillas, que dijeran a los más ultraconservadores que el PCE estaba vivo y que no había desaparecido, como ellos pregonaban. Todo ello requería trabajo y mucha organización y más teniendo en cuenta que faltaban cinco compañeros, pero el esfuerzo había que hacerlo, valía la pena.
     
En una semana se fue preparando todo para cuando llegase el momento. Se puso la "vietnamita” (imprenta casera) a trabajar y con ella hicieron las octavillas y los pasquines, que fueron miles; compraron la pintura y las brochas para los eslóganes. Los huevos fueron aportados por los propios camaradas a los que con una jeringuilla se le extraía la clara y la yema y una vez vacío se le introducía la pintura roja. Después, con escayola se tapaba el agujero y quedaba dispuesto para la acción. Compraron también la tela roja y cortaron trozos formando banderas a la que ataban una cuerda con una piedra al otro extremo, en uno de los picos, para que se quedara colgada de los alambres. Cada una de las células que estaban organizadas se encargó de una actividad, una de las octavillas y pasquines, otra de preparar los huevos rellenos de pintura roja, otra de comprar la tela y confeccionar de las banderas y otra de comprar la pintura y las brochas para realizar la pintura de eslóganes en las paredes de edificios en las entradas y salidas del pueblo.
     
Llegó la noche esperada y, como estaba previsto, a las once de la noche cada uno en su sitio, cada uno sabía su misión, unos actuando y otros vigilando. Hicieron las pintadas que tenían señaladas (en fachadas que no molestaran a los vecinos), en la estación, en la algodonera, en la vapora y en algunas fachadas más de alrededor del pueblo, principalmente en las entradas y salidas. Tiraron los huevos, dejando en las paredes manchas rojas que parecían sangre. En los alambres del teléfono de la vía del tren y del tendido eléctrico del camino de Écija y en algún otro sitio colgaron banderas rojas y por todo el ruedo de Fuentes, sus salidas y algunas calles expandieron las octavillas, dejando el suelo blanco.
     
Todo el trabajo fue rápido y sin ningún incidente, debido fundamentalmente porque los “fachas”, la Guardia Civil y la Policía Municipal estaban convencidos de que el pueblo estaba en paz y de que nadie se movería porque los cabecillas comunistas de Fuentes estaban camino de TOP. Al día siguiente comprobaron que la realidad era otra. Así, llenos de rabia, la Guardia Civil y la Policía Municipal, con las escaleras de los electricistas, aparecieron quitando los trapos rojos colgados, dándole con cal a las pintadas y a las manchas de los huevos y para recoger las octavillas se mandó a los barrenderos del pueblo para barrerlas.
     
En los días siguientes se escuchaba decir para justificar su carencia de visión y su candidez que se había visto un coche negro venir, que si las octavillas las habían tirado desde una avioneta que habían escuchado al amanecer, que habían venido de fuera a pintar... Pero la  mayoría de los trabajadores de Fuentes sabían que aquello había sido obra de los comunistas de nuestro pueblo, porque, aunque se habían llevado a unos cuantos, todavía quedaban muchos más.