He recibido el boletín 158/2025 de Amnistía Internacional y al leer un informe anual sobre los derechos humanos me ha impactado el inicio de este informe: “El mundo está en un punto de inflexión”. No es el primer año que lo advierte el informe anual de Amnistía Internacional, pero los sucesos de los 12 últimos meses, especialmente el genocidio de la población palestina de Gaza, retransmitido en directo, pero ignorado, han puesto de manifiesto lo infernal que puede ser el mundo para muchas personas.
La inflexión del mundo la encontramos cuando comprobamos que al poco tiempo de jurar como presidente de los E.E.U.U. Trump nos desglosó su programa de gobierno encaminado a desmantelar las estructuras de su país e incluso del mundo entero que protegen a los hombres y mujeres, a los niños y a las niñas, es decir al género humano en general. Desde un principio ha arremetido contra los derechos humanos, ensañándose con los emigrantes. Los ha detenido indiscriminadamente, incluso a los nacidos en el país, que están protegidos por 14ª enmienda de la Constitución, que establece que cualquier persona nacida en suelo norteamericano es ciudadana de este país, sin importar la situación migratoria de sus padres, garantizando por tanto la ciudadanía por nacimiento. Ha llegado incluso a pactar con gobiernos autoritarios de estados centroamericanos llevarles inmigrantes, que son recluidos en cárceles infrahumanas.
Las formas empleadas sistemáticamente por el gobierno norteamericano se extienden por varios países en donde sus gobiernos, para acallar las voces disidentes, utilizan sin ningún pudor ni críticas por parte del resto de los países la restricción de la libertad de expresión, reunión y opinión y leyes basadas en la lucha contra el terrorismo para perseguir y silenciar las opiniones críticas. Así, vemos cómo hay países donde los opositores al gobierno son detenidos y conducidos a cárceles sin previo juicio ni que se sepan las razones de su detención, aislándolos del resto de los ciudadanos.

Ejemplos de lo anterior los hemos vivido recientemente en Rusia, con el político y activista Alexey Navalny, que por su oposición al régimen de Putin sufrió varias condenas y encarcelamientos e incluso un intento de envenenamiento del que fue tratado en Berlín y, una vez recuperada su salud, volvió a Rusia y fue encarcelado en Yamalia-Nenetsia, donde murió. En Bangladesh, el gobierno mandó disparar sin previo aviso contra una protesta estudiantil, con el resultado de cerca de 1.000 personas muertas. Actos parecidos se han producido en Mozambique, Turquía y Corea del Sur, donde la población se ha movilizado para que el gobierno revocase medidas autoritarias, cuando el presidente suspendió ciertos derechos humanos y declaró la ley marcial.
Los ciudadanos de a pie, ante estas noticias, nos preguntamos ¿dónde están los dirigentes políticos que no alzan su voz ante estas situaciones dictatoriales? ¿Dónde están los organismos mundiales que no condenan y actúan con toda contundencia ante hechos que merman las libertades y que siempre amenazan a las clases más frágiles y débiles? El incumplimiento de las leyes mundiales se ha convertido actualmente en una situación normal. Ya no nos escandaliza la situación de genocidio en Gaza. Los muertos diarios por las bombas que siguen cayendo en su territorio y en sus refugios no nos conmueven. Es algo que lo hemos interiorizado como normal. Es duro saber que la ONU no toma medidas contundentes contra el estado de Israel. Es inadmisible que la UE no levante la voz y termine con el Acuerdo de Asociación, principal convenio de colaboración con Israel, firmado en 1995 y en vigor desde el 2000, que establece un marco para la colaboración política y económica, incluyendo el libre comercio, además de que Israel participa en los programas de investigación e innovación de la UE. Los ciudadanos europeos nos sentimos defraudados por la lentitud en tomar acuerdos que impidan la muerte de tantos inocentes.
Poco sabemos de otros conflictos más alejados geográficamente de nosotros o que afectan a pueblos considerados por los europeos de segundo orden. Tal es el caso de la guerra civil del Sudán, que ha desplazado a más de 11 millones de personas. Incluso las fuerzas armadas han utilizado la violencia sexual como arma de guerra y las potencias mundiales han dado la espalda a tal cantidad de desplazados a la fuerza y han incumplido los tratados internacionales de embargar las armas para evitar masacres y desplazamientos de la población.

Las medidas de algunos gobiernos europeos y americanos resultan insuficientes y sobre todo los recortes en la ayuda humanitaria. La UE y la ONU han mirado para otro lado y han consentido con su silencio que tanto el presidente de Israel, Benjamín Netanyahu, como el de EE.UU., Donald Trump, hayan quitado de un plumazo los organismos internacionales de ayuda humanitaria en Gaza y los hayan sustituido por organizaciones privadas americanas. Se ha producido un desastre total con varias muertes diarias en los centros de reparto de alimentos, que escasamente llegan a toda la población. Se ha consentido que se cierren hospitales en campos de refugiados y han desaparecido los programas de nutrición infantil, para las mujeres embarazadas y madres lactantes en Gaza y en Yemen.
Los avances tecnológicos que suponen importantes progresos para mejorar la vida de los humanos se están utilizando por las empresas y los gobiernos de las naciones que las sustentan para vigilar, controlar y discriminar a los ciudadanos, llegando a crear una connivencia entre los dos que nos está llevando a generar nuevas formas de abuso y exclusión social. Desde la presidencia de los EE.UU. se está animando a que las redes sociales eliminen todos los sistemas de verificación y dejando libre la desinformación a través de la difusión de bulos.
Un verdadero disparate. El mundo va abocado a un verdadero desastre en el que poco a poco van desapareciendo los derechos humanos que las Naciones Unidas firmaron en París en el año 1948 al acabar la II Guerra Mundial. La verdadera paz se siembra con la paz y con el respeto de los derechos de todos los hombres y mujeres, sean de donde sean, vivan donde vivan y sin tener en cuenta el color de su piel y las creencias religiosas que profesen.
A los ciudadanos de a pie solo nos queda el poder de levantar nuestra voz ante las injusticias y el no respeto a los derechos humanos. Aunque la situación es crítica, no es irreversible porque ante los regímenes autoritarios la movilización de la ciudadanía hace que la lucha por la dignidad y los derechos sea más fuerte al hacerse en colectivo. La resistencia no es sólo una opción, es un deber del ciudadano.